Por Carles Geli Foto Miriam Lázaro
El País (Es)
Todos cobran igual que el jefe, que proviene del sector alimentario; los responsables de diseño y comunicación lo son, precisamente, porque no habían trabajado antes en el sector del libro y ni que decir que en las oficinas no hay despachos. “Se trataba de plantear una mirada nueva y esforzarnos todos, de implicarnos en esto: o estás o no estás”, resume Joan Sala, director y propietario de la editorial Comanegra, “la grande de los pequeños”, y que, con esta filosofía, cumple ahora una década de vida, sin duda diferente, en el panorama editorial catalán.
Las anomalías de Comanegra (“es la montaña más alta de la Garrotxa, la que veía cada mañana al abrir la ventana en mi infancia”) se detienen aquí: “Tenemos un crecimiento anual de un 20%”, asegura Sala (Olot, 1959), biólogo que no ha ejercido nunca, exdirector general de un grupo alimentario que tenía cinco plantas y 600 trabajadores, pero que con un grupo de amigos con los que comía a menudo hablaban de los libros que publicarían si fueran editores, que en 2007 decidieron arrancar, con un título ya iconoclasta que diría mucho del proyecto: Diari d’un astre intercomarcal, de Quimi Portet. En 2010 tuvieron su primer campanazo, La llei del mirall, de Yoshinori Noguchi (hoy, con más de 100.000 ejemplares) y él, en 2013, harto de hacer de editor sólo los fines de semana, decidió profesionalizarse en eso y, dos años después, comprar todas las acciones.
“La estructura empresarial de la edición catalana, en general, es muy frágil y encima persiste una especie de menosprecio intelectual por vender, hay algo elitista en eso, cuando la primera premisa debe ser vender porque eso permite perpetuarte en el tiempo”, defiende Sala, que como vicepresidente que también es, desde enero de 2016, de l’Associació d’Editors en Llengua Catalana, conoce bien la trastienda del oficio: “Cuesta entender de qué viven muchas editoriales catalanas, que facturan entre 25.000 y 80 .000 euros al año y que son casi la mitad”. Ante esas cifras, la década de experiencia del editor le hace verlo claro: “O eso repercute en el producto o se traduce en autoexplotación o en mecenazgo familiar; eso es insostenible más allá de unos años”. Es esa situación, agravada los últimos años por la proliferación de sellos creados por ex trabajadores de medianos y grandes grupos afectados por la crisis del sector, lo que hace le hace presagiar que “en menos de cinco años veremos más fusiones o compras y alguna que otra deserción”.
Admite Sala que el adjetivo que mejor califica el producto que lanza el equipo de cinco personas que lidera es “ecléctico”. No puede negarse echando una mirada a un catálogo que hoy conforman 276 títulos donde hay desde una recuperación de una escritora y periodista de la época republicana como Rosa Maria Arquimbau al mítico Barcelona pam a pam de Cirici Pellicer, pasando por la premiada La Noria de Luis Romero, una guía de criaturas fantásticas de Cataluña, un relato de Pere Calders ilustrado para niños, un álbum de fotografías inéditas de la Guerra Civil española hechas por un brigadista inglés o una historia del investigador Paco Villar sobre La Criolla, el local más canalla de la loca Barcelona de los años 20 y 30. La mayoría, acompañadas por ensayos o relatos complementarios que dan pie a estuches profusamente ilustrados. Y todo sin colecciones muy definidas. “Son tan diferentes porque son los libros que queremos hacer en cada momento, no a partir de los siete u ocho originales que nos llegan ya cada día… Las colecciones las vamos concretando cada vez más, pero lo que les une es que son libros reconocibles por bellos”.
Catalán al 50%
En Comanegra tampoco hay distingo entre libros editados en catalán o castellano, bilingüismo prácticamente al 50% que, como todo en Sala y su editorial, es resultado de un ejercicio pragmático: “Es por un tema de estructura de costes: si quieres ser una empresa media y editas no-ficción lo has de hacer también en castellano”, dice, recordando que vende libros también en siete países de América Latina. El mismo argumento le sirve para explicar el espectacular incremento de títulos que lanzan al año: 30 en 2014; el doble, el año pasado. “Con medio centenar cubres costes seguro para mantener la estructura; llegados a los 60, ya no haremos más sino que intentaremos facturar más afinando mejor los títulos y vendiendo más de cada uno”.
El eclecticismo ha llevado a que Comanegra lo hay probado todo (desde gastronomía a textos del sociólogo y crítico de arte Arnau Puig), excepto la narrativa en catalán contemporánea. Hasta ahora: para celebrar esta primera década lanzarán este otoño una serie cerrada de siete títulos, que serán “por encargo, con condicionantes y de gente de nombre, removiendo un poco la narrativa catalana, muy Comanegra, vamos”, define Sala sin desvelar nombres. Será un primer paso en un género que califica de “campo de minas: se publica demasiada narrativa en catalán y no se dice, pero con medias de 200 y 300 ejemplares, cuando de nuestros libros estamos entre los 800 y 1.000”. No es el único mal de la edición en catalán, piensa quien lleva ya dos ediciones como responsable de la Setmana del Llibre en Català: “En las grandes superficies el catalán no está, apenas es un 18%, ahí debemos incidir”, sostiene; pero sabe que la clave no está en la lengua: “Tenemos un problema de lectores, no de lectores en catalán: el libro tiene una competencia muy seria con la Red y los móviles por el tiempo de ocio”.
“Soy biólogo y estoy por la biodiversidad”, bromea Sala para sostener su tesis de que “no hay mercado para tanta librería especial y especializada; todos los modelos son necesarios: desde la librería-mercería del pueblo a las de grandes cadenas”. Y esa diversidad la lleva en Comanegra a todos los canales posibles: “Cuatro de cada 10 libros los vendemos fuera del circuito de librerías, como regalos de empresa, por ejemplo”. Eclecticismo.