Por Daniela Pasik
Especial para el diario Clarín (Ar)
“Soy insomne, y de ahí sale mi relación con la pastillita para dormir. Mis adicciones ya no son lo que eran. Antes me gustaba la droga, el sexo y el rock and roll, ahora me he tirado al clonazepam y los laxantes”, dice Marta Sanz con el mismo humor descarnado que ejerce a lo largo de Clavícula (Anagrama, 2017), un libro en el que cuenta, en una primera persona extrema, qué y cómo es el dolor. En todos los sentidos, desde el personal hasta el social. En un híbrido entre novela, ensayo y memorias, la escritora madrileña narra la precariedad general de todo a través de sus padecimientos, los privados y los sociales. Mientras atraviesa su menopausia, todo a su alrededor parece desmoronarse. Los viajes como autora premiada en contraposición con la recesión económica que dejó a su marido sin trabajo son el marco que usa para hablar de la fragilidad del cuerpo, pero también de un mundo cada vez más hostil y de la conexión inexorable entre lo físico, lo somático y lo íntimo.
“Me vine desde España a Buenos Aires por el fin de semana. Diez mil kilómetros por dos días. Y luego iré a Managua. Suena glamoroso, pero estoy cansada”, confiesa. Y en un punto es como si siguiera atrapada en las páginas de su libro, en la historia de ese dolor inespecífico que le surgió durante un viaje en avión y que la acompaña desde entonces. Como el miedo a la muerte, que en su extremismo resulta hilarante.
- ¿Después de leer Clavícula muchos te preguntan si ya estás bien?
- Sí. Entiendo que es un gesto de amabilidad y cortesía que además demuestra preocupación, y me gusta cuando los unos nos preocupamos por los otros. Desde un punto de vista literario, creo que hacer esa pregunta es salir del texto para apuntar a la realidad, algo que me interesa que pase tanto literaria como humanamente. Me parece estupendo, porque creo que refleja una de las ideas del libro, que es la fraternidad.
- ¿Y ya estás bien?
Sí, bueno. Tengo mis ratos. Clavícula es un libro autobiográfico en el que aspiro a contar la verdad, utilizando el lenguaje de una manera no escéptica. Y la realidad, en mi caso, es que hay algunos elementos no literarios que me han producido un dolor en la clavícula derecha que no han cambiado. Mi marido sigue sin encontrar trabajo y yo aún estoy atravesando la menopausia. Esto es así. Y bueno, eso hace que me siga doliendo un poco la clavícula.
- ¿No alcanzó escribir el libro para purgar el dolor?
- El catalizador de la escritura es el hecho de que experimenté un dolor que me hizo consciente de mi propia fragilidad. Y la poética de la fragilidad que construí creo que sirve para entender y decir que todos nos podemos quejar. Que está permitido. Cuando a una persona le duele algo, tanto desde el punto de vista físico como psíquico o social, debe quejarse. Porque en la expresión de esa queja seguro va a encontrar una comunidad en la que apoyarse.
- A los porteños nos gusta mucho la queja, dicen.
- Pues me parece muy bien. Pero no es dicho como algo positivo, o un elogio. Yo creo que si se quejan mucho, eso habla bien de los porteños. Por supuesto que a la queja hay que saber encausarla, pero sobre todo lo que hay que intentar es sacar a la queja del territorio de la inoperancia individual. Si me quejo y me quedo reconcomido en eso, entonces mi queja no vale nada. La queja te tiene que sacar, proyectarte hacia los demás y generar de algún modo una red en la que la fraternidad y la solidaridad sean importantes, para que todos juntos podamos cambiar las cosas.
- ¿Por eso te gusta que personas desconocidas te pregunten como seguís de la clavícula?
- Claro. Y por eso Clavícula es también una historia de amor. Porque hay un personaje, en realidad una persona, que sufre. Y esa soy yo, que me expreso y encuentro gente generosa que me cuida y demuestra su amor intentando aliviarme ese dolor.
- ¿Si en cierta fragilidad puede haber fuerza, en la exposición es posible esconderse?
- Hay un elemento de sobreexposición que me podría hacer más frágil. Pero es justo ahí en lo que me apoyo para contradecir ese tabú que solo tolera estereotipos femeninos que tengan que ver con cuerpos deseables o maternales. Yo muestro el cuerpo poco fotogénico de una mujer menopáusica, y de esa forma me utilizo como arma arrojadiza para luchar contra cosas que no me gustan. Creo que Clavícula es un libro en donde todo el rato me pregunto, sin encontrar respuesta, si soy muy frágil y me enmascaro en la fortaleza excesiva o por el contrario, soy muy fuerte y uso mi fragilidad como forma de manipular a los demás. El 90 por ciento de las mujeres y seres humanos de este planeta transitamos esa duda.
- Aunque habla del dolor, el libro es gracioso. ¿El humor no es un modo de enmascararse?
- Siempre que escribo un libro es porque quiero señalar algún elemento de la realidad que me parece perturbador o que no entiendo bien o que me resulta inquietante. Pero además, todo es una tragicomedia permanente. Cuando iba por el periplo de médicos, de pronto me encontraba a mí misma haciéndome la simpática para que no me digan que tenía algo malo. Había muchas pruebas diagnósticas que me parecían estúpidas o degradantes, y las realicé. Cada cosa tiene un lado cómico siempre.