Por Alberto Gordo
El Cultural (Es)
Dice Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) que el "espíritu de la Ilustración" consiste en cuestionarlo todo y luego, alcanzado el convencimiento de estar en lo cierto, de haber encontrado de una vez por todas la verdad (o algo que nos lo parezca), no transigir de ninguna de las maneras. Fue este, sugiere el novelista y editor, el espíritu que alentó la escritura de La Enciclopedia, hito de la Ilustración del que él mismo ha seleccionado ahora, en un volumen cuidadosamente editado por Debate, las entradas más significativas, de la "Afectación" al "Derecho natural", de la "Tolerancia" al "Hombre" y de la "Música" al "Chocolate".
La idea la tuvieron Torné y Miguel Aguilar, editor de Debate. "Estábamos trabajando en una antología amplia del pensamiento ilustrado cuando nos dimos cuenta que no existía un libro lo bastante amplio en castellano que diese cuenta de un proyecto tan decisivo como La Enciclopedia", explica el autor de Hilos de sangre.
La antología, de casi 400 páginas, trae un prólogo de Fernando Savater que en apenas cuatro páginas nos sitúa en la Francia del momento, informándonos breve pero muy precisamente de las penosas condiciones en que Diderot, D'Alembert, Voltaire, Rosseau y otros tantos, escribieron esta monumental obra, que en palabras del filósofo donostiarra fue "el estandarte de una forma de pensar distinta a la tradicional, la leva de la veda para desacreditar los dogmas más acrisolados, el final del respeto".
Si uno se para frente a una estantería con todos los tomos en fila de La Enciclopedia lo más probable es que se le quiten las ganas de hacer una antología "urgente". Son unos 72.000 artículos ("centenar arriba, centenar abajo", dice Torné). Desde que La Enciclopedia se publicó han abundado las antologías temáticas, algo de lo que quería huir esta. Es decir, había hasta ahora breves compendios sobre lo que estos grandes hombres pensaban sobre la economía, la caza o la política o el arte. Los criterios seguidos por Torné son otros, y sencillos de explicar: ha escogido "las entradas mejor escritas y que disfrutan de una inteligencia más penetrante". Y el canon es el que es: Voltaire, Diderot, Rousseau, D'Holbach.
El caballo de batalla de los enciclopedistas, señala Torné, es el dogmatismo o la imposición acrítica de una verdad. "Cualquier forma de autoridad que no está dispuesta a examinar sus presupuestos tiene un problema con los enciclopedistas, incluso reciben los gremios de artesanos", comenta.
En el famoso "prefacio al último tomo de la Enciclopedia" Diderot se refiere al proyecto como el "más ambicioso que nunca se ha emprendido en el marco de la literatura". Hoy no diríamos que una enciclopedia es "literatura". "Bueno, yo estoy con Diderot, es literatura -dice Torné-. Se trata de una serie de discursos sobre el mundo muy elaborados en el plano sintáctico donde se transparenta la personalidad del autor, aunque no es ficción ni novela, que es con lo que hoy asociamos de manera casi instintiva, a la literatura".
Una lista de las dificultades por que pasó La Enciclopedia, también llamada Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios, da una idea de lo "ambicioso" del proyecto: fue atacada por la Iglesia, censurada por la Sorbona, "suprimida" por el Consejo del Rey, objeto de mil burlas, condenada por el Parlamento y por el Papa, Diderot fue encarcelado (y sufrió la prohibición de publicar filosofía en vida), Voltaire partió al exilio y Rousseau acabó marginado. "No importa, salió adelante, coronó su tarea", escribe Savater. Y su tarea, fundamental, tiene que ver con el optimista pronóstico de Diderot que está escrito en la cubierta: "Esta obra producirá seguramente con el tiempo una revolución de los espíritus, y espero que los tiranos, los opresores, los fanáticos y los intolerantes no ganarán. Habremos servido a la humanidad".
"Afectación", por D'Alembert
Aplicado tanto al lenguaje como a la conversación, se trata de un vicio bastante común para las personas de las que se dice que tienen labia. Consiste en hablar de cosas triviales o comunes en términos excesivamente rebuscados. Por este motivo los oradores refinados suelen ser insoportables para las personas con buena cabeza, pues los hombres con la cabeza sana acostumbran estar más interesados en hacer las cosas correctamente que en hablar bien, mientras que los hombres de labia piensan que escribir recargado equivale a pensar bien: si la expresión está cuidada el pensamiento será novedoso, certero y brillante. Para el hombre con cabeza una idea corriente exige una expresión corriente.
"Voluntad", por Diderot
Se trata del impulso que nos conduce hacia algo que conocemos y excita nuestro apetito, o que nos aleja de él como algo que estimula nuestro miedo y nuestra aversión. La voluntad exige un objeto (que impacta nuestros sentidos o que ocupa nuestra reflexión) para ponerse en marcha, porque cuando queremos, siempre queremos algo. Y este objeto es el que suscita nuestro miedo o nuestro deseo. Este es el motivo por el que pienso que la asociación entre la voluntad y la libertad es un mero espejismo. Consideremos la siguiente hipótesis experimental: supongamos que ponemos a cien mil hombres antes los mismos objetos. Estoy seguro de que tanto el necio como el sabio, el soñador y el realista, el enfermo y el sano, el sosegado y el apasionado, todos actuarían de la misma manera: correrían en dirección contraria a la tortura y se abrazarían al placer. Ante lo que nos atrae y lo que nos repele todos actuamos igual. Y es precisamente ante los objetos que no nos empujan a reaccionar instintivamente donde mejor se aprecia la lentitud de la voluntad. No sabemos lo que queremos cuando los dos brazos de la balanza están igual de cargados. Si meditamos cuidadosamente sobre todas estas consideraciones nos daremos cuenta de cuán difícil es alcanzar cualquier noción sobre la libertad, sobre todo relacionada con la compleja sucesión de causas y efectos de la que formamos parte.