Por Fernando Díaz de Quijano
zendalibros.com
"Estimado Google"... Con esta fórmula de cortesía tan convencional comienza la solicitud de empleo más atípica que pueda imaginarse. La redactan al alimón Mateo y Olga, dos personajes muy distintos unidos por unas mismas inquietudes, que protagonizan la última novela de Belén Gopegui (Madrid, 1963). Quédate este día y esta noche conmigo (editada por Literatura Random House) es la vía que la escritora ha utilizado para cantarle las cuarenta a la todopoderosa corporación que marca las pautas comunicativas e informativas de la mayor parte de la población mundial.
En la marcada línea política que caracteriza a la autora de Acceso no autorizado, la novela indaga en conceptos fundamentales como la libertad, el mérito, el yo o la desigualdad social y asuntos de gran relevancia para nuestro presente y nuestro futuro próximo, como la robótica, la inteligencia artificial, el análisis predictivo o el enorme poder acumulado por Google, que en determinados ámbitos supera al de la mayoría de los Estados.
Olga es una matemática y empresaria jubilada y Mateo un joven estudiante de ingeniería. Se conocen en una biblioteca y forjan una estrecha relación a partir de su pasión común por la robótica. El chico, criado en un entorno social y familiar precario, está obsesionado con Google y, como suele ocurrir en estos casos, profesa iguales dosis de amor y odio hacia la compañía. Tuvo el sueño de entrar en su Universidad de la Singularidad a pesar de no tener un expediente ni unas ideas brillantes, y ahora Olga le ayuda a redactar esta insólita y extensa carta de presentación en la que los protagonistas pintan a Google como un ente maquiavélico que secuestra la libertad de los ciudadanos proyectando una imagen desenfadada.
Pregunta.- ¿Cuál es la cuestión principal que dio origen a esta novela?
Respuesta.- Hay varias. Una muy importante es la libertad, hasta qué punto somos libres o no y en qué medida lo que se reflexione acerca de esto tiene consecuencias sobre nuestra idea del mérito y de cómo debe organizarse la sociedad. Por otra parte estaba la reflexión sobre el papel que tienen grandes corporaciones como Google en la vida de las personas.
P.- La novela habla de Google como una empresa autoritaria y antidemocrática, pero lo cierto es que cedemos nuestros datos de forma voluntaria y lo usamos porque queremos. ¿Qué piensa de esta paradoja?
R.- El poder no se ejerce solo desde la coacción, sino creando los medios para que determinados fines se realicen y otros no. Google en este momento es de las pocas compañías que pueden mantener servidores de correo eficiente y global; para mí eso también es una manera de ejercer el poder. No deja de ser llamativo que el servicio de correo electrónico no sea estatal, que sería lo lógico, porque al fin y al cabo maneja los datos de las empresas y de millones de ciudadanos de un país.
P.- ¿Hay marcha atrás posible en esta acumulación de poder por parte de Google?
R.- En este momento es difícil, para revertir ese poder debería haber un cambio político muy fuerte. Pero no es imposible.
P.- ¿Qué lecturas han inspirado o guiado la escritura de esta novela?
R.- Hay un colectivo llamado Ippolita que tiene algunos libros contrahegemónicos sobre Facebook y Google que me han servido y que son muy interesantes, la mayoría de ellos accesibles a través de la red. También he leído la conversación de Julian Assange con Eric Schmidt [creador de WikiLeaks y CEO de Google, respectivamente. Ambos mantuvieron una reunión secreta de cinco horas en 2011, mientras el primero se encontraba bajo arresto domiciliario en una zona rural del Reino Unido]. También he leído bastante sobre inteligencia artificial, especialmente de Marvin Minsky, un autor que me gusta mucho. Escribió un libro que aquí se tradujo como La sociedad de la mente, que habla de cómo nuestra conciencia está constituida por muchísimos procesos diferentes que a veces se llevan la contraria entre sí. También he leído sobre los algoritmos de Google, cuestiones de probabilidad, La señal y el ruido [de Nate Silver], La teoría que nunca murió [de Sharon Bertsch McGrayne], un libro muy bonito, entre la novela y el ensayo, sobre el teorema de Bayes, dentro de la teoría de la probabilidad.
P.- En el libro discute el concepto de mérito. ¿Qué hay de malo en él?
R.- Creo que el mérito es una noción que debería abolirse. No creo que sea un criterio útil ni bueno para la vida en común. Una cosa es medir el esfuerzo que pueden realizar las personas, pero otra cuestión es puntuar ese esfuerzo y en función de eso generar desigualdades. Pensar que lo que ha hecho una persona tiene más mérito que lo que ha hecho otra nos lleva al mito de la igualdad de oportunidades. ¿Cómo puedo medir si una persona tiene más mérito que otra? Solo si partimos del mismo lugar, y, como creo que eso es imposible en una sociedad como la nuestra, al final eso nos conduce hacia una sociedad desigual. Leí un artículo precioso de César Rendueles, Contra la igualdad de oportunidades, con el que estoy muy de acuerdo, porque viene a decir que los privilegios son degradantes porque una sociedad desigual es mala para todos, tanto quienes se benefician como quienes carecen de ellos.
P.- ¿Pero no cree que premiar el mérito puede precisamente ayudar a paliar la desigualdad? Pienso, sin ir más lejos, en el protagonista de la novela, un estudiante que debe hacer frente a una situación familiar y económica nada favorable.
R.- Sí, pero la cuestión no es si tiene más o menos mérito que otros. La cuestión es que la ficción del sistema de becas legitima al que tiene una vida más plácida. Es como decirle: "No te preocupes, sigues teniendo derecho a tener tu vida plácida porque a los que no la tienen les damos una beca para compensar". Y creo que lo que hay que hacer es trabajar por que todo el mundo tenga una vida suficientemente plácida. Y no estoy en contra de las becas, porque una cosa es hablar de lo que sería ideal y otra cosa que no haya que buscar soluciones inmediatas a los problemas.
P.- Los dos protagonistas de la novela tienen interés por la robótica, que entiendo como una extensión del de la propia autora. ¿Qué le interesa o preocupa de este tema?
R.- Me llama la atención que, así como en la literatura y el arte se usan estas ideas de compromiso e izquierda, parece que la ciencia está más separada de la política, cuando es evidente que no es neutral. La ciencia se formula las preguntas que es posible preguntar. La Unión Europea y Estados Unidos establecen los objetivos del milenio y en eso se concentra el 90 % de las inversiones. Pero, ¿por qué esos objetivos y no otros? No se incluyen en los debates públicos. La estadística nació como una ciencia pública que servía a los estados para conocer la situación de sus ciudadanos, pero se ha privatizado. Es un problema político muy grave, pero estamos más pendientes de cosas menos importantes y todo lo que tiene que ver con la ciencia lo dejamos en manos de la inversión privada. Creo que los avances que se están produciendo en inteligencia artificial, robótica y estadística están yendo a parar a manos de empresas privadas que los están usando para fines que no son los mejores. Deberíamos intervenir más y estar más pendientes, la ciencia debería ser objeto de debate político.
P.- ¿Le sorprende que no haya más narradores que se preocupen por este tipo de cuestiones políticas que atañen a todo el mundo?
R.- En parte sí. Pero igual que la ciencia no penetra demasiado en los debates sobre el común, tampoco lo hace la literatura. Creo que todavía pesa sobre ella una idea de lo que debe ser una novela un poco antigua.