Por Patricio Tapia
La Tercer (Ch)
Cierta vez César Aira (1949) indicó que le gustaría escribir una “enciclopedia de lo particular” y un personaje en Eterna Juventud -su nueva novela de indios- afirma que todas las cosas suceden una sola vez. La literatura como registro de lo único.
Tanto en su labor “crítica” como literaria, Aira, no obstante su entrega a las digresiones abstractas (a veces cómicas), ha enfocado parte de su atención a las singularidades absolutas: ideas, autores, recuerdos, imaginaciones (o recuerdos disfrazados de imaginaciones). Tal vez a eso se refería con una “enciclopedia de lo particular”. Y si no se dedicó a ella, algo avanzó con su Diccionario de autores latinoamericanos (2001, Tajamar lo reeditará en Chile), dirigido al lector y, en particular, a los buscadores de “tesoros ocultos”.
Es mediante el escribir que la experiencia, real o imaginaria, se rescata de la fugacidad de la vida o del peligro del olvido. Así, el tranquilo protagonista de Una aventura quiere registrar o conservar la aventura que le cambió la vida. Y en una de las sorprendentemente reflexivas conversaciones entre el gran cacique mapuche Calfucurá y su sobrino Eterna Juventud, menos interesado en la lucha que en recorrer cavernas en busca de unos extraños objetos, el anciano le confiesa a su joven pariente: “No me explico por qué se me olvidan unas cosas y otras no. ¿Quién elige? Lo peor es que siempre recuerdo lo buenas e ingeniosas que eran las ideas, pero su contenido se me evapora sin posibilidad de recuperarlo. Se pierde el tesoro, queda la nostalgia de haberlo tenido”.
El narrador de Una aventura aspira a una vida ordenada y sin sobresaltos. ¿Comparte ese gusto?
El estado estable, tanto en la vida como en la novela, es el horizonte, la línea recta, en la que van a dibujarse los accidentes. Siempre se parte de la paz para llegar a la guerra.
Él tiene un trabajo tan rutinario como extraño, “recuperador de documentos”…
La idea parte del hecho de que con la digitalización de los procesos administrativos el papeleo ha quedado obsoleto. Gran parte de la documentación en papel se habrá destruido, pero algo habrá sobrevivido, olvidado en archivos, depósitos, sótanos. Lo que se me ocurrió es que esa documentación, obsoleta e inútil, por ser un objeto físico puede contener un plus de información, que podría volverse valiosa, y una empresa podría dedicarse a recuperar ese material… No es la primera vez que a un personaje de mis historias le doy un oficio raro; cuanto más raro, más posibilidades narrativas hay en términos de desplazamientos espaciales y ocupación del tiempo.
En Eterna Juventud vuelve a un mundo que ha explorado antes, los mapuche. ¿Qué le atrae de ellos?
Mis mapuches no tienen nada (o casi nada) de los mapuches de verdad. Son un disfraz conveniente para hablar de mí sin que nadie se entere que soy yo. Detesto esa literatura del yo que ahora está de moda, pero al fin de cuentas yo no he hecho otra cosa, salvo que escondido tras un velo de fantasía.
Eterna Juventud, el personaje, colecciona unas “cabecitas parlantes”. ¿Colecciona usted algo?
Sé que tengo el gen del coleccionismo, lo que unido a ciertos rasgos obsesivos de mi personalidad podría ser mi perdición. De ahí que me haya resistido a coleccionar nada. Creo haber sublimado ese virus en mi escritura.
En el libro se habla del temor al olvido. ¿Conservar por escrito ayuda a evitarlo?
En la escritura, en cualquier tipo de escritura, hasta cuando anotamos un número de teléfono, siempre se trata de conservar algo en un soporte menos frágil que la memoria. Cuando lo que se trata de conservar es algo más complejo que un número de teléfono, por ejemplo nuestra vida, ahí interviene la literatura.
Hay enciclopedias en que lo “actual” importa menos que su valor literario. ¿Hay algo de eso para no poner “al día” su Diccionario de autores latinoamericanos?
Ese Diccionario… pude hacerlo con la energía y la capacidad de trabajo de mis 30 años. Treinta años después, el trabajo de actualizarlo me mataría. Y sería inútil. Cuando se publicó, antes de la existencia de Internet, tenía un valor informativo que hoy no podría competir ni remotamente con la Web. Queda en todo caso el valor literario, que algunos lectores generosamente le han adjudicado. Es por eso que me propusieron reeditarlo tal cual, sin tan siquiera corregir los errores.