Por Jorge Morla
El País (ES)
Bolañista antes del tsunami Bolaño, Carlos Labbé (Santiago de Chile, 1977) es un nombre indiscutible de la nueva literatura latinoamericana. Escritor y músico, mezcla sus dos pasiones en su último libro, Coreografías espirituales (Periférica), donde un vocalista parapléjico escribe con sus ojos la historia de una afamada banda de rock.
De pequeño quería ser…
Como los panaderos que recorrían en triciclo los barrios de Santiago; quería ser autónomo, aromático y bienvenido en la calle.
¿Cuál es el mejor consejo que le dio alguno de sus padres?
En el punto más frágil de mis seis años, mi mamá me convenció de que si tomaba este medicamento hecho de miga de pan me iba a sentir invencible. “¿Te tomaste el miguín?”, me preguntaba. Y hacía efecto.
¿Con quién le gustaría quedar atrapado en un ascensor?
Con cualquier persona que tenga una bolsa de pan recién horneado dispuesta a compartir.
¿Algún sitio que le inspire?
Los lugares con agua, ojalá reventando en la orilla o, en su defecto, cayendo desde el cielo.
¿Cuál ha sido el mejor regalo que ha recibido?
Fue un préstamo, más bien. Las llaves de una casa de verano en Victoria, en el territorio mapuche, donde conocí a la Mónica Ramón Ríos.
¿Para qué sirven los premios?
Si lo otorga una comunidad de personas amantes de la creación, sirve como convite a construir una identidad. Si lo otorga una empresa privada para lavar dinero, sirve como deuda, como bumerán que volverá implacable sobre la obra premiada.
¿Qué significa ser escritor?
Creo que es el oficio de hacer bailar a alguien que lee críticamente.
¿Y músico?
Iba a decir: “Creo que es el oficio de hacer leer el cuerpo de alguien que quiere bailar contigo”. Pero eso es una ambición, no una definición.
¿Cómo conviven dentro de usted esas dos bestias?
Se leen mutuamente. A veces se sacan a bailar.
¿Cuál es el último libro que le hizo reír a carcajadas?
Me cuesta reírme así, tengo que estar bajo alguna influencia para eso. Tal vez I Love Dick.
¿Y cuál mataría por haber escrito?
El Decamerón, para que no me mate la peste. Las mil y una noches, para que el gobernante posponga mi muerte.
Como chileno, ¿siente la sombra de Bolaño?
Bolaño no era chileno, era un mexicano-catalán nacido en Chile. Eso se comprueba en sus decisiones léxicas y en su política literaria.
Hizo una tesis sobre él. ¿Qué aprendió?
Aprendí sobre polifonía, sobre subalternidad y sobre business.
¿Los detectives salvajes o 2666?
Los detectives salvajes. Es una buena novela de fin de siglo.
¿Qué le hace suspirar?
El olor a pan recién horneado.
¿Cuál ha sido su gran experiencia?
La experiencia personal es como el pan. Es deliciosa y común, pero se añeja en un día.
¿Qué le diría a Bachelet si la tuviera delante?
Le preguntaría por qué se negó a llamar a plebiscito para crear una nueva Constitución.
¿Dónde no querría vivir?
En el capitalismo rampante.
¿Qué lo deja sin dormir?
Las estrategias para no sucumbir al capitalismo rampante.
¿Tiene un sueño recurrente?
Un dormitorio completamente blanco, sin ninguna fuente de luz. Frente a mí, mi deseo, sin ninguna fuente de deseo.
¿Y un olor preferido?
Del pan recién horneado, cómo no.
¿Qué siente cuando ve su foto en los diarios?
Enajenación. Luego pienso que nadie puede conocer a nadie a través de una foto; pienso que si alguien me ve fotografiado, creería que soy nada más soberbio, enojón y retraído.
Respecto a su trabajo, ¿de qué está más orgulloso?
De la comunidad literaria a la que iría perteneciendo con cada lectura.
¿Cuál es la noticia que siempre ha esperado leer?
Que se ha extinguido el capitalismo sobre la Tierra.
¿Cómo ve el futuro de Chile?
Todo indica que el país se hundirá en 75 años por el calentamiento global, salvo la Patagonia y Los Andes. Mi esperanza es que en el intertanto logremos refundar una federación descentralizada donde todas nuestras comunidades encuentren trabajo y justicia a lo largo del territorio, subordinadas a un orden ecológico.