Por Jorge Cardona Alzate
El Espectador
A sus 81 años, después de una vida ilustre entre la cátedra, el derecho, la poesía y la familia, falleció este domingo en Bogotá el abogado Jairo Maya Betancourt. Un aplicado abogado caldense de la Universidad Libre, que fue magistrado del Tribunal Administrativo de Cundinamarca, procurador ante el Consejo de Estado y funcionario de la Personería y el Tribunal Disciplinario. Una vida dedicada a la administración de justicia, pero también a la cátedra como profesor de filosofía, sociología, literatura, historia, economía o derecho en las universidades Libre, Nacional, Inca, Católica, Externado, Autónoma, Gran Colombia o Quindío.
Por sus manos pasaron expedientes que hoy son historia. El caso del excomandante guerrillero Guadalupe Salcedo y su extraña muerte a manos de las autoridades; la masacre en la Plaza de Santamaría en las horas de dictadura con Rojas Pinilla; y hasta el proceso del Palacio de Justicia que por fortuna ya no tiene tiempo de cierre. No obstante, por su condición de demócrata a ultranza y su ser apasionado por la revolución francesa, entre otros movimientos sociales que cambiaron la historia, fue también un aplicado escritor de ideas políticas que dejó consignadas en múltiples ensayos y diversos libros, todos atravesados por sus largas veladas con los buenos amigos.
Hace catorce meses, presentó su última obra “Hombre a diario, siempre”, antología de su otra pasión desde los 17 años: la poesía. Sus impresiones del mundo, sus júbilos y dolores, su legado íntimo, la síntesis de sus cuatro libros anteriores de escepticismo en versos libres. En su biblioteca quedan los clásicos de la literatura rusa e inglesa que fueron devoción. En uno de sus cajones quedó el borrador de su legado: “No sé ser padre porque nunca aprendí a ser hijo. No he sabido tampoco dar felicidad porque en general he carecido de ella. No aprendí a mimar porque no fui mimado por nadie”. Algo de cierto porque fue huérfano de madre a los siete años.
En contravía, sus cinco hijos piensan que, a su manera, con su rebeldía innata y también su persistencia intelectual, si fue un buen ejemplo y un excelente padre. Carlos Arturo, el mayor, que hoy vive en Madrid (España). Las mellizas Tania y Maureén, la primera arquitecta y magister en historia del arte; y la segunda, defensora de derechos humanos, periodista y escritora. Ana Isadora, arquitecta y diseñadora, hoy residente en Barcelona (España). Y Jairo, estudiante de biología de la Universidad Nacional. Ellos, más que ninguno otro, saben lo que fue el humanista Jairo Maya Betancourt, y el vacío que deja ahora que toca la libertad que siempre fue su mejor amiga.
Lo demás lo resumió él mismo en la “incipiente creación pictórica” de su propia autoría, con la que ilustró la portada de su selección poética: su figura “de espaldas, frente a un cenicero, una botella de licor, unos libros descuidadamente arrumados, un limón y un billete de lotería, que quizás signifiquen mi bohemia juvenil, la academia en la que estuve inmerso como profesor universitario, la acidez de la vida y la ilusión -por lo demás común en la pauperización social- de un bienestar económico, y al fondo de la escena el ojo de Horus, como la esperanza última de lo eterno”. Una forma de advertir que le dolió el mundo que ahora deja sin lamentarlo.