Por Laura Fernández Foto CCCB
El Cultural (Es)
El año 1997, Arundhati Roy se hizo mundialmente famosa. Su cara empezó a asaltar las portadas de las revistas del mundo entero después de que su primera novela, El dios de las pequeñas cosas, pasase de obra de culto a best seller internacional y se hiciese con el siempre preciado Premio Booker. Entonces, recuerda hoy Arundhati, dos décadas más tarde, "el gobierno de la India quiso convertirme en la cara visible de la nueva India, una nueva India que comandaba un partido de extrema derecha que lo primero que hizo al llegar al gobierno fue empezar a hacer pruebas nucleares. Vendían un nuevo liberalismo, un nuevo régimen que buscaba su lugar en el mundo internacional. Yo no quería ser esa cara". Y ahí empezaron los problemas. Problemas que la han mantenido alejada de la ficción 20 años. Porque El ministerio de la felicidad suprema (Anagrama), su segunda novela, se publica dos décadas después de que lo hiciera aquel inesperado best seller del que se han vendido en el mundo más de ocho millones de ejemplares.
Vestida de negro y lista para sumarse a la protesta contra la actuación policial que se llevó a cabo el domingo en toda Cataluña -cinco minutos de silencio a las puertas de empresas y centros culturales, colegios, institutos, todas partes-, Roy no quiso pronunciarse sobre lo que está ocurriendo en España porque, dijo, "no me gusta hablar de lo que no conozco bien", pero sí habló, largo y tendido, de su condición de activista política, que empezó justo después de la publicación de El dios de las pequeñas cosas. En realidad, lo hizo después del éxito. Cuando, decíamos, el gobierno de su país quiso instrumentalizar su imagen. "Cuando me negué, me puse a escribir sobre política. Publiqué el ensayo El fin de la imaginación, y me posicioné contra ellos, contra sus pruebas nucleares, contra todo lo que representaban. Eso generó rabia en el establishment, y me pasé de nadar sobre el agua, a tener que caminar en la parte más honda del río. Pero no me importó. No quería convertirme en la escritora que explica Oriente a Occidente, quería vivir intensamente en mi país, y luchar contra todo lo que estaba pasando", expuso.
Durante esas dos décadas, en las que escribió y públicó al menos cinco ensayos -tres de los cuales están editados en castellano por Anagrama: El final de la imaginación, El álgebra de la justicia infinita y Retórica bélica-, los personajes de la que ha acabado convirtiéndose en su segunda novela -la historia de Anyum, una batallante hermafrodita; de Tilo, los hombres que la amaron, y su casero, peculiar oficial de inteligencia destinado en Kabul; y también la de las dos Miss Yebin, la primera es una niña enterrada en el Cementerio de los Mártires, a la segunda la encuentran abandonada en las calles de Nueva Delhi- la han ido, dijo, "visitando", y llegó un momento en que su presencia era tan palpable que pasaron a la página en blanco. Sus relatos se cruzan en una novela que su editor en español, Jorge Herralde, califica de "canto a la libertad" y por la que, dice, "ha sido comparada con Dickens, García Márquez y Salman Rushdie". Pero ¿qué diferencia ve ella entre la ficción y la no ficción? ¿Contra qué puede luchar la ficción que la no ficción no pueda?
"Sólo la ficción puede contarte la verdad. La no ficción se basa en argumentos, en datos, hechos, la ficción es la construcción de un universo. En la ficción construye un edificio, con múltiples ventanas, desde las que puedes contemplar su interior en distintos momentos y hacerlo a través de distintas luces", contesta. Habla de Cachemira, porque buena parte de la novela se centra en el conflicto en el que su país lleva estancado más de 70 años, un proceso de independencia que se puso en marcha en 1947 y que aún no ha terminado. "Cachemira es la zona del mundo en la que mayor ocupación existe, hay miles de soldados en las calles. Y los datos sólo hablan de tantos muertos, tantos malheridos, tantos torturados, pero no de cómo la ocupación cambia la vida de la gente. A las noticias nunca llega lo más espantoso. Hay, por ejemplo, un oficial en la novela que se encarga de recompensar a los soldados por la cantidad de personas que matan. Y eso ocurre. Y da tanto miedo cuando hace un regalo como cuando señala a alguien. Ese terror sólo puede contarse a través de la ficción. Sólo a través de la ficción puedes hablar de cómo el fundamentalismo económico proviene del antiguo fundamentalismo religioso, por ejemplo", explicó.
Primera invitada del ciclo Revolución o resistencia -el lunes próximo pasará por Barcelona la legendaria activista afroamericana Angela Davis-, Roy habló sobre la resistencia en Cachemira y lo importante que es que "no exista una única resistencia sino muchas resistencias". "Tuve una reunión con Snowden en la que me dijo que la CIA estaba entusiasmada con Facebook porque ya podía dejar de rastrearnos, íbamos a ser nosotros los que le suministraríamos la información. En la India, a un policía que te detiene por la calle por una infracción de tráfico, le bastan dos clics para saberlo todo de ti. La única manera de escapar a eso pasa por salir de las redes", dijo. Porque internet es un arma de doble filo, "un cuchillo sin mango", puesto que, por un lado, "nos permite organizarnos" pero, por otro, "le da toda la información al poder". Para salir, en cualquier caso, de una situación estancada, como la que vive Cachemira, "no basta sólo con hablar, porque a veces cuando hablas te vas sumiendo en arenas movedizas, pero tampoco sirve de nada sólo la fuerza, porque crea mártires que alimentan el movimiento". Eso sí, dice, el mayor peligro se corre cuando "el gobierno implica a la población, y la convierte en parte de la propaganda". Y genera odio entre ella. "Pocas semanas antes de la publicación de mi novela", dice, "el ejército cogió a un civil, lo ató a un jeep y circuló cinco horas con él como carga, arrastrándolo. Y después de aquello, al soldado que lo había hecho, se le premió. Al poco, un actor de Bollywood que es miembro del parlamento dijo que no deberían haberlo hecho con un civil, que deberían haberlo hecho conmigo, después de que apareciera una noticia falsa sobre mí diciendo algo de los militares. Y la cuestión se debatió en el parlamento", relató. Y añadió: "Y esto puede parecer horrible, pero es una actividad moderada, a menudo se cometen asesinatos en masa".
Opina Roy que el escritor, sea cual sea su condición, siempre escribe "con perspectiva política". "Hoy en día parece que el escritor es alguien que debe limitarse a entretener, pero no es así en mi caso", dice. "Mi novela no es un manifiesto, pero no tiene miedo de ser política, y tampoco de ser muy íntima", añade. También dijo que sus ensayos y su ficción se retroalimentan, que no son compartimentos estancos, y que la primera vez que visitó Estados Unidos después de escribir sobre la ocupación de Irak y Afganistán, sintió miedo, pero descubrió que "no hay un único Estados Unidos, la población es muy diversa", y el respeto siempre prevalece. En India, concluyó, se la conoce más como activista que como novelista, porque El dios de las pequeñas cosas "tardó mucho en traducirse, porque era una novela muy complicada de traducir, pero los ensayos llegaron al momento, y no únicamente ejemplares originales, circula por ahí una foto mía en un semáforo en la que estoy comprando un ejemplar pirata de uno de mis libros. No importa, lo único que importa es el compromiso con el mundo y con los tiempos que vives".