Por María Antonia Giraldo G. Foto Shutter Stock
El 23 de abril de 2016 más de 10.000 personas llegaron a la firma de libros del youtuber chileno Germán Gamedia en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. El recinto colapsó dando lugar a un fuerte debate entre los periodistas culturales, la opinión pública y los jóvenes seguidores de las varias estrellas de Youtube que hay en Colombia. Más allá de las consideraciones del debate, una de las evidencias del suceso es que el libro no está muerto para las nuevas generaciones.
A principios del siglo XXI, cuando Amazon creó su librería digital y popularizó el lector electrónico Kindle, al tiempo que Apple su tableta iPad, se pensó que la industria editorial cambiaría su forma, tal y como le sucedió a la industria musical, que gracias al fenómeno de Napster y a los reproductores de música portátiles tuvo que repensar sus formatos y fuentes de ingreso. Sin embargo, el libro impreso, al contrario de la música en formatos físicos, sigue mostrando buena salud; las nuevas generaciones lo han acogido y resignificado.
En la actualidad, el libro puede ser una obra en sí mismo, es decir, que el lector puede relacionarse directamente con el objeto y vivir su experiencia lectora de manera individual. Sin embargo, han surgido otras formas de consumo cultural que involucran varios medios y producciones en simultánea, sistemas de entretenimiento transmedia de los que el libro puede llegar a ser parte y en respuesta a ellos es que cambia sus formas. Los libros que se encuentran dentro de estos sistemas no responden únicamente a la necesidad de expresión de un autor determinado, sino que interactúan de diferentes maneras con los otros productos del sistema y se construyen a través de esta interacción.
Una nueva forma de consumo
Gracias a los avances tecnológicos, la sociedad actual ya no realiza sus consumos culturales aisladamente, sino que interconecta varios productos para elaborar una experiencia más compleja que le permita al usuario disfrutar de una historia en los formatos de su preferencia. Es así como las grandes sagas no se reducen al cine o a la literatura, sino que se puede acceder a una historia en diferentes productos dependiendo de la forma en la que el público la reciba, incluso este puede llegar a intervenir directamente en la producción de los contenidos. La obra ya no se encuentra en un único medio, sino que se construye a través de la suma de las diferentes manifestaciones que el usuario haga posibles. Dentro de estos sistemas, el libro puede jugar diferentes roles. Por un lado, puede ser el receptáculo de la historia seminal, es decir, el producto que da inicio a un sistema narrativo o puede ser parte de una de las expansiones del sistema transmedia.
Nuevas definiciones
Según el profesor Pierre Lévy, nos encontramos en la era de la inteligencia colectiva, que permite un tipo de entretenimiento más elaborado donde los diferentes medios interactúan en busca de una experiencia completa. El mensaje no llega a través de un mismo canal o en un mismo formato, sino que puede modificarse y fragmentarse en múltiples posibilidades; el autor también se fragmenta de esta manera, pues varios crean en conjunto la experiencia y trabajan con el lector para darle continuidad a la obra. Dentro de esta concepción de creación contemporánea, el libro impreso se convierte en el medio perfecto para recoger las experiencias digitales más exitosas, que ameritan ser preservadas y analizadas con mayor detalle de manera posterior; ya no es una obra por sí mismo, sino que hace parte de un sistema. Aunque se puede disfrutar como una obra independiente, ha empezado a jugar un papel determinante dentro del conjunto.
Los contenidos de los libros que provienen de experiencias transmedia tienen una relación directa con otros productos y se configuran de acuerdo con ello. Mantienen una línea discursiva, una estética y una estructura que confluye con otros productos, los alimenta y se alimenta de ellos. Además, es posible que en su elaboración haya intervenido el usuario, no solo aportando sus ideas y experiencias, sino como fan que quiere contribuir al sistema y su trabajo resulta lo suficientemente exitoso como para convertirse en parte de él. Tal es el caso de Cincuenta sombras de Grey, que surgió como una fanfiction de Crepúsculo y terminó convertido en un sistema en sí mismo.
Aunque la literatura de ficción sigue siendo protagonista dentro de la industria editorial, también hay espacio para otro tipo de contenidos que en su variedad no permiten una clasificación dentro de un género específico, como los libros de los youtubers y los blogueros que son una extensión de su producción en línea, la cual suele tener una amplia variedad temática, pues depende tanto de la subjetividad del autor, como de la coyuntura o las peticiones de los consumidores.
El autor ya no se define como aquel que decide expresar su subjetividad para darle vida a una obra que luego cobrará otros significados con la lectura, sino que diluye su autoridad a manos de un lector que también se vuelve autor. Vilarinño y Abuín en su artículo Historias multiformes sobre el ciberespacio, literatura e hipertextualidad dicen que el autor se convierte “en un muerto que goza de muy buena salud”, pues dispone de una estructura de la que el lector se apodera para hacer parte de la obra. Además, no es un autor individual sino que comparte el crédito con otros que le ayudaron a configurar su producto de la manera más atractiva posible para el usuario.
“Sin duda, toda lectura contribuye a crear el texto y cada lector es, a su manera, co-autor de la obra que su lectura pone en movimiento. Pero los límites del papel no han permitido acceder completamente al deseo de los autores de invitar al lector a participar en mayor medida en su creación”, lamentaba Jean Clément en su ensayo El hipertexto de ficción: ¿nacimiento de un nuevo género?
En el caso de los libros que se disponen dentro de un sistema transmedia esta realidad es diferente. Además de crear la experiencia lectora individual, una vez accedan al producto impreso, los lectores pueden interactuar directamente con el autor a través del sitio web o las redes sociales para darle señas de cuál es el camino que a él le gustaría emprender o compartir sus propias experiencias para luego verlas incluidas en esas páginas.
Aunque el autor es quien se lleva los beneficios económicos de los productos, el lector es parte fundamental del proceso de creación. En el caso de los blogueros, también se comporta como un editor, seleccionando los contenidos que vale la pena preservar de forma impresa con sus interacciones digitales.
El libro impreso tiene características interesantes para las nuevas generaciones de consumidores culturales. Aunque sus categorías de contenidos, formatos, autor y lector muten de acuerdo con los avances tecnológicos y los cambios de pensamiento de la sociedad, se conserva como medio relevante, pues tiene la capacidad de recopilar y conservar materialmente la experiencia de los consumidores de productos transmedia más allá de la red; le resta a lo digital la “efemeridad” que lo caracteriza y se comporta como una memoria de la experiencia. El libro impreso conserva sus funciones y dinámicas tradicionales, y también se abre con éxito a un mundo nuevo; su flexibilidad de contenido, a pesar de la aparente rigidez de su forma, es la que lo hace sobrevivir en un mundo cada vez más dominado por las pantallas y los bits.