Por Juan Carlos Galindo
El País (ES)
Ocurre a veces que sabes desde la primera página de un libro que estás ante un texto que te va a marcar. Las cosas luego no marchan siempre tal cual esperas, pero cuando ocurre te sientes un ser privilegiado. Mientras leía las primeras páginas de Corrupción policial (Don Wislow, RBA, traducción de Efrén del Valle) un montón de sentimientos se agolparon en mi mente, sentí la droga fluir por mis venas, pero no daba con la frase para definirlo, para traérselo en bandeja, para empujarles a leerlo sin descanso. Menos mal que ya habla Stephen King por mí: “Corrupción policial es un triunfo. Pensad en El padrino pero con policías. Es así de buena”. Y vaya si lo es.
Cuando uno está con este hombre pequeño y de mirada tímida no se imagina que sea capaz de retratar tan bien el mal. Desde la primera línea me siento en territorio James Ellory, en casa de Joseph Wambaugh: grandes ciudades, personajes poderosos y sumideros interminables por los que pasa todo lo que a ojos del ciudadano se esconde. Es imposible contar el argumento de una obra con tales ambiciones. La historia central es la vida de Denny Malone, sargento de la Unidad Especial de la policía de Nueva York, personaje excesivo, violento, sentimental, dañino, justiciero, corrupto. El Rey del norte de Manhatan, como le gusta llamarse, como le gusta que le reconozcan. La historia empieza con una operación en la que Malone y sus compañeros, excelentes secundarios, acaban con un narco y con su alijo: 100 kilos de heroína pura de los que se quedan con la mitad. Es el límite, la última frontera para el poli corrupto, el principio del fin de cualquier cosa que le pudiera justificar.
A partir de aquí, una trama apasionante en la que la ciudad de Nueva York es otro personaje más, sin tópicos, tal cual, una ciudad en la que el racismo policial, la corrupción institucional y la hipocresía de unos y otros campan a sus anchas ante la indiferencia de ciudadanos y turistas. Malone ama su trabajo, ama Nueva York, pero desde el minuto uno sabes que de alguna manera no va a poder con ello. Él es el antihéroe con aristas, pero en cierto modo lo amas, te crees sus justificaciones, anhelas su redención.
Tras un trabajo bestial de documentación, similar al que ya llevó a cabo para escribir El Cártel, esfuerzo que no se nota en ningún párrafo enciclopédico, Winslow nos da un paseo por la policía de Nueva York, sus clanes, su esquema corrupto hasta la raíz, sus mordidas: a los ciudadanos por la protección, como la mafia entendida en su expresión más amplia; a los empresarios por favores, como la mafia; a los políticos por su silencio, como la mafia; a los narcos por su territorio, como la mafia; a los compañeros que acaban de entrar, por su futuro, como la mafia. Una pesadilla.
“En una misma calle oyes cinco idiomas diferentes, hueles seis culturas, escuchas siete tipos de música, ves centenares de tipos de personas y conoces mil historias, y todo ello en Nueva York. Nueva York es el mundo. Al menos el mundo de Malone. Nunca se irá de allí. No tiene ningún motivo para irse” se cuenta en una de las muchas odas que el libro dedica a la ciudad. Pero esa misma ciudad tiene su lado oscuro que envenena y mata el alma si te acercas demasiado. “¿Cómo puedes entrar en un piso en el que los padres están tan enganchados al crack que el bebé lleva muerto una semana, con los pies llenos de mordeduras de rata, y luego ir con tus hijos a Chuck- E- Cheese’s?” cuenta, hastiado, cuando habla de la incomunicación que le llevó a separarse de su mujer.
Todo esto se mezcla con grandes dosis de acción y peligro narrado con un ritmo muy acertado. Corrupción policial es, en definitiva, una obra monumental, un gran drama, una ficción policial, una novela neoyorquina y muchas más cosas. Y lo es todo a la vez, y te lo crees, y lo masticas, y lo sufres. Hacia el final, cuando ves lo que ya sabías, que las cosas se iban a torcer inexorablemente, todo adquiere un tono poético que no le sobra, que mantiene el ritmo, que permite que la narración termine en alto. Como tiene que ser.