Revista Pijao
¡A leer juntos!: 'Los tiempos del encierro' Capítulos 3 y 4
¡A leer juntos!: 'Los tiempos del encierro' Capítulos 3 y 4

Capitulo 3

Dentro de la casa parecemos los mismos sin serlo. Tomando una medida de ofensiva dejamos de abrazarnos y los labios aguantan huérfanos de besos, mientras las caricias significan solo un recuerdo sugestivo. Por las noches se me repiten las imágenes de la infancia y aún la adolescencia cuando debimos escondernos por temor a la muerte que venía vestida de uniforme, gritos de la policía, volquetas estacionadas en la puerta de la casa y ante todo el terror de que se llevaran a mi padre. Eran esos tiempos de la violencia, medio siglo atrás, donde al otro día preguntábamos quiénes eran los muertos sin dejar de escurrir una lágrima si se trataba de algunos conocidos. Después ya no fueron sus nombres sino las cifras porque se transformaban en datos que años después mirábamos en la estadística. Igual a lo que ahora pasaba al poner los ojos en los noticieros donde solo eran los datos numéricos. El conteo crecía dándonos la impresión  de nunca detenerse y la muerte inundaba todo el mundo. Para completar, los sismos surgieron en varios lugares y por lo menos aquí, el invierno anunciaba su arribo dejando los desastres. La buena noticia consistía en la recuperación de la capa de ozono permitiendo un cielo más despejado de contaminantes, lo que demostraba que el virus éramos nosotros. Para que la tierra descansara recuperándose ¿debíamos extinguirnos? ¿Se repetía simbólicamente lo del arca de Noé? La naturaleza clamaba su descanso. ¿Acaso durante años no estuvimos esperando un meteorito que destruiría la tierra? Las profecías sobre el fin del mundo y el cumplimiento del apocalipsis se estacionan en el orden del día. Al fin y al cabo, transcurridos los calendarios entre una maraña de esperas pensando que ha llegado la última hora, supimos que sobreveníamos de varias vidas como el gato y que en el fondo la pasamos huyendo. Acá por lo menos lo hacíamos de la pobreza y de la muerte, de las plagas de la injusticia y las desigualdades cabalgando. Más allá de las preguntas que nos asaltaban ahora que teníamos tiempo para todo, consistía en lo simple al poder ver de cerca la ciudad, más solo en fotos y era entre bello y feo, al mirar la tele, distinguir las capitales más bellas del mundo habitadas por la soledad, igual que en las películas premonitorias de la guerra, arrancándonos una mirada de asombro y de temor. ¿Qué abismo estaba al fondo?

Los tiempos del encierro capítulos 1 y 2

Capitulo 4

Añorábamos los encuentros con abrazos y besos, el apretón de manos y la tertulia permanente, los bares y los restaurantes, los caminos y la libertad. Las reflexiones que ya no se llevaban a cabo por las urgencias del día terminaban saliendo a la fuerza buscando el aire y el paisaje. A veces se perdía la cuenta de los días y era necesario consultar si era lunes o jueves. Estábamos aislados aunque nunca solos y la solidaridad parecía verse en las redes y en los decretos del gobierno. Éramos demasiado diminutos para la inmensidad del espacio y nos sentíamos vulnerables, desnudos y con las debilidades a flor de piel, pero supimos que podríamos adaptarnos poco a poco para no sucumbir ante las emergencias. De todos modos como diría Mejía Vallejo, siempre tuvimos que nacer y morir un poco, porque de niños dijimos las palabras de los niños y de hombres hicimos lo que no nos quedaba más remedio. Se confundían los tiempos. Antes el toque de queda no era sino para tiempos de guerra y ahora no sonaban las sirenas ni las campanas de la iglesia sino el ruido de los decretos ordenando aislamiento. Todos por ese virus parecíamos iguales y se habían borrado las fronteras porque el mundo se juzgaba uno solo, uno solo con las mismas necesidades de protección y a lo mejor, como decían algunos, ingresábamos a una nueva era. ¿Ocurrió por exceso de ignorancia? ¿Falta de previsiones? ¿Los oídos habían estado sordos a los que ya anunciaban estas pestes? ¿No los calificaban con algo de desdén como simples poetas de desastres?. Las debilidades salieron a flote al estilo de un corcho en el agua y nos dimos cuenta que el sistema de salud era más débil de lo que pensábamos, que por fin entendíamos el método carcelario como un campo de tortura, que el desempleo nos intoxicaba y los informales eran demasiados. Nos habíamos detenido por fin a mirarnos para ver la desigualdad y la pobreza y la radiografía del contexto social como un abismo insondable de injusticia. Con las estadísticas de tanta gente que hasta este momento ha perdido la vida por el virus y al no ver por fortuna a nadie conocido, me dediqué a acordarme de todos mis muertos como si regresaran a este mundo o no se hubieran ido nunca porque habitaban en mi corazón. En ocasiones daba las gracias que no estuvieran viviendo esta tragedia o me imaginaba la conducta de cada uno como si montara una obra de teatro. Era grato experimentar su actuación y ante todo volver a verlos, mirar sus gestos, escuchar sus palabras, proponer sus estrategias, comentar las noticias y mi papá rascándose un poco la cabeza porque se le han agotado los cigarros. Los recuerdos semejaban una ventana con paisaje amplio y parecía lo único que tuviéramos a mano, antes de los avisos de un pesimismo que triunfaba. Juzgué sentir el mundo más de cerca y no como antes cuando planeábamos un viaje y se hacía lejano ir por ejemplo a Europa volando más de diez horas para conseguirlo. Algo me conmovió y fue la mirada hacia nosotros los mayores que se transformó entre un tratamiento de benevolencia, de protección, de lástima y hasta de rabia como si hubieran reinventado que no éramos huéspedes merecedores de la vida y como si desearan que desapareciéramos al estilo de la gente en las grandes ciudades ahora solitarias. Quien vive o quien muere se daba en los lugares donde a tiempo no tomaron medidas para evitar el virus y toda su andanada. La descarga caía para los viejos de sentencia en sentencia, además de aquella de la edad que no tenía retoque. Cada día sonaba un gran concierto como ese día menos.  

 

Redacción Pijao Editores

 


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