Por Carlos A. Maslaton Foto Ale López.
Clarín (Ar)
Un hombre decide morir y salta al vacío. Muchos años después, su hijo reconstruye esa vida, busca pistas, recaba testimonios, intenta armar el puzzle que la muerte de su padre dejó y al que le falta la pieza del por qué. Pero ese hijo-el periodista y editor Martín Sivak-, no se engaña: a veces, no hay respuestas, y las palabras, aunque tramen un relato coherente, no sirven para curar nada: hay heridas que no cicatrizan nunca.
El salto de papá (Seix Barral) es una memoria, un libro de no ficción que recorre la vida del banquero y abogado Jorge Sivak, pero que también ausculta la década del 80, mostrando los contactos del biografiado con nombres como Mohamed Alí Seineldín, José Luis Manzano, Enrique Gorriarán Merlo, Alejandro Lanusse, Daniel Viglietti,y hechos como el secuestro y asesinato de su hermano, el empresario Osvaldo Sivak (en 1985). Además de los modos de funcionamiento de la política y las finanzas en el tránsito que va del alfonsinismo al menemismo.
El padre de Martín se suicidó el 5 de diciembre de 1990, el día en que se decretó la quiebra de su empresa, el banco Buenos Aires Building. A partir de ese hecho hay un viaje hacia atrás emprendido por la pluma milimétrica de Sivak, con un ojo agudo para el detalle y la ironía que desarma los simulacros de la escena pública. O la falta de autocompasión, que lo lleva a escribir: “Un grandulón de cuarenta años que aún escribe sobre su papá”. Pero eso no le impide componer una bella elegía en la que la emoción y la alegría por los buenos momentos vividos no escasean.
-Jorge era un banquero sin pasión por los negocios. Era marxista, había estado preso por razones políticas, tuvo conexiones con grupos armados, pero llevaba una vida acomodada. ¿Cómo sobrellevaba esas contradicciones?
-En la vida cotidiana, todo eso formaba parte de la normalidad. El orden en mi casa era ese orden: que se podía tener un banco y escuchar y ser amigo de Daniel Viglietti, un cantautor de izquierda. Ese mundo obvio que era contradictorio, pero a los ojos de sus hijos, no estaba puesto como una contradicción. Porque a mi papá no le interesaba la acumulación dineraria sino el poder, la política, la influencia. Y todos los negocios tenían un sentido político, y eso también era un problema. Cuando el banco estaba a la deriva, pensó en salvarlo con negocios absurdos con la Unión Soviética o con Polonia, exportando la cadena de comidas rápidas Pumper Nic. Los carapintadas, a los que recurrió durante el secuestro de su hermano Osvaldo, empezaron a participar de negocios en el banco. Pero no porque estuviera planeando una alianza estratégica con ellos.
-¿Entonces?
Era parte de esas informalidades, de la desorganización y de cierta bondad excesiva que lo llevó a convertir el banco en un tenedor libre de José Luis Manzano. Para cualquiera que entendiera un poco de política y negocios no era lo más recomendable. Y fue lo que hizo, y por eso fue tan errático como empresario, y en ningún momento puso en cuestión su condición de marxista leninista. Cada tanto le decía a su secretaria: “Voy a una reunión” e iba a los grupos de estudio de Marx. A la distancia, no era un mundo sensato, pero fue el que vivimos. Y tuvimos momentos muy lindos, como nuestra pasión común por Independiente. Mi papá no tenía culpa por tener plata y ser comunista. Sí por otras cosas, como por qué habían secuestrado a su hermano y no a él, o al Colorado, un amigo de la militancia, desaparecido por la dictadura. Pero nunca se mostró como una persona vulnerable, salvo en los tres meses finales, en los que la depresión lo abatió. Pero durante el secuestro de su hermano, por ejemplo, siempre se mostró optimista y nos dio esperanza de que mi tío fuera a aparecer vivo. Tenía una vitalidad y una capacidad para desdramatizar las peores situaciones.
-¿Hablar con su psicoanalista le aportó algún elemento más para conocer las causas que lo llevaron al suicidio?
-Llegué a esa charla con hipótesis ajenas y mías, pero no esperando encontrar la verdad. El psicoanalista planteó algo que yo ya sabía, que era que mi papá, como había sido un preso político y sentía cierto orgullo por eso, no podía soportar la perspectiva de terminar preso por un delito económico. Un colega me señaló que no queda claro cuál era el delito económico. No era grave. Cuento que para salvar a su empresa, pagó coimas en el Banco Central, a ministros, a diputados. No lo juzgo, fue el modo que encontró de intentar salvar al banco. Pero no se transfirió a su cuenta dinero para estar a salvo. Tenía un sentido de la relación con el dinero también particular: se podía pagar coimas pero no se podía robarles plata a los ahorristas. Para él hubiera sido impensable abrirse una cuenta en Suiza. Creo que su miedo de terminar en la cárcel fue parte de un delirio. Podía haber terminado en la cárcel o no y, de hecho, los gerentes que quedaron manejando la empresa estuvieron procesados un tiempo y luego se reintegraron al sistema bancario.
-En el libro cuenta que minutos antes de matarse, llamó a su casa para hablar con usted y su hermano pero no los encontró. ¿Pesa esa despedida que no fue?
-Pensé miles de veces en esa llamada. A la larga no cambia nada y si hubiésemos atendido el llamado quizás hubiera sido peor. Por ahí me quedé con ese último gesto: no que no pudiéramos hablar, o qué hubiese pasado si hubiésemos hablado, sino ese gesto final de querer escucharnos las voces a mi hermano y a mí. De chico pensé mucho en ese llamada, en si hubiésemos podido hacer algo. Pero creo que no hubiera cambiado nada. Ya había tomado su decisión.
-¿Cuál es el patrimonio que les legó?
-Quizás el patrimonio haya sido empujarnos, en algún sentido, a la política, la Historia, el periodismo, la lectura, la música, exponernos al mundo, tratarnos como adultos, ser muy cariñoso, que es una de las cosas más lindas de mi papá y, creo, uno de sus legados. Exponernos, en el buen sentido, a una serie de temas, preguntas, personas, que nos marcaron. Mi papá tenía una gran sensibilidad para vincularse no sólo con figurones sino también con personas no importantes. Socialmente, era bastante bilingüe. Exponernos a ese mundo fue para mí una marca.