Por Juliana Gil Gutiérrez Foto Cristian Garavito
El Espectador
“No creía que los escritores fueran reales. Escribía para mí, cuando estaba deprimida o feliz. Escribía muchos cuentos, pero no me imaginé que se pudiera volver una forma de vida”. Cuando trabajaba en oficinas como asistente, entre reuniones y peticiones de sus jefes, quienes la buscaban desde antes de que comenzara su horario de trabajo, aprovechaba cada espacio posible para sentarse frente a su computador, escapar del mundo de las agendas, los escritorios y teléfonos y viajar entre letras con los personajes que salían de su cabeza.
Le gustaban los cuentos. Con uno de ellos, Blue eyes, ganó una mención especial en el Concurso de Cuento de la Universidad de La Salle. Quería pasar de las cinco páginas de un cuento y plasmó su biografía en más de 200. Entre amigas, risas y vino la leyó, y una de ellas, traductora de libros, la convenció de seguir escribiendo.
La primera novela que escribió fue El Morpho, pero cuando conoció al editor decidieron publicar primero Donde guardas tus miedos, que para ella fue un éxito en la Feria del Libro de Bogotá de 2015.
En una oficina donde trabajó hace quince años conoció a una niña de ojos azules y cabello negro. “Era muy bonita”. Había sido modelo en su adolescencia, trabajaba en el autódromo y una vez, al final de la carrera, conoció al ganador. Él le pidió ese mismo día que se fueran a vivir juntos y con toda esa locura de la juventud, sin decirles a sus papás o saber algo más del sujeto que acababa de conocer, se fue. Ella tenía 16; él, 23. Tuvieron un hijo, pero con el tiempo él se volvió agresivo y celoso, hasta que una noche, borracho y furibundo, empezó a romper todo en la casa. La mujer de ojos azules y cabello negro, cuyo nombre no recuerda, alzó a su niño, echó a correr y nunca volvió. Esa fue la anécdota que ella le contó en un almuerzo y que le sirvió de inspiración para construir a Ana, la protagonista de Donde guardas tus miedos.
“Me marcó un montón su vida. ¿Cómo le pudo pasar todo eso a una persona buena e inocente? ¿Por qué le pasa algo tan malo a alguien tan bueno?”. A Margarita le molesta la injusticia, por eso quiso averiguar en su historia cuáles serían las circunstancias que hacen que una mujer permita el maltrato.
Para contar aquel relato usó su propia historia de vida, la adolescencia en la Bogotá de los 80 escuchando a Soda Stereo, las niñas de copete Alf y los tropeleros. “Estudié el maltrato porque es algo que va en contra de mi personalidad. Cuando aprendes mal el afecto, buscas un mal afecto. Sin querer, tu inconsciente busca un tipo problemático, porque así conociste las relaciones”. Con todo eso se armó de valor y letras para escribir la novela.
Ese mismo testimonio le dio para un segundo libro, Vivir con veneno.
Los títulos de esas dos historias vienen de las canciones de su artista favorito. “Tenés que comprender que no puse tus miedos donde están guardados”, canta Gustavo Cerati en Trátame suavemente. Y, aunque no la canta, toca la guitarra de la canción No de Shakira, que fue su inspiración para el siguiente libro.
“Todavía no me lo creo”. Aunque ya en las ferias del libro la han sentado ante un auditorio para presentar sus obras, aún se sorprende de que los escritores son reales. Ella misma es una escritora real. “Me siento afortunada y agradecida. Todos los días doy gracias a Dios. No sólo porque puedo moverme, sino porque pude hacer realidad un sueño que nunca pensé que fuera real”.
— ¿Valió la pena dejar la oficina para ser escritora?
—Total, no me dolió para nada. Fue una delicia porque era una tortura para mí.
— ¿Le dejó algo?
—Fue un mal necesario porque me dio todo un background por los personajes que conocí.
Margarita Arenas cree que tiene una cantidad de mugre en la cabeza, pero esa mugre es básica para escribir su sueño que se convirtió en historia de libro.