Por Verónica Abdala
Clarín (Ar)
Hasta que el altavoz de una camioneta desvencijada y cargada de cajones con frutas rompe el silencio de la siesta, solo se oye el sonido del viento, que hace bailar los pastizales. Y del agua, que corre por un arroyo largo y serpenteante, el que atraviesa el pueblo de El Trapiche y alivia la sequía de la tierra. Allí vive la escritora Liliana Bodoc, a 40 kilómetros de la capital de San Luis, en un pequeño complejo de cabañas de techos azules. Y es ahí donde también escribe.
El Trapiche es una comunidad de alrededor de tres mil habitantes, franqueada por los cerros Trapiche y Villorco, a 1.000 metros de altura sobre el nivel del mar. Para llegar a la casa de Bodoc hay que atravesar los puentes que cruzan por distintos puntos el arroyo, a pocos metros de la Ruta 9. Allí se encuentran los únicos locales y proveedurías de la zona, que llevan los nombres de sus dueños: Ferretería “Don Tito”, Panadería “Mimí”, Peluquería “La July”.
–Acá, como no hay inseguridad, la gente se la inventa –dirá ella mientras ceba un mate amargo en la cocina de su casa, donde recibe a Clarín-. Imaginan sátiros que merodean la escuela, o delincuentes que no existen. Los pueblos también son sitios extraños -concluye la escritora, que este mes presenta un nuevo libro, en el que aborda el tema de la marginalidad de una chica nacida en la villa y la problemática de la trata de personas, que sobrevuela la trama como un peligro latente.
Elisa, la rosa inesperada (Norma), inaugura, asegura ella, una nueva etapa en su carrera.
–Este libro me llevó a transitar caminos que no tenía previstos –cuenta Bodoc–. Aquí hay incluso una modalidad de relato fantástico por el que yo no había transitado nunca. Por eso creo que este libro es como una bisagra. Si alguien estudiara mi obra, creo que podría ver eso.
– ¿Qué es lo que lo diferencia de los anteriores, más allá de la temática?
–Nunca estuve tan presente en la ficción desde lo personal, ni me había entregado a la improvisación a partir de un episodio, en definitiva, no buscado por mí. Y está, además, el tema de la trata, a la que queda expuesta la protagonista adolescente, Elisa Viltes.
Su personaje -una chica santafesina, como la propia Bodoc-, vive en una villa y encara un viaje por el norte argentino, donde será víctima de la violencia sexual.
“El mal, como planta que no está quieta: crece”, dirá Abel Moreno, el narrador tilcareño de esta historia de ficción; un viejo que observa todo desde su silla de paja.
Elisa es hija de un matrimonio de cumbieros, que sale de gira por el interior -nadie sabe si regresará-, y nieta de una empleada doméstica.
–No sé qué puede hacer la ficción en relación a casos tan brutales como los que afectan a las víctimas de la violencia sexual, pero quiero pensar que darle visibilidad a este tema puede servir de algo. El arte acompaña hasta donde puede –dice la escritora–. Lo que también me espanta es la complicidad de la sociedad: que tanta gente sepa lo que pasa y casi nadie se anime a hablar.
-¿Abordar el tema de la trata era parte del plan original?
–No. Esta pretendía ser una novela feliz, incluso naif: la historia de una chica que encara un viaje iniciático por Tilcara, Purmamarca, Andalgalá; con Santa Fé, mi provincia, como punto de partida y de regreso. Yo misma encaré el viaje para prestarle mis ojos al personaje. Pero nada resultó como había previsto: una enfermedad me apartó del plan original. Escribir también es eso: entregarse al viaje, y esta novela es el fruto de ese periplo impensado.
– ¿Qué fue lo que ocurrió?
–Apenas llegué a Tilcara, la primera parada en el recorrido que encaré hacia el norte fue el cementerio. Allí removí la cruz de una tumba y saqué fotos; le hablé al muerto. Al día siguiente caí muy enferma, nunca me había sentido tan mal: tenía los ojos hinchados, volaba de fiebre, no podía moverme. Me asusté tanto que decidí volver y abandonar este proyecto, se lo comuniqué a la editorial. Aunque unos meses después retomé el libro, decidida a dejarme llevar por lo que surgiera sobre la marcha.
Bodoc terminaría enviando a su editora textos, poemas, audios, fotos, con reflexiones sobre la literatura y esta experiencia de escritura, en buena medida improvisada. Esos textos están publicados en un blog oficial del libro.
–La enfermedad la condujo a un estado de imprevisibilidad y ¿qué le aportó concretamente esa ausencia de plan?
–Me condujo hacia ese estado en el que uno realmente no sabe por dónde avanzar, y modificó el tono de lo que empezaría a contar. Me llevó a meterme con temas más turbios, no planificados. Más allá de que uno trace un plan, cosa que suelo hacer cuando escribo mis sagas, el escritor debe estar abierto a la epifanía del hallazgo, de eso que quiere decir, en un momento dado; y del sentido profundo de una historia.
–El narrador de esta historia cuenta su versión mágica del camino de la protagonista. ¿Cuánto de su propio punto de vista hay en ese personaje?
–Yo siempre me esfuerzo para tener esa mirada mágica del mundo. El escritor, además, tiene ese rol: el de quién está sentado al margen de la acción, viendo una realidad como desde afuera. Desde ese lugar rompe el habitus: debe encontrar ese elemento extra cotidiano para contar. Incluso con temas tan crudos: la violación, la muerte, la pérdida, el monstruo. O convertir el hecho común en otro extraordinario.
–La trama incorpora en este caso la mitología norteña, las leyendas regionales, ese es un sello de su literatura...
–A mí me gusta pensar que en todas las cosas se esconde lo innombrable, lo misterioso, lo incomprensible, y es cierto que mi literatura habla de eso. Creo que hay una energía oculta o subterránea, que nos hunde o nos salva.
–En ese sentido la novela no cede al realismo puro, como tampoco cede a la oscuridad.
–Esa es una decisión estética, pero también ética. No quería quedar atrapada en el morbo. Lo fantástico y lo mágico cumplen aquí una función: están para conducir el destino de Elisa hacia otro lado, para rescatarla en cierto modo. Quizás la salve el azar y después quizás la salven las palabras. Mi personaje terminará revalorizando el lugar del que salió, la villa –de donde se irá y volverá transformada-, pero no podrá escapar de él. Terminará escribiendo su propia cumbia, más allá de su rechazo original.
–Hay también otros personajes, como la abuela Rufina, que parecen encarnar la fortaleza femenina, en un contexto hostil y patriarcal.
–Creo que desde Los días del venado vengo dando forma a mujeres con mayor potestad, y aquí, finalmente, los hombres aparecen como seres más débiles. El padre de Elisa tiene poca presencia, y luego hay un chico que seduce a Elisa, además del tonto del pueblo y unos delincuentes. No es algo que me haya propuesto, sino que esto es lo que pasa a veces en ambientes marginales, donde las mujeres le ponen el pecho a la realidad. Como en los comedores –¿cuántas veces lo hemos visto?–: una mujer cocina para 30 y después se fuma un pucho sola.
–Elisa se propondrá escribir su historia. La escritura –el lenguaje– aparece entonces como un recurso posible para la reconstrucción...
–Sí, éste es un tema central para mí, presente en mi obra. Recuperar la palabra –poética u hogareña, la que se pueda– es siempre el punto de partida para la reconstrucción personal o colectiva. La literatura encarna esa posibilidad y yo desde muy chica me aferré a la escritura. Los libros fueron mi salvación, tras la muerte de mi madre en la niñez; y en la adolescencia me salvó la poesía, que me proveyó una mirada mágica o fantástica.
– ¿Qué papel juega la intuición?
–En este libro fue fundamental, porque me lancé a contar sin certezas. Hay algo de lo intuitivo que en estos tiempos está menospreciado, pero el escritor no es nada si no le presta atención.
El próximo martes, a las 17, presentará la novela en el Auditorio del Centro Cultural Córdoba (Avenida Poeta Lugones 401), junto a Micaela, la hija de Marita Verón (víctima de la trata, desaparecida en Tucumán en abril de 2002), y a la madre de Marita, Susana Trimarco. Mientras que el jueves, a las 18.30, lo hará en Librería Cúspide, en avenida Corrientes 526, junto a la escritora Paula Bombara (La chica pájaro)
BODOC BÄSICO
Bodoc (Liliana Chiavetta) nació en Santa Fé, en 1958. Autora de, entre otras obras, de la Saga de los Confines, que le valió el reconocimiento internacional –obtuvo por esta trilogía, entre otras, la distinción White Ravens y fue nominada en dos oportunidades al premio Hans Christian Andersen-, y Tiempo de Dragones. Actualmente escribe el tercer volumen de esta serie, que será una tetralogía, y presenta Elisa, la rosa inesperada (Norma).