Revista Pijao
Agustina Bazterrica: 'No comemos carne humana sólo por un tabú cultural'
Agustina Bazterrica: 'No comemos carne humana sólo por un tabú cultural'

Por Verónica Abdala  Foto Rubén Digilio

Clarín (Ar)

“La escritura es una experiencia feroz y mi intención es sacar al lector de ese letargo en que vivimos y en que, muchas veces, la violencia se naturaliza” dice Agustina Bazterrica, la flamante ganadora del Premio Clarín Novela 2017 que, al momento de esta entrevista, pocas horas después de la ceremonia del vigésimo aniversario del premio literario, dice sentirse “todavía en el aire, o como cayendo al pozo de Alicia en el país, asomando a esta maravilla”. Su novela, Cadáver Exquisito, se ganó la aceptación unánime de un jurado de notables, que este año integraron los escritores Juan José Millás, Jorge Fernández Díaz y Pedro Mairal. Millás definió la obra, que se impuso a otros 493 originales, como "una novela mayor, que transcurre en una atmósfera hipnótica."

Hasta aquí, Bazterrica lleva publicadas una novela (Matar a la niña, 2013) y un volumen de cuentos (Antes del encuentro feroz, 2016) en editoriales chicas y divide su tiempo entre un trabajo administrativo y la coordinación de un ciclo de encuentros artísticos –llamado "Siga al conejo blanco"-, que combina lecturas con espectáculos y proyecciones. Estudió la carrera de Artes en la UBA porque ama el arte, dice, pero, sobre todo, para justificar el hecho de poder quedarse días encerrada leyendo en pijama.

De una combinación variada de influencias –que incluye a James Joyce, Julian Barnes y Flannery O’Connor, tres de sus autores predilectos-, una experiencia que define como “intensa” y que durante años la mantuvo un poco al margen, en una suerte de ostracismo voluntario, surgieron inquietudes y temáticas que aprendió a expresar con una estética propia.

En Cadáver Exquisito, construye un universo inquietante, perturbador: el de un mundo en el que el canibalismo se ha naturalizado y los humanos luchan por su supervivencia: literalmente, se comen unos a otros.

El protagonista -Marcos Tejo- parece representar la última reserva moral de la especie. Es un hombre de mediana edad, que trabaja como encargado general del frigorífico Krieg, el más importante y prestigioso del lugar; un sitio en el que –como en otros frigoríficos- lo que se faena es carne humana.

Es que, desde hace unos años, la aparición del virus de la “GBB”, que afecta de manera mortal a todos los animales vivos del planeta, ha llevado a prescindir de ellos para la alimentación y, a través de una etapa de “Transición”, a aceptar el canibalismo como única forma de supervivencia. Aunque Tejo tiene la hipótesis de que, en realidad, la infección generalizada ha sido un invento de los poderosos del mundo para evitar la superpoblación. En ese contexto se plantea hasta qué punto es válido servirse de otros para sobrevivir o intentar concretar sus deseos.

“Me interesa interpelar al lector, inquietarlo, contar historias que conmuevan desde un lugar casi brutal, no tanto la autorreferencia ni la narrativa del yo”, señala Bazterrica.

-¿Qué elementos narrativos sirven a esa estrategia?

-Diría que lo hago a través de una poética del extremo, orientada a que el lector no quede indiferente frente al texto: apunto a generar una reflexión final. En esta novela hay desde referencias indirectas a la trata de personas a una representación muy gráfica del canibalismo simbólico y la violencia a la que vivimos sometidos. Y está también en primer plano el tema de cómo objetivamos a otros, les asignamos un valor: aquí hombres y mujeres se comen literalmente unos a otros, hay una traición potencial en todo vínculo. Hoy está naturalizado el consumo de carne animal, pero ¿no es esa también una traición a la naturaleza? Estamos procesando cadáveres en nuestro organismo, ¿y de allí extraemos energía? Lo que nos separa del consumo humano es, acaso, sólo un tabú cultural, aunque como especie parecemos estar alejándonos de ciertos ideales, e incluso valores morales.

-El tema de la naturalización de la violencia y la destrucción son, en la ficción, instancias inherentes a la supervivencia. ¿Se trata de una alegoría política que refiere a algún contexto puntual?

-Diría que es una alegoría y una denuncia de las consecuencias, no siempre visibles, del capitalismo feroz: nos devoramos los unos a los otros, por ahora en el plano económico y político.

-En la novela esa imagen se vuelve literal…

-Sí, se mata y se muere, esa es dinámica que permite a los personajes sobrevivir, en un contexto absolutamente hostil.

-¿Dirías que el capitalismo feroz al que aludís promueve la psicopatía de quienes deshumanizan al otro para servirse de él?

-Por supuesto, la capacidad de empatizar se desdibuja: ¿o no vemos gente que se come a otra gente?

-En la novela hay estratos sociales, también, entre quienes consumen carne humana: están los que compran carne de calidad, quienes comen lo que pueden y también los “carroñeros”, pobres, que se alimentan de los deshechos del sistema.

-Exacto, hay un paralelismo de las clases sociales. Y está el tema de la conspiración: nadie sabe con certeza si las razones por las que han llegado a esa situación fueron realmente inevitables o se trata de un el invento de los poderosos, que se aprovechan de ese escenario, acaso construido para sus propios fines. Me parece interesante esta ambivalencia en la que ambas posibilidades aparecen como probables.

-El personaje central tiene, todavía ciertos valores en juego, que otros parecen haber perdido. Pero también experimenta cierta ambivalencia, no es un romántico ni tu novela tiene una resolución naif.

-No, él también se pregunta qué hacer. Quería que estuviese dolido, confundido, ante esta etapa de “Transición” y que se planteara salidas pero que al mismo tiempo quedara atrapado en esta realidad agobiante, que por momentos parece fagocitarlo todo. El romanticismo no tiene nada que ver con mis ficciones, que reflejan más bien cierta oscuridad.

-Una de las preguntas implícitas es hasta qué punto el deseo justifica el daño a terceros o su destrucción.

-Hay quienes ya ni se cuestionan, simplemente se acomodan donde les queda mejor. Creo que lo vemos en las calles, en los ámbitos laborales, en el seno de las mismas familias.

-Y hay incluso referencias indirectas al nazismo, en tu ficción: un personaje hace experimentos con humanos…

-No es una referencia consciente, aunque sí hay mucho sadismo en las formas en que es tratado el cuerpo. Sí investigué muchísimo sobre faena de carne, disección, dinámica de los frigoríficos –en este caso humanos- y canibalismo: en la novela El entenado de Saer hay referencias a este tema, en Robinson Crusoe también; vi una película de una vegetariana que se vuelve caníbal. La ficción, digamos, también está documentada.

-La perversión de este escenario se potencia por el minimalismo del lenguaje, un estilo preciso, casi despojado.

-Fue deliberado, quise prescindir de una retórica barroca y trabajé cada capítulo como si fuese un cuento, y hay algunas pinceladas poéticas, también, porque esa es también una influencia en mi formación.

-¿Creés que la literatura puede cambiar la percepción del lector?

-No tengo duda. Yo no soy optimista en términos sociales, creo que son tiempos complejos, pero que siempre hay personas capaces de hacer gestos solidarios. Yo misma entiendo que la literatura es un intento de empatizar, de acercamiento entre autor y lector, que aspiran a encontrarse.


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