Por Pablo Montoya
Especial para El Espectador
Una de las maneras literarias, y acaso sea esta la más acertada, de narrar la guerra, es situar en medio de ella a gente buena. Personas sensibles, amables, amorosas, sensuales, inteligentes para el bien y no para el mal. Aquellas novelas o relatos, en cambio, que se la juegan todo por entrar al núcleo mismo de los agentes de la aniquilación, me seducen menos. Podrían ser más vertiginosas y más propias para llevarse al mundo de las representaciones espectaculares, pero no suelen tan efectivas a la hora de capturar con justeza inquietante eso que caracteriza a todas las guerras: el equívoco, la injusticia, la gigantesca ignominia que consiste en matarse los unos a los otros bajo argumentos que incluyen la defensa de una región, de una nación, de un imperio, de una religión, de una cultura, de un determinado interés político o económico.
Me atrevería a decir que el primer gran acierto, de entre muchos, que tiene Al otro lado del mar, la última novela de María Cristina Restrepo, es haber afianzado su hermosa y adolorida narración en esta premisa. Contar los avatares de un grupo de alemanes buenos en medio de la inclemencia de la segunda guerra mundial. Oponer al buen gusto, a la exquisitez, a un cierto espíritu sibarita y tolerante, al anhelo de vivir en paz y gozar los placeres que depara la existencia (esos placeres esenciales que nos prodiga una atmósfera, una comida, un licor, una caricia), a una realidad social de atroces despojos.
Los alemanes de María Cristina Restrepo no son comunes y corrientes. Poseen esa singularidad propia de los personajes inolvidables. Albert, Honorine y sus hijas; Gudrun y Elisa, las madres y abuelas, el doctor Fischer, Wolfgang y su madre Klara, dejan un poderoso rastro en el lector. Y esa impronta es indeleble porque han sido narrados con una precisión admirable. Sé, por supuesto, que la especificidad de estos alemanes tiene que ver, en buena medida, con el vínculo que tienen con Colombia -lo que los definiría como alemanes raros, exóticos, híbridos, distantes de las nociones de pureza que tanto han caracterizado por desgracia a una parte de la cultura germánica-; pero mas allá de este aspecto que, reitero es vital para el desarrollo de la novela, la permanencia que dejan en la memoria del lector los personajes de Al otro lado del mar reside sobre todo en la dosis de humanidad que la autora les ha otorgado.
Esto no se logra fácilmente en las faenas de la escritura novelística. La ponderación, es decir, la atención, la consideración, el peso y el cuidado con que un autor dice algo en su obra, es el otro gran acierto de este libro. Hacía mucho no sentía, lo confieso, en lo que tiene que ver con el panorama de la novela colombiana, una maestría a la vez tan sencilla y tan categórica. María Cristina Restrepo se ha enfrentado a una obra complejísima (pues además de sus múltiples personajes, está ese fondo histórico, apasionante y cenagoso, de la segunda guerra mundial y los diversos espacios y temporalidades en que transcurre la trama) con la única arma con que puede contar un escritor: su propia experiencia en el arduo oficio de tejer las palabras. He sido un lector de la obra de María Cristina Restrepo y creo que es en esta novela donde se perciben con mayor claridad su destreza y su sabiduría, frutos de un largo y disciplinado trabajo literario que comprende seis novelas, y un libro de cuentos. Porque yo soy de los que cree que su libro sobre Jorge Isaacs más que una interesante biografía es una excelente novela.
Esta maestría narrativa a la que me refiero posee, por lo demás, un atributo que a mí me parece maravilloso porque se está volviendo casi raro en un medio como es el de la literatura latinoamericana actual plagado no de autores sino de narradores fatuos y engreídos. De Al otro lado del mar se ha erradicado, con fortuna, toda vanidad. El narrador, al contrario, es de una sobriedad ejemplar. Ha entendido cabalmente la lección de quienes dicen que lo más saludable, en la creación de estos universos ficcionales, es tratar de no intervenir demasiado. Tampoco hay en estas páginas vanidad alguna. No se presentan ni alardes ni peripecias con los personajes, los tiempos, los espacios, las técnicas narrativas. María Cristina Restrepo simplemente narra, desde una voz omnisciente, esa subyugante voz omnisciente que un cierto autor de nuestra literatura ha querido desprestigiar con argumentos vanos y ruidosos. Y de qué manera, entre la morosidad de las descripciones y la eficacia de sus diálogos, María Cristina Restrepo avanza por entre esta historia de fatalidades históricas y padecimientos humanos. He aquí, entonces, otro de los aciertos de la novela que hoy nos convoca. Lo que quiero decir es que Al otro lado del mar es una muestra de serena inteligencia y sensibilidad narrativa. Yo diría, incluso, que estamos ante una lección de escritura. Y que esta lección es una mezcla de elementalidad y hondura en su forma, y otra más de belleza y desgarramiento en su contenido.
La relación entre Colombia y Alemania, diseccionada a través de un manojo de personajes del comercio y la diplomacia que se ven confrontados a las deportaciones provocadas por la guerra entre el Tercer Reich y los Aliados, es lo que caracteriza principalmente Al otro lado del mar. Alemanes, que no nazis, expulsados por el gobierno de Eduardo Santos bajo las exigencias de los Estados Unidos. Alemanes que desde el caos, el hambre, el frío y la violencia en Europa añoran la luz, la concordia, los sabores y los olores, la gente cordial de un país llamado Colombia. Y resulta paradigmático, por no decir conmovedor, que un país como el nuestro, que habría de convertirse después, durante la segunda mitad del siglo XX, en uno de los trasuntos de otro horror planetario, sea evocado por estos alemanes desamparados como el único lugar donde es posible la salvación.
Una vez más, María Cristina Restrepo se ha amparado, para efectuar estas conmovedoras pesquisas del ayer, en las mujeres. Porque esta es una novela donde el dolor y la intemperancia de la guerra está contada, sobre todo, desde el sufrimiento de ellas. Y decir sufrimiento femenino en lo que es una práctica esencialmente masculina como es la guerra, es decir resistencia. Una resistencia que se hace siempre desde la preservación de las cosas simples y el cuidado de la vida, desde la ternura, el amor y la sensualidad. Los pasajes más entrañables de esta novela están marcados por esta mirada que solo una sensibilidad femenina, y que como sabemos no solo pertenece a las mujeres, puede realizar. Sí, está el horror de la guerra, y Al otro del mar, nunca lo escatima, es más pone el dedo directamente en la llaga de sus heridas, pero también está su necesario antídoto y lo que ha escrito Restrepo también en estas páginas está lleno de él. Porque si en un momento estamos ahítos de esa autodestrucción masculina que, por desgracia, ha gobernado nuestro tiempo, está siempre eso otro: la redención que hay en las pequeñas cosas de la cotidianidad, de esa milagrosa cotidianidad que las manos femeninas preservan.