Por Camila Builes
Diciembre de 1943. Lolita Porras muere por tifo, una enfermedad gastrointestinal que se daba por consumir alimentos contaminados, “por no hervir el agua”, como decía el curandero, el único que podía sanarla. Un año más tarde, el 31 de diciembre de 1944, su novio publicó una canción que era un poema, un presagio, una revelación. Gabriel García Márquez escribió para su novia muerta “Llueve en este poema”, texto publicado el último día del año en el suplemento literario de El Tiempo que dirigía el poeta Eduardo Carranza. El primer texto publicado del nobel.
Llueve. La tarde es una
hoja de niebla. Llueve.
La tarde está mojada
de tu misma tristeza.
A veces viene el aire
con su canción. A veces...
Siento el alma apretada
contra tu voz ausente.
Antes de Cien años de soledad se conoce el prontuario periodístico de García Márquez, sus columnas en El Heraldo, sus reportajes en El Espectador, sus apariciones en diferentes diarios que le dieron la materia prima para escribir novelas, para hacer realidades mágicas.
Antes de Cien años de soledad hubo espacio para otros escritos, para otros encuentros.
Febrero 17 de 1947, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Todos los salones estaban vacíos, los pupitres, como un ejército, alineados, uno detrás de otro. Las puertas de la Universidad se abrirían luego de las 8:00 a.m. para sus próximos estudiantes —los que lograran pasar el examen de admisión—. El de derecho lo estaban presentando García Márquez, con 20 años, y Camilo Torres, con 18.
Gabriel García Márquez, N° 62 en su ficha de la Sección Psicotecnia; Torres, N°41. Ambos hicieron el mismo examen que los iniciaría en el derecho; ninguno lo terminó.
Sus notas, drásticamente diferentes: García Márquez en multimental: 29; Camilo Torres: 51. Inteligencia lógica, García Márquez: 49; Torres Restrepo: 15. Dos caras que tiempo después fueron una misma lucha: la paz.
Camilo Torres formó parte de una iglesia contestataria internacional que se desarrolló en la década de 1960, convirtiéndose en una de sus figuras principales. El cristianismo bien entendido suponía, para Torres, la creación de una sociedad justa e igualitaria. Esto lo tradujo como la obligación de hacer una profunda revolución que despojara del poder a los ricos y explotadores para darle paso a una sociedad socialista. El pensamiento de Gabriel García Márquez se iba por el mismo ideal. Amigo de Fidel Castro, “la nuestra es una amistad intelectual, cuando estamos juntos hablamos de literatura”, decía Gabo en 1981. El escritor siempre mantuvo una postura al margen de la política nacional, apariciones discretas y con una línea de izquierda que se develaba en sus comentarios, sus amistades fraternas, sus viajes predilectos.
Antes de Cien años de soledad hubo otras musas, otros porqués.
“Tercera presencia del amor” (1945)
Este amor que ha venido de repente
y sabe la razón de la hermosura.
Este amor, amorosa vestidura,
ceñida al corazón exactamente.
Este amor que es harina en la ternura
que es infancia de sueño en la frente,
que es líquido de música en la fuente
y es lucero nostálgico en la altura.
Este amor que es el verso y es la rosa
Y es saber que la vida en cada cosa
se nos repite, cada vez más fuerte.
Tan eterno este amor tan resistible,
que comparado al tiempo es imposible
Saber donde limita con la muerte.
Antes de Cien años de soledad había más silencio.
Un miércoles 20 de octubre, a las 9 de la noche, sonó tres veces el timbre de la puerta.
Álvaro Mutis vivía en el sector de San Jerónimo, en México. Detrás de la puerta, en el tocar bruto, había un hombre vestido con una chaqueta deportiva de cuadros y un suéter de cuello abierto. Era Gabriel García Márquez.
— ¡Gabito! —exclamó Mutis, asombrado, ante aquel hombre que parecía temblar de pies a cabeza.
—Necesito que me escondas en tu casa —murmuró el novelista.
— ¿Y esa vaina? —dijo Mutis—. Ya sé: peleaste con Mercedes.
—Peor, hermano, me acaban de dar el Premio Nobel...
¿Qué tipo de escritor se hubiese querido esconder al enterarse de que se había ganado el mayor reconocimiento a la literatura en el mundo? Él, que a pesar de saber lo que le esperaba después de que los medios se enteraran de la noticia, reunió a su familia en el comedor: “En esta casa no ha pasado absolutamente nada. La vida va a seguir igual. Yo no voy a cambiar y sé que ustedes tampoco”. Él, que el mismo día en que todo el mundo se enteró de su logro, fue a recibir a su amigo Fernando Gómez Agudelo y su esposa y al director de cine Guillermo Angulo en el aeropuerto, pues llegaban de Estados Unidos, diciéndoles que no había Premio Nobel que valiera más que un amigo.
Antes de Cien años de soledad Gabriel García Márquez les temía tanto a los micrófonos como a los aviones. Nunca dictó una conferencia, asistía poco a lanzamientos de libros y las escasas entrevistas que dio fue porque respetaba tanto el oficio del periodista que “no tenía corazón para decirles que no”, como lo dijo para El País. Eso fue antes del Nobel... Y después. Nada cambió. Al menos, poco en él. Los homenajes siempre le resultaron extraños. Su personalidad tímida lo alejaba de los compromisos protocolarios y para algunos pasó por indiferente a la realidad del país.
En 1944 escribió un acróstico para su amigo y compañero de curso en Zipaquirá Álvaro Ruiz Torres. Hizo poemas, firmó columnas, escribió de locos y de la importancia de usar sombrilla. Su obra maestra fue el resultado de años de encuentro, de reflexión en la palabra, de verse en el otro.
Si alguien llama a tu puerta (1945)
Si alguien llama a tu puerta, amiga mía,
y algo en tu sangre late y no reposa
y en su tallo de agua, temblorosa,
la fuente es una líquida armonía.
Si alguien llama a tu puerta y todavía
te sobra el tiempo para ser hermosa
y cabe todo abril en una rosa
y por la rosa se desangra el día.
Si alguien llama a tu puerta una mañana
sonora de palomas y campanas
y aún crees en el dolor y en la poesía.
Si aún la vida es verdad y el verso existe.
Si alguien llama a tu puerta y estás triste,
abre, que es el amor, amiga mía.
Gabriel García Márquez, el mismo antes y después de Cien años de soledad.
Con información del diario El Espectador