Por Sara Malagón Llano
Revista Arcadia
La exposición Björk Digital, que se inauguró el lunes 25 de septiembre y estará hasta el 8 de octubre en Corferias, es el evento final de Colombia 4.0, la cumbre de contenidos digitales que el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTic) organiza todos los años. En esa cumbre se encuentran la animación, los videojuegos y una agenda académica con temas como desarrollo web, desarrollo móvil, publicidad digital y ciberseguridad. “Pero antes nos faltaba un tema clave –dice Juanita Rodríguez, directora de Transformación Digital del MinTic–: el arte. Por eso el Ministerio trajo y financió la mayor parte del montaje [que costó más de 900 millones de pesos] de esta exposición: para mostrar que todos los campos están siendo permeados por lo digital y que todos los sectores de la economía en Colombia pueden usar lo digital para crecer; incluso, como lo muestra esta exposición, el sector artístico”. A diferencia del resto de ciudades por las que ha pasado, Björk Digital en Bogotá es gratuita, con inscripción previa. Aunque los cupos ya se agotaron, según el diario El Tiempo, próximamente se abrirán más.
Para el montaje, el ministerio trabajó con el productor inglés Derek Birkett –desde la visión de Björk y James Merry– y con el equipo que se encargó de la muestra en México, que vino a montarla en Corferias gracias a una alianza de MinTic con Páramo, la productora que organiza eventos como el Estéreo Picnic y que, en este caso, se encargó de esa parte de la negociación.
En términos temáticos, Björk Digital es el resultado de una experiencia personal e íntima que la cantante quiso mostrar de una manera distinta. “Björk está a punto de sacar un nuevo disco, pero ya con las canciones de Vulnicura empezó a desarrollar piezas en realidad virtual que fueron a dar a tiendas de discos”, cuenta Mariela Martínez, una de los productores mexicanos que estuvo en Bogotá.
La exposición está basada precisamente en algunas canciones de ese álbum, Vulnicura, lanzado en 2015. El tema central es la ruptura con quien fue su pareja durante 15 años, el artista estadounidense Matthew Barney, con quien Björk tuvo una hija, Isadora. “El desamor dio paso a la lucha por renacer. Björk inició un proceso de sanación vertiendo ese dolor en las canciones. En ellas, como si se tratase de un diario, confiesa la devastación y detalla la lucha por mantener a su familia intacta. Vulnicura es la historia de la resurrección de ese corazón, un viaje de reencuentro consigo misma”, escribió Ignacio Gomar en El País de España cuando se lanzó el disco. Según Gomar, ese proceso llevó a Björk a producir un álbum con los sonidos de cuerdas y ritmos electrónicos de sus primeros discos.
También en 2015, el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York presentó una retrospectiva de los 22 años de carrera de Björk, desde el lanzamiento de su primer álbum, Debut (1993), hasta Vulnicura.
La exhibición fue muy criticada en su momento. “Un raro consenso de los críticos ha recibido a Björk, del Museo de Arte Moderno. Björk no tiene lesiones. Todos los críticos (ahora incluyéndome) se apresuran a reconocer su genio musical y su carisma personal. Es una fuerza creativa tremendamente experimental (y por lo tanto falible), pero no una marca deslucida (…). En lo que parece un favor que el museo le hace a la cantante, el MoMa hace el ridículo a la manera de un wannabe groupie [pseudo fanático]. La dignidad de Björk perdura. La del museo desaparece”, escribió Peter Schjeldahl en The New Yorker en marzo de 2015.
Y sin embargo, en una esquina del museo, entre los videos y los atuendos estrambóticos, estaba la primera etapa de la exposición que hoy llega a Bogotá: la sala de “Black Lake”, donde empieza la inmersión de nosotros en la experiencia del dolor de Björk: “‘Black Lake’ es una canción que la cantante realizó en colaboración con Andrew Thomas Huang, un gran director. Juntos desarrollaron también las otras piezas, donde ella va presentando la vivencia de todo el duelo por su separación. El disco gira alrededor del rompimiento, pero también del renacer después del duelo”, dice Martínez.
Esa primera etapa es la del dolor desgarrado: “Soy una herida / Mi cuerpo pulsante / Un ser de sufrimiento / Mi corazón es una lago enorme /Negro de poción / Estoy ciega / Ahogándome en este océano”. ‘Black Lake’ ocurre en una sala con 50 canales de bocinas que están distribuidas en el piso, en las paredes y en el techo. “Eso se hizo así –dice Leonardo Lambertini, productor mexicano a cargo del tema tecnológico en el montaje– porque se está tratando de recrear el sentimiento de estar en una cueva junto a ella. Según su posición en el video, la voz va cambiando de canal. Se trata de recrear de alguna manera el eco, la acústica de ese lugar. Por eso esta mezcla, que es tan compleja que tuvo que venir a hacerla quien hizo la mezcla original. Esa persona dedicó dos o tres días a escuchar la pieza en este espacio, y a mezclarla para que se escuchara como se diseñó originalmente con Björk”.
Björk Digital es una experiencia en la que el público se va acercando a la tecnología de manera escalonada. Por eso la primera estación consiste solo en video y sonido. La segunda sala, en cambio, tiene tres experiencias de video 360 grados. “Son secuencias de video, pero el usuario puede voltearse, mirar arriba, abajo o a los lados y ver diferentes ángulos de una misma historia. La tecnología de esa sala son teléfonos inteligentes con Samsung Gear VR, las gafas para los teléfonos”, dice Lambertini. Con ellas, y unos audífonos por los que se escuchan las canciones ‘Mouth Mantra’, "Quicksand" y ‘Stonemilker’, el público se traslada al interior de la boca misma de Björk –“Mi garganta se siente aturdida / No estaba permitida / No estaba herida / Hay una tristeza vocal”– y a unas playas islandesas: “Islandia es una parte muy importante de esta exposición. En Vulnicura ella decide, para sanarse, regresar a su tierra, al centro del volcán, a encontrar su herida y así poder cerrarla. Los panoramas islandeses también son muy importantes para entender por qué Björk es una artista tan particular y única. Ella creció en una tierra sin árboles, donde no hay vegetación más que el moho que crece sobre la piedra. Todo eso ayuda a entenderla”, dice Martínez.
La última sala ofrece dos experiencias de realidad virtual. La diferencia entre 360 grados y realidad virtual es que lo primero son secuencias de video y lo segundo, gráficos 3D que se generan en tiempo real, con los cuales el público puedes interactuar. Desde la etapa de realización de estas piezas se utilizó mucha tecnología: los movimientos de Björk fueron capturados con Motion Capture en el estudio de Andy Serkis, que es quien hizo a personajes como Gollum, de El señor de los anillos. Lo que vemos son, entonces, los movimientos reales de las danzas de Björk. Luego estos se reproducen en un Engine 3D, que es lo que nos permite movernos en el espacio, girarnos, interactuar con los gráficos.
“Bjork cree en la no separación de lo biológico y lo científico –dice Martínez–. Para ella la biología y la ciencia [como lo muestra otro de sus trabajos, Biophilia] son la misma cosa. Cuando imaginas algo, lo creas. Ese acto es lo que la lleva a pensar que la ciencia es aquello que permite que nuevas cosas nazcan. La ciencia, en ese sentido, también es un arte: es algo sensible, algo que se manifiesta, pero que viene de la imaginación humana. Ella siempre ha tenido esa fascinación”.
La exposición va in crescendo no solo porque con cada fase la tecnología mejora y se vuelve más impresionante, más inmersiva y más aisladora –a propósito, hay algo de perturbador en aquello de llegar a una exposición en la que cada cual está sumido, en silencio, en un mundo propio, aislado del resto, viviendo algo que desde afuera, ante los otros, no es nada. No es verificable. Este tipo de experiencias son la manifestación del individualismo más extremo. No me gustaría imaginar un mundo futuro en el que la experiencia compartida de un concierto en vivo, de una película, de una muestra de arte, se reduzca a unas gafas de realidad virtual que nos separan. Aún así, es una vivencia sobrecogedora–.
La muestra también va in crescendo en tanto que las diferentes etapas del duelo nos conducen finalmente al engrandecimiento y la liberación de quien es capaz de superar el dolor. "Si me arrepiento de nosotros / Estoy negándole a mi alma crecer / No borres mi dolor / Es mi oportunidad de sanar", canta Björk en "Notget". La cueva, entonces, es la tristeza, el desamor profundo. Luego está la pasividad del dolor, una mirada desde las entrañas: algo de aceptación y de un proceso de sanación que apenas empieza. Aquello termina con el crecimiento personal a partir del dolor. Con la apertura.
En las últimas etapas, las más impactantes a nivel tecnológico, el dolor no se ha ido del todo, pero vemos a una Björk que crece frente a nosotros, que nos contiene, que nos supera, y que se vuelve aérea. Se difumina en partículas de colores. En una de las últimas fases, tal vez mi preferida, el espectador carga unos controles que se convierten en manos virtuales con las que podemos tratar de tocar a Björk. Y digo tratar porque Björk se desvanece. Se acerca, nos atraviesa, pero al hacerlo su figura se difumina. Uno puede intentar besarla, porque su boca termina justo al frente de la nuestra, pero se desvanece en un instante. Esto es la tecnología al servicio de la metáfora: el duelo amoroso conlleva la presencia fantasmagórica e irreal de aquel que se hace presente todo el tiempo en la mente, pero que físicamente ya se ha ido. Esas presencias sólo perduran en el recuerdo. Intentamos tocar a Björk como intentamos tocar, alcanzar o recuperar al ser querido que ya no está. Eso es Björk en este mundo de colores y símbolos.