Por Alberto Medina López
El Espectador
El peruano Alfredo Bryce Echenique, que saltó al mundo de las letras con una colección de cuentos que incluía "El descubrimiento de América", retrata con maestría el mundo de la adolescencia y de la iniciación sexual.
El tránsito de la inocencia a los primeros ardores del cuerpo tiene siempre en la mira un objeto del deseo. Manolo lleva muchos días viendo pasar a América rumbo a su casa, siempre a la misma hora. Lo obsesionan su belleza de colegiala y su coquetería. El peruano Alfredo Bryce Echenique, que saltó al mundo de las letras con una colección de cuentos que incluía "El descubrimiento de América", retrata con maestría el mundo de la adolescencia y de la iniciación sexual. Manolo siente que la atracción por esa desconocida es como el amor de otro cuento donde un Manolo más joven vive la experiencia del amor inocente.
Pero América es otra cosa. Cursaba último grado y usaba faldas más cortas que las chicas de su grupo, y blusas apretadas para mostrar los atributos de sus senos. “Si no hubieras estado en colegio de monjas, tus profesores te hubieran comprendido. Pero ¿para qué?, ¿para quién esas piernas tan hermosas debajo de la carpeta? Refregaba sus manos sobre sus muslos y se llenaba de esperanzas”. Marta, una joven enamorada de Manolo, que conoce muy bien a América, le sugiere olvidarla, porque sabe que a ella no le gustan los chicos sin plata ni automóvil. Manolo insiste en que quiere conocerla y Marta le cumple su sueño.
A partir de ese instante, Bryce Echenique pinta dos Manolos: el inocente que quería mirar a los ojos con la ternura del enamorado y el ardoroso que deseaba sus senos y sus piernas para satisfacer el deseo. Su objetivo es América y para ello es capaz de albergar el cinismo de esa contradicción propia de la adolescencia entre el amar y el gozar.
En la primera visita que le hizo a su casa apareció como recién accidentado en una carrera de autos. Simuló un brazo fracturado y mucha cojera. Tejió mentiras y le habló de padres pudientes viajando por Europa que le comprarían un carro nuevo tan pronto regresaran. Duró diez días visitándola en esas condiciones falsamente deplorables.
Con un amigo jardinero de una casa de ricos, montó la tramoya del adinerado. En una ausencia de los dueños, invitó a América a un día de piscina y le indicó a su amigo que lo tratara como si fuera el hijo del patrón. Así lo hicieron, el amigo se ausentó, los jóvenes se cambiaron y a la piscina.
“Vio cómo sus piernas tenían vellos, pero no muchos, y esos vellos rubios sobre la piel tan morena lo hacían sentir algo allá abajo, tan lejos de sus buenos sentimientos…”.
A América, sin duda, la seducían las cosas materiales, pero a manera de paradoja terminó convertida en la materia de los goces de un hombre pobre cuya única riqueza era la creatividad. Después del encuentro sexual, Manolo decidió contarle la verdad. ¿Qué pasó después? Bryce Echenique solo nos dice que “América se estaba cambiando”.