Por Joseba Elola Foto Manuel Braun
El País (Es)
Las violentas y despiadadas venganzas de Juego de tronos como proyección de los conflictos políticos de Oriente Próximo y de la guerra de Siria. Homeland como vehículo para dulcificar los fracasos de la política bélica norteamericana en Irak y Afganistán. House of Cards y su tortuoso presidente de Estados Unidos, encarnado por Kevin Spacey, convertida en la serie favorita de unas élites chinas que encuentran en ella la prueba de que nadie tiene por qué venir a darles a ellos lecciones de democracia. Relacionar las series de moda con la geopolítica era un filón. Y Dominique Moïsi no ha dejado pasar la oportunidad.
Analista político formado en la Sorbona y en Harvard, cofundador del Instituto Francés de Relaciones Internacionales y europeísta entusiasta, Moïsi es un intelectual francés de 71 años cuya principal contribución hasta la fecha ha sido situar las emociones en el corazón del tablero geopolítico con la publicación, en 2008, de La geopolítica de la emoción, obra que ya ha sido traducida a 25 idiomas. Embarcado en el reto de desarrollar un libro sobre el triunfo del miedo en el planeta, Moïsi de pronto se vio confrontado a sus hijos treintañeros, que le decían que no se podía escribir sobre tal cosa sin pasar antes por un visionado de la serie televisiva Juego de tronos.
Superados sus reparos iniciales, el veterano columnista, que publica en periódicos de todo el mundo, se lanzó a tal empresa, y aquello desembocó en Geopolítica de las series o el triunfo global del miedo (Errata Naturae).
En su elegante piso parisiense, espacio clásico, de techos altos con molduras, y arropado por una poblada librería en la que tratados de política internacional conviven con libros de arte, Moïsi desgrana sus reflexiones en un cómodo sofá.
PREGUNTA. Usted que suele escribir libros de geopolítica y acude a debates con intelectuales, ¿ha tenido en algún momento la sensación de que había escrito un libro demasiado ligero, que se trataba de una concesión a lo popular?
RESPUESTA. Pensé que no había que dejar la geopolítica, que se ha convertido en algo muy serio, solo a los expertos y a los ideólogos; quise que la sociedad civil, el mayor número posible de ciudadanos, fuera consciente de los retos en este área. Y lo hice con categorías de pensamiento lo suficientemente sofisticadas como para no caer en el simplismo. ¿Por qué no utilizar las series, un medio popular, de moda y que se está convirtiendo en un medio de calidad?
P. Sostiene usted que el impacto de las series es muy real e inmediato y que la vida en ocasiones imita a estas ficciones televisivas. ¿Cuál sería para usted el mejor ejemplo de esta idea?
R. Desde el punto de vista geopolítico, he tenido la impresión de que la realidad imitaba a Juego de tronos, y no al revés. Había esa intuición trágica. Hay episodios de la serie que anticipan los asesinatos públicos de Daesh; hay diálogos, casi shakespearianos, que no deben de estar muy lejos de los que hoy puede mantener un diplomático ruso con uno norteamericano. Eso es lo que me ha fascinado. Los guionistas pueden intuir el mundo que viene como lo pueden hacer los poetas, los pintores; quienes no lo hacen son los expertos.
P. ¿Cree que esas ejecuciones públicas inspiraron a los terroristas?
R. No es que crea que los terroristas ven Juego de tronos, pero sí tienen juegos violentos. Cuanto más nos acercamos a comprender el fenómeno terrorista, más legítima me parece la tesis de que asistimos a una islamización de los radicales, y no solo a una radicalización del islam. Tenemos a lobos solitarios que ven la televisión, que están desequilibrados mentalmente, que van a pasar a la acción y no distinguen entre lo real y lo imaginario.
P. Juego de tronos es una serie que rebosa violencia, y también sexo. Una de las críticas que se le hace es que a veces su uso resulta gratuito.
R. Sí, por supuesto. Es una serie que derriba todos los tabúes de forma sistemática. Matan a los buenos, los malos empiezan triunfando… Un nivel de violencia, de sexo y de desnudez así hubiera sido imposible en los canales tradicionales estadounidenses. Cadenas como la HBO han ofrecido un tipo de libertad que ha fascinado a la gente… Recuerdo que tras ver el episodio de la “boda roja”, me fui a la cama y le dije a mi esposa: “Está claro, estamos en la transgresión sistemática, ya puedo escribir, no voy a ver más capítulos”. Pero al día siguiente seguí, y comprendí que me había convertido en un adicto.
P. En House of Cards hay una frase que se repite: la democracia está sobrevalorada. ¿Considera que las democracias occidentales están en crisis?
R. Si retomo las categorías de mi libro La geopolítica de la emoción y las aplico al mundo contemporáneo, veo un EE UU en el que hay cada vez más miedo; una Europa dividida; una Alemania confundida por la entrada de 14 diputados de la extrema derecha en el Parlamento; una Francia regenerada por la elección de Macron; una España fragmentada y un Reino Unido enredado en el Brexit… En Europa hay una mezcla de miedo y esperanza. El presidente Macron tiene en estos momentos una responsabilidad gigantesca: es el último recurso del modelo de democracia liberal, de la racionalidad. La fuerza y la debilidad de Macron es que tiene enfrente a Donald Trump.
P. En el libro La geopolítica de la emoción habla del miedo que atenaza a Europa: el miedo al otro, el miedo al futuro, la ansiedad por la pérdida de identidad. ¿Cómo se puede combatir esto?
R. Creo que pasa por el liderazgo. Por un líder carismático que triunfará si sus palabras se transforman en resultados. Creo que Macron puede tener éxito. Las condiciones económicas son mejores que en 2007. Y una parte del pueblo francés piensa que es ahora o nunca, que las reformas son difíciles, y que hay que pagar un precio por ellas.
P. ¿Qué precio?
R. Sacrificios en términos financieros y de seguridad del trabajo. Pero esa es la vía de la esperanza.
P. Hay quien dice que los sacrificios se acaban pidiendo siempre a los mismos. Se acusa a Macron de ser el presidente de los ricos.
R. No creo que sea del todo justo. La apuesta de Macron es encontrar el equilibrio preciso entre la liberación de las energías para los más dinámicos y la protección de los más débiles. No es tarea fácil.
P. Usted sostiene que en el caos que vive el mundo, circunstancias excepcionales requieren de líderes excepcionales que estén dispuestos a adoptar decisiones difíciles.
R. Yo tomaría el ejemplo de España, a contrario sensu. Europa necesita de España, pero no una España desmembrada. Yo no apoyo la independencia de Cataluña, ni la de Escocia. Hace falta una Europa más fuerte. Creo que en España las cicatrices de la historia no se han cerrado. Si a eso se añade el encuentro de una deriva radical del lado catalán y de una gran mediocridad gubernamental del lado español, tiene uno la receta para un desastre. En ninguno de los dos casos ha habido un auténtico liderazgo. Y el resultado ha sido catastrófico.
P. Hablando de líderes excepcionales en circunstancias excepcionales, usted tiene esperanzas con Macron, Merkel le parece una buena dirigente, ¿qué opina de Mariano Rajoy?
R. Su imagen no le coloca en la misma categoría que Macron y Merkel. Decir que no es carismático no es ofenderle; no lo es. Ha demostrado ser resiliente. Y resistir está bien, pero no es suficiente. Se le puede reprochar que no arrastra los corazones de la gente.
P. En un mundo en que China crece como potencia, y EE UU ya no quiere ser la policía del mundo en solitario, ¿qué papel queda para Europa?
R. Creo que puede resultar fundamental. Norteamérica ya no es Norteamérica y China no es aún China. Estamos en un mundo de transición. El orden estadounidense ya no existe y no hay un árbitro de sustitución. China no quiere desempeñar ese papel. Y Europa no tiene los medios de EE UU. Pero la naturaleza aborrece el vacío. Y Europa encarna hoy el último recurso del mundo democrático liberal. Trump ha reducido el soft power de América, la capacidad de convencer; se ha convertido en una caricatura. Entramos en un mundo distinto.
P. Desde que escribió La geopolítica de la emoción, en 2008, muchas cosas han cambiado. ¿En qué punto está el mapa geopolítico de las emociones?
R. En Europa emerge la esperanza y también la división; se profundiza el miedo en Estados Unidos; Asia ya no es el continente de la esperanza, el miedo ha ganado terreno con la amenaza de Corea del Norte, el crecimiento, que ya no es el que era, la subida de un nacionalismo religioso en India, de la mano de Modi, el budismo fanático en Myanmar.