Por Javier Rodríguez Marcos
El País(Es)
El pasado 16 de noviembre, dos días después de que la nicaragüense Claribel Alegría recibiera el Premio Reina Sofía de poesía —el más prestigioso del género a ambos lados del Atlántico—, su compatriota Sergio Ramírez obtenía el Premio Cervantes, el más importante de las letras en español. Este año, además, se cumple medio siglo de la concesión del Nobel al guatemalteco Miguel Ángel Asturias —maestro del boom y pionero con El señor presidente de la novela de dictadores— mientras Centroamérica vive un renacimiento creativo que busca recuperar el lugar de privilegio que se ganó cuando Rubén Darío, otro nicaragüense, abrió la lírica hispánica a la modernidad.
Se diría, con todo, que para un escritor centroamericano es más fácil sumar premios que sumar lectores. A nombres como los recién galardonados cabría sumar algunos habituales de las librerías españolas como los guatemaltecos Rodrigo Rey Rosa y Eduardo Halfon, el salvadoreño Horacio Castellanos Moya o dos paisanos de Alegría y Ramírez como Ernesto Cardenal y Gioconda Belli. Hay, sin embargo, muchos más, como viene demostrando el encuentro Nombrar a Centroamérica, que esta semana celebró en la Feria Internacional de Libro (FIL) su tercer aniversario con la participación, entre otros, de escritores de distintas generaciones como Erick Blandón, Isabel Burgos, Luis Diego Guillén, Mario Martz, Bernabé Berrocal o Giovanni Rodríguez.
¿Qué ha pasado en la región para que se vuelva a hablar de su literatura? “Ha pasado la paz”, responde Claudia Neira, directora del festival Centroamérica Cuenta, impulsado en 2012 por Sergio Ramírez y en el que han participado 500 narradores de todo el mundo. “Ha pasado que el contexto político ya no obliga a los jóvenes a tomar el camino del servicio militar, de la guerra o del exilio. Muchos de ellos nacieron en los años ochenta, justo cuando vuelve la normalidad institucional a sus países aunque pervivan los problemas y una violencia de raíz no política”. Neira reconoce que está por ver qué pasa con la generación que vive hoy rodeada por las maras y el narcotráfico, pero insiste en que hay una serie de autores “formados, leídos, viajados” que se alejan de la literatura “programática y panfletaria” de algunos de sus mayores sin alejarse por ello del presente. Ni de la historia.
Vida e historia
Así, títulos como Lennon bajo el sol (Tusquets), de José Andiak (Managua, 1987), o Tiembla memoria (Uruk), de Catalina Murillo (Costa Rica, 1970), conviven con la recuperación, dos décadas después de su aparición, de un libro de culto como Vuelo de cuervos (Alfaguara), del nicaragüense Erick Blandón. Si el primero fantasea con la posibilidad de que los Beatles fueran centroamericanos y la segunda narra la vida de una inmigrante en Madrid, el tercero relata la evacuación forzosa de los indígenas miskitos desde el Caribe hacia la “Tierra Libre” que les tiene reservado el Gobierno sandinista. El desencanto de la revolución a la vuelta de la esquina. “Ya verá usted cuando la reina de Inglaterra se dé cuenta de lo que nos están haciendo”, dice un miskito en la cita que abre la novela. Son historias locales “sin color local”, dice Sergio Ramírez. “El escenario es la referencia inmediata, pero no se trata de dar cuenta de la historia sino de la vida de seres humanos modificados por la historia. En eso no se distingue de la literatura universal”.
Con todo, el propio Ramírez se vuelve hacia el hondureño de 37 años Giovanni Rodríguez, autor de La caída del mundo (Mimapalabra), para preguntarle qué significa escribir en San Pedro Sula, “la ciudad más violenta del mundo”. “Escribir así es fácil”, responde este con amarga ironía al recordar que no conoce a nadie que no haya sido objeto o testigo de amenazas, secuestros o asesinatos. “Superamos los muertos diarios de Irak… Por fin somos los primeros en algo”. Catalina Neira subraya que las nuevas generaciones de escritores se enfrentan a la realidad de sus países con una mirada cosmopolita —varios han sido becados en universidades estadounidenses— y sin derrotismos. Y sin mirar para otro lado. La mirada crítica incluye por vez primera a Costa Rica, la llamada Suiza centroamericana, destino clave de la inmigración regional: un millón de nicaragüenses viven en el país que en 1948 abolió el Ejército y del que solía decirse que lo último interesante que pasó allí fue el Big Bang. “Eso se acabó”, cuenta el costarricense Luis Diego Guillén, autor de La alquimia de la bestia (Uruk). “La corrupción ha llegado hasta el poder judicial, una de las bases fundamentales del país. Hemos dado por sentados derechos que costó mucho lograr y no los hemos defendido. Debemos asumir de una vez que no somos la Suiza de ningún sitio sino parte de una Centroamérica doliente, terrible, maravillosa. Asumirlo y contarlo. La literatura está obligada a mostrar que existe un camino mejor porque lo que nos pasa no es una maldición y tenemos la capacidad de modificarlo”.
EL MÉRITO DE SACAR EL DEBATE DEL ÁMBITO ACADÉMICO
Además de presentar su última novela, Ya nadie llora por mí (Alfaguara), y su Antología personal. 50 años de cuentos (Océano), Sergio Ramírez ha participado en un homenaje a Miguel Ángel Asturias para conmemorar el Nobel de 1967 y en varios coloquios con jóvenes colegas. “Buena parte de la puesta al día de la literatura de nuestros países es mérito de Sergio”, subraya Óscar Castillo, director de la editorial costarricense Uruk, referencia en la región junto a sellos como la nicaragüense Anamá y la guatemalteca F&G, que conviven con las filiales de Fondo de Cultura Económica, Alfaguara o Tusquets. “No solo puso en marcha Centroamérica Cuenta sino que sacó del ámbito académico las discusiones de los escritores, los antologó y los difundió”. Fruto de ellos son libros como Puertos abiertos y Puertas abiertas, sendas antologías del cuento y la poesía centroamericanos seleccionadas por Ramírez y publicadas por FCE. Solo falta que la vitalidad de los escritores encuentre la complicidad de los lectores. “Cada país lee a los suyos y best sellers españoles”, lamenta Castillo, que este año publicará 20 novedades con una tirada media de 500 ejemplares. En su editorial trabajan él y dos ayudantes externos y “los autores se pagan ellos el pasaje cuando salimos de promoción”. ¿Y la relación con el resto de América Latina? “El sur es difícil. México es más receptivo”.