Por Berna González Harbour
Especial para El País (ES)
¿Es usted un lector interesado en descubrir algo nuevo que valga la pena? Hay algo en el perfil de Ann Patchett por lo que ya merece seguir leyendo estas líneas: esta autora norteamericana de éxito, de críticas excelentes y algún premio literario prestigioso, decidió abrir una librería en la ciudad donde vive, Nashville, al saber que todas habían cerrado. En 2011 solo quedaba alguna de segunda mano en la boyante capital de Tennessee, donde se puede visitar una copia perfecta del Partenón, el museo de Johnny Cash o hartarse de country sin rozar ediciones nuevas de John Updike o Philip Roth. Por eso Patchett puso en marcha Parnassus Books, un local que ya ha ampliado desde entonces donde vender libros es la excusa, porque lo que mueve en realidad es 400 actos al año de promoción de la lectura, veladas, encuentros y la construcción de una comunidad unida por los libros que emplea a una veintena de personas.
Y Comunidad es precisamente el nombre del libro que ahora llega a España de la mano de AdN, aunque una muy diferente. Patchett (Los Ángeles, 1963) había merodeado durante varios libros por temas lejanos a su vida, por ficciones rocambolescas que intentaban no parecerse a lo que ella había vivido, aunque todas acababan “reuniendo a personas que no querían estar juntas”, cuenta, y necesitó llegar a la cincuentena para abordar lo que de verdad necesitaba abordar: “Todos mis libros anteriores son un intento de no escribir este libro. Había tenido tanto cuidado de no hablar de mí que llegó un momento en que se lo dije a todos, padres, padrastros, hermanos, hermanastros: a estas alturas quiero acceder a todo lo que forma parte de mi vida y eso significa entrar en vuestro territorio. Necesitaba liberarme y funcionó”.
Si antes había escrito sobre rehenes, sobre personas bloqueadas y forzadas a convivir en situaciones no buscadas, era hora de poner el foco sobre el verdadero bloqueo que había marcado su vida: la separación de sus padres, su unión a otras parejas con otros hijos en puntas distintas del país y la formación de una familia en caleidoscopio, donde los códigos y roles cambian en cada escenario y donde adultos y niños deben reconstruirse de forma distinta constantemente hacia los demás. Eso es exactamente Comunidad, un libro que además regala al lector una interesante estructura fragmentaria a la vez que circular.
Patchett recibe a EL PAÍS en la trastienda de su librería, donde ladra un perro, suena el teléfono y los encargados preparan envíos personalizados y actos constantes. Se ve satisfecha de haberse librado de fantasmas familiares sin causar demasiado daño: “Les he dado unas vidas mejores de las que tienen. Las cosas que pasaron fueron mucho peores. Mi padrastro es un hombre terrible y cuando lo leyó me dijo: has sido muy justa conmigo y con todos. Y entonces decidí dedicárselo”, ríe. “Las cosas específicas que hay en el libro no ocurrieron, pero la experiencia emocional es cierta. Como dijo mi madre al leerlo, todo es verdad y nada de esto ha pasado”.
Su libro arranca con un beso prohibido en un bautizo y narra 50 años de historia de una familia rota, recompuesta en otras formas y que atraviesa una repentina desgracia sin las herramientas de unidad, cohesión, ni coherencia. Es un sálvese quien pueda, una mirada desde una de las niñas protagonistas que va creciendo, huyendo y sobreviviendo a base de situarse de otra forma ante los demás. Hay un aire de culpa compartida en la irresponsabilidad colectiva y también una nostalgia de un tiempo libre donde la manada de niños podía ir por su cuenta al lago o al bosque sin la protección de los padres, ni de los hermanos y hermanastros, donde como siempre destaca dramáticamente la contraposición de débiles y poderosos. “Cuando nosotros crecíamos nadie sabía dónde estábamos, ni lo que estábamos haciendo, hacíamos cosas terribles, peligrosas todo el tiempo. Y eso nos ha hecho creativos, con recursos propios, fuertes, independientes”, reflexiona Patchett. “Ahora parece que los padres protegen a sus hijos para asegurarse de que en todo momento están entretenidos, seguros y vigilados. Con dos años están viendo dibujos animados en el teléfono, todos están siempre entretenidos, para mí significaría la muerte de la creatividad. ¿Cómo te aburres, cómo resuelves problemas si no te quedas solo e inventas una historia? La resiliencia es importante para la maduración. Sin aburrimiento no hay creatividad".
Ella misma vive sin teléfono inteligente, sin televisión, sin redes, ni nada que la distraiga de una vida que ya está llena de libros, amigos y trabajos de voluntariado. “Quien quiere contactar conmigo ya sabe cómo hacerlo, no necesito poner siete puertas a mi casa para que entren a mi vida por otros lados, que es lo que significan las redes. No quiero que la gente me pueda encontrar cuando estoy con otro asunto, me parece tan grosero. Tengo tanta gente en mi vida, soy buena amiga, buena familiar y adoro a la gente que está en mi vida. No poder entretenerse uno por sí mismo, con su propia mente en una cola o cuando espera en un restaurante... Para mí es esencial y en ese sentido sí soy nostálgica del pasado”.
Esa forma de vida ocupada, pero tranquila, le ayuda también a escribir. “Quiero hacer todo lo que pueda para cuidar mi cerebro, lo veo como una plantita que está creciendo bien y no quiero ponerlo en mitad de la calle 42 en Nueva York, no quiero que me aplasten. En mi vida no me sobran cinco minutos”.
Patchett cuenta que comparte una costumbre con su hermana, y es renunciar cada año a alguna cosa. Este 2017 decidieron renunciar a comprar, salvo la comida. “Sentí instantáneamente un gran alivio, llegan los catálogos y los tiro a la recicladora sin mirarlos, ya no recorro tiendas pensando, mmmhh, tal vez debería llevar un vestido nuevo a tal evento... Una vez que tomé la decisión me di cuenta de que no necesito nada, por lo menos durante un año. Ni una sola cosa. Y me trajo una felicidad instantánea, ya no me tengo que preocupar de lo que quiero y desde entonces puedo mirar lo que otra gente no tiene. Dejé de mirarme a mí misma y empecé a mirar a los demás.” Su próximo libro, de hecho, enfrentará riqueza y pobreza, algo que le obsesiona también.
Ann Patchett adora a John Updike y su serie de Conejo, a Philip Roth y Saul Bellow, libros llenos de “infidelidad y mal comportamiento”. “A menudo cuando la gente piensa en un mal comportamiento piensa en asesinatos, cosas terribles de las que la gente no se recupera y es excitante escribir sobre ello, pero el peor comportamiento es diario, es una mentira, una pequeña infidelidad, cosas que no te matan y con las que la gente aprende a lidiar. Se recupera y avanza pero esas cosas marcan nuestras vidas, y eso es lo que quería al abordar un largo periodo de tiempo, como he hecho en Comunidad: narrar cómo marca la vida de tanta gente los malos comportamientos que no son asesinatos. Quería mostrar las repercusiones a muy largo plazo de una acción única”.
Dos personas se besan furtivamente en una fiesta de bautizo y son de parejas distintas. Esa es la acción única que cambia la vida a dos familias y que construye algo caótico alrededor. Comunidad funciona como novela de época, de movimientos individuales y colectivos hacia adelante y hacia atrás que van construyendo, como en su librería, la trastienda de esta vida imperfecta que tan difícil nos resulta a todos asumir.