Por Jorge Morla Foto Santi Burgos
El País (Es)
Con la terca presencia de un conflicto presente en el ambiente, el Festival Eñe quiso mirar a un conflicto en proceso de entrar al pasado. Bernardo Atxaga y Eduardo Madina habían coincidido en La pelota vasca, la piel contra la piedra el documental sobre ETA que Julio Medem dirigió en 2003. Desde entonces y hasta ayer, no se habían visto. “Hablar hoy de literatura no es esconderse”, dijo Atxaga, recién llegado de Barcelona. “Nuestra patria principal es la vida cotidiana. Hay que hablar de todo, no dejar que la política lo sepulte todo”, señaló el escritor, que comenzó a escribir “no para ir a la luz, sino para escapar de la oscuridad”.
“Una de las verdades más amargas de los conflictos es que no se toma en serio a los adversarios,” expuso Atxaga ayer en la novena edición del Festival Eñe, en el madrileño Círculo de Bellas Artes. “Mi generación leía para escapar de la realidad”, contó el exdiputado socialista, víctima de la banda terrorista, que reconoció que “al lado de Bernardo me cuesta hablar”. Dos hombres que vivieron en su geografía una situación “muy parecida a la que se vive hoy en día”, apuntó el moderador, Javier Gómez Santander. “En España siempre ha habido un elemento reactivo a las periferias”, señaló Atxaga. “Siempre hay una patria a mano para tapar las carencias de la política”, replicó Madina.
Un intelectual politizado que no se atreve “a vaticinar el futuro del conflicto catalán” y un político intelectualizado que con Cataluña se mostró más optimista con ese “espejo roto que es Cataluña”. Hablaron de nacionalismo, de literatura, de la vergüenza de vivir el conflicto en la propia tierra y del alivio que supuso el fin de la banda terrorista. “Euskadi hoy es un lugar aligerado”, dijo Atxaga. “Los años posteriores al trauma han empezado a pasar. Ahora se puede hablar del tema. Ahí está Patria, de Aramburu”, cerró Madina volviendo a la cultura.
Premio a Bonald
“Agradezco muy de veras a los causantes del premio este premio”, dijo con sombrero José Manuel Caballero Bonald, ganador del premio Festival Eñe. “Las palabras se van fatigando, como el cuerpo. Acepto el premio a la trayectoria por lo que tiene de reconocimiento a la constancia”. A sus 90 años, el narrador y poeta jerezano inauguró un premio que pretende reconocer la obra y trayectoria de escritores incontestables de nuestra lengua, y terminó diciendo que “hay 155 buenas razones para defender el diálogo”.
Si tú me escribes bien lo dejo todo era el nombre de la charla que organizó EL PAÍS, en la que Tereixa Constenla moderó una charla de Juan Cruz, Isaías Lafuente y Sergio del Molinosobre la vitalidad de nuestro idioma en tiempos de inmediatez. “¿Preferimos este mundo con faltas de ortografía o el de hace 60 años, cuando la mitad era analfabeta?”, se preguntaba Lafuente. “La gente habla mejor de lo que escribe”, señaló Juan Cruz. “Hay unas reglas de la cortesía que se pierden al escribir en las redes sociales”, replicó Del Molino. Una sociedad sin cortesía por escrito de la que también hablaron Manuel Vicent y Raúl del pozo, que hurgaron en los secretos del periodismo. Los dos columnistas rememoraron anécdotas de su vida, del Café Gijón y del mundo del periodismo. También rencillas del medio. “Mañana, sobre esta charla, ni de mí van a hablar en EL PAÍS ni ti en El Mundo”, dijo entre risas Del Pozo. Por esta casa que no quede.
El último acto en el teatro Fernando de Rojas fue una disección. La que Borja Hermoso perpetró sobre Carlos Boyero. “Chocar continuamente a lo largo de la vida produce un gran desgaste”, arrancó el crítico cinematográfico. “Pero no puedo evitarlo”. Juntos defendieron los prejuicios, hablaron de principios inamovibles y desgranaron los altibajos de su amistad.
“No sabe hacer la maleta, un extracto bancario es para él un jeroglífico”, recordó Hermoso sobre Boyero. “Prefiero ser odioso que educado y aguantar lo que no quiero”, confesó el polémico crítico, que habló de cine, de series, de literatura y del escándalo Weinstein. Un tipo, las palabras son suyas, “que solo ha intentado sobrevivir con dignidad” y que se debe a la ceremonia mágica de meterse en una sala de cine oscura. Le pasa como a Jessica Rabbit. ¿Qué culpa tendrá de que le hayan dibujado así?
Esto es solo una muestra de lo que ofreció un festival en el que, como un bufet en lo que todo tiene buena pinta, la clave no es saber elegir sino saber renunciar. Andrés Trapiello, Carlos Pardo, Marina Gracés, Elvira Navarro. Así hasta 100 autores repartidos en 30 actividades solapadas entre sí durante el viernes y el sábado. Cultura para refugiarse del chaparrón político. Y para rendir culto a lo único que merece culto: la palabra.
De la poesía a la fotografía
Ya había advertido Antonio Lucas, director literario, que en otras ediciones del festival la poesía había estado presente, “pero había sido tímida”. Para remendarlo, el salón de baile del Círculo fue escenario de recitales poéticos durante todo el Eñe. Julieta Valero, Lorenzo Oliván, Teresa Soto o Mariano Peyrou soltaron sus versos en un escenario que ya el viernes vio cómo Diego y Fernando Doncel esgrimieron su Poesía electrónica. “o algo que no rime / venga si existe hable si no / descompense lo que pueda y duela / se enturbie sol gemelo”, recitó Peyrou de su libro Temperatura voz. Para terminar, entrada la noche, recitaron Karmelo C. Iribarren y Pablo García Casado. Poesía desnuda, que busca las dobleces de la realidad. Y, lo más importante, poesía con público. Un público atento en un salón de baile, porque la poesía tiene más que ver con la música que con la palabra.
A la una de la tarde tuvo lugar una conversación entre el periodista Manuel Jabois y el fotógrafo Alberto García-Alix. Autodidacta “porque no tenía otro remedio”, el maestro de la fotografía habló con el periodista de vocación, de drogas, de amigos perdidos y de sus comienzos. “Hacer fotografía es un ejercicio que todavía me atrapa. La cámara te pide. Un ejercicio de búsqueda mágica”, confesó al auditorio con su voz rasgada.
García-Alix no es nostálgico, pero la nostalgia “es un ingrediente de la sopa de la foto que me gusta”, le dijo a Jabois, con quien también habló de cómo construir una mirada a través de la cámara: “una forma de ver es una forma de ser y una forma de ser es una forma de ver”.
Alix recordó sus orígenes, cómo una mala bajada de ácido le llevó a pensar que no valía para nada, y que necesitaba hacer algo. Eso le llevó al laboratorio de fotografía. “¿Te reconciliabas contigo mismo al fotografiar?”, le preguntó Jabois. “No. Eso es pedirle demasiado. Pero era mío”. “¿Cómo es el Alberto García Alix del futuro?”, preguntó Jabois. “No lo sé”, finalizó García-Alix. “Solo sé que quiero seguir jugando”.