Por Carles Geli Foto Consuelo Bautista
El País (Es)
Viajamos muy lejos para saber o buscar experiencias nuevas, pero desconocemos lo que ocurre, o hasta quién vive, justo al lado de casa. Un sinsentido. Eso piensa el protagonista de Robinson (Empúries), que decide colarse en casa de sus vecinos aprovechando una supuesta ausencia larga de éstos y se instala allí con lo mínimo, sobreviviendo con lo que va encontrando, con mucho de misántropo y una voluntad tácita de iniciar un viaje concéntrico, una espiral, una introspección, una depuración. Lo hace el personaje y, a su modo, lo hace el autor, Vicenç Pagès, hoy uno de los nombres-faro para las nuevas generaciones de narradores catalanes, que ofrece una novela más despojada en lo estilístico y en lo costumbrista que sus celebradas El món d’Horaci (1995), El jugador de whist (2009) o la premiada con el Sant Jordi Díes de frontera (2014).
“Es estilísticamente más sintética porque el protagonista también inicia un proceso de depuración espiritual, da vueltas cada vez más alrededor de sí mismo, el radio se va haciendo más pequeño y yo le sigo en lo formal: de las tres partes de libro, la primera tiene seis capítulos; la segunda, cuatro, y la tercera, dos; de alguna manera, escribir es preparar un viaje, una sorpresa, un engaño”, hace notar Pagès (Figueres, 1963). No hay en Robinson marca de producto alguno, ni canción, ni ciudad; tampoco es un texto fragmentado y el narrador muestra siempre el mismo estilo. “He extirpado todo costumbrismo… Creo que lo mejor en un escrito es evolucionar sin saltos, como hizo David Bowie con la música, y no reinventarse cada vez, como Bob Dylan; con tres novelas ya detrás voy aprendiendo a hacerlas; si el lector me sigue y el editor me deja, adelante”, resume.
Para el viaje concéntrico, Pagès se ha pertrechado con un personaje solitario, amante del silencio, con obvios problemas de comunicación, de comportamientos enfermizamente cartesianos, obsesivos: así, se impone explorar las habitaciones de la casa de derecha a izquierda y sin volver a atrás, un poco con el orden sistemático que tenía su homónimo creado por Daniel Defoe. Pero no es el único ni el más importante referente: “Uno de los apodos que tiene es el de Pequeño Salvaje porque vive solo y por ello no practica las convenciones sociales, tiene un punto del Ignatius J. Reilly, el de La conjura de los necios: ermitaño, sucio, capaz de vez en cuando de reflexiones brillantes”. Prefiere Pagès el Robinson que gestó Michel Tournier en Viernes o los limbos del Pacífico, un náufrago menos hiperactivo y manitas: “El de Tournier no hace casi nada, y se refugia en una especie de hueco en una piedra”, como si de un feto se tratara. Cita también el peso que le dejó la lectura del relato kafkiano La madriguera (con un bicho no identificado “feliz en su laberinto oscuro y apestoso”) y, como buen conocedor de la narrativa para jóvenes (es autor de De Robinson Crusoe a Peter Pan: Un cànon de literatura juvenil), también parecen claros los influjos de los relatos clásicos Ricitos de oro y Blancanieves “por lo que conllevan de invasión de la casa del otro”. En la trastienda casi psicológica del protagonista está “la fantasía de la cama flotante o voladora, la voluntad de no salir de ella o hacerlo todo desde ella: asoma en bastantes leyendas”, ilustra Pagès como una de “la veintena” de ideas que cruzan el relato. “Es una historia claustrofílica, centrípeta y horizontal”, resume el libro su editor, Josep Lluch.
A pesar de haber sido escrita en plena tensión del proceso independentista de Cataluña, en Robinson ello no asoma por sus páginas. “Intento que, como escritor, me afecte cero; si entra todo en la producción de un país y lo monopoliza nos perdemos cosas, nos impide desplegarnos; la literatura sigue avanzando y si nosotros solo avanzamos en una línea… Creo que tenemos derecho a que el procès no aparezca en la obra de uno…”. Aunque admite que quizá sí hay algún rastro: “La defensa del silencio, del refugio… porque el procès sí está claro que está generando problemas psicológicos y los médicos recomiendan el móvil en modo avión para desconectar de vez en cuando de la realidad, leer poesía…”. Hacer un poco de Robinson, vaya.