Revista Pijao
Rivera vs. Picasso
Rivera vs. Picasso

Por Camila Builes

Especial para El Espectador

El tercer piso del Palacio de Bellas Artes, en Ciudad de México, está vacío. Las únicas personas que hay —tal vez diez, tal vez quince— están frente a El hombre en el cruce del camino, el mural que pintó Diego Rivera como un encargo de Nelson Rockefeller para adornar el vestíbulo del Rockefeller Center. Ese monstruo representativo de Nueva York acababa de construirse y Abby, la mamá de Rockefeller, se empecinó en que Rivera pintara el mural de apertura del sitio. Y así fue. Rivera, esa bestia indómita, hizo una obra llena de símbolos comunistas, con los rostros de Trotsky, Lenin y Marx, con indígenas abrazando la tierra, con frases en ruso y español diciendo que todos, aullando que todos los proletarios del mundo debían unirse. Lo hizo en la entrada del cuartel general de los mayores íconos del capitalismo: apuñaló por dentro al animal.

El mecenas estadounidense intentó que Rivera reemplazara la cara de Lenin por la de un trabajador anónimo, pero el pintor se negó. El mural fue finalizado el 22 de mayo de 1933 e inmediatamente cubierto por una lona. Como quien cubre la mordida de un tiburón con una curita. Ocho meses después, a principios de 1934, Rockefeller ordenó a los obreros que destruyeran el mural, una acción que fue calificada como “vandalismo cultural” por el mexicano. Y lo desaparecieron. Sin embargo —por fortuna— , un asistente de Rivera fotografió el proceso de elaboración del mural y Rivera pudo usar las imágenes para repintar la obra, aunque con mejor tamaño, en el Palacio de Bellas Artes de México.

Es jueves y las quince personas que ven el mural están de pie: le toman fotos al rostro de Lenin. Por la cúpula del Palacio entra una luz ambarina de mediodía. El aire está tibio y la madera de las sillas cruje soltando humedad. Esa pintura parece que fuera el rostro que todo el mundo recuerda de Diego Rivera: esas formas, esos colores, la distribución de los cuerpos, la política porque sí y la política porque no. Pero hubo otros tiempos. Otras formas de pintar.

Toda la gente que entra al Palacio está abarrotada en el segundo piso. La exposición Picasso y Rivera: Conversaciones a través del tiempo ocupa la agenda de turistas y locales. Ahí estaban, a la entrada de la sala, los autorretratos de los que fueron dos de los artistas más importantes del siglo XX. La historia de odio que se tejió debajo de una pintura. El supuesto plagio de una técnica. El olvido de una historia.

Yo, Diego. Yo, el cubista

En 1907, el gobernador de Veracruz, Teodoro Dehesa, le dio a Diego Rivera una pensión para que viajara a Europa. Dehesa sólo puso una condición: Rivera debía enviar un cuadro cada seis meses, a fin de poder apreciar sus progresos. Y así lo hizo hasta 1921.

Rivera entró por primera vez en contacto con el cubismo en España. El país europeo le sirvió para que conociera pintores como El Greco, Sorolla y Zurbarán, que le permitieron asimilar a su llegada a París en 1909 “lo que en Francia se veía de manera distinta”, según él. Inquieto en lo teórico, Rivera abrazó al cubismo desde el estudio de grandes pintores de la historia del arte y produjo más de 250 obras de este género entre 1912 y 1916.

Su cubismo se basó en las teorías del color y sólo le interesaban el movimiento y lo que él denominó “la cuarta dimensión del espacio”. Su estilo era excepcional. Una concepción nueva de la pintura.

Trabajó a través de este género la exposición de la política y los mensajes subversivos. Y al mismo tiempo hizo parte de la élite de pintores que comenzaban a figurar: entre ellos Pablo Picasso.

Exponer juntos

La exposición que se está presentando en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México consta de 147 piezas, entre pinturas, grabados y acuarelas (45 de Picasso y 54 de Rivera).Toda la gente que entra se queda plantada frente a las obras como troncos viejos y resquebrajados.

La exhibición está dividida en cuatro secciones: Las academias muestra la formación artística de ambos creadores. Se aprecian las divergencias de sus contextos sociales y su manera personal de transformar lo aprendido en la academia.

Los años cubistas, una serie de obras que muestran los encuentros artísticos entre los destacados pintores, así como sus acuerdos y desacuerdos cuando ambos vivían en París, durante la Primera Guerra Mundial. En esos años, los artistas exploraron el cubismo. Mientras Rivera estudió y transformó las propuestas formales y teóricas de Picasso, el español expandió su propio entendimiento al conocer la original forma en la que Rivera ejercía su oficio.

América y Europa en contraste es el momento en el que los artistas toman caminos distintos. Diego Rivera “cimentó su carrera sobre su identidad mexicana y como orgullo nacionalista” y Pablo Picasso “construyó su carrera a partir de cambios de identidad y de nacionalidad de española a francesa”.

En el último núcleo, La vuelta al clasicismo en Europa y América, se expone la etapa en la que Picasso y Rivera adoptaron una revalorización de la tradición clásica. En tanto que Picasso combinó a la perfección formas arcaicas y clásicas en sus pinturas neoclásicas, Rivera suplantó los valores clásicos basados en el canon estético grecorromano con la gran tradición escultórica de los mexicanas. Este impulso de regresar a los valores universales y a la estética tradicional se conoció en Francia como rappel à l’ordre, retorno al orden.

Éramos amigos

La amistad de Picasso y Rivera comenzó en 1914, gracias al pintor chileno Julio Ortiz Zárate, quien arregló su encuentro.

Tiempo después, su relación se vio implicada en una polémica de la que existen varias versiones, una de ellas recabada por David Alfaro Siqueiros, que escribió en uno de sus diarios la siguiente conversación:

“Nos encontramos a Rivera de camino al taller de Picasso y nos dijo: vengo de casa del maestro Picasso y lo acabo de agarrar en una volada. Sucedió que al quedármele yo viendo un cuadro colgado alto en la pared, Picasso me dijo: ‘ese cuadro lo pinté yo en 1906. Como usted ve ya se adivinan ahí los principios del cubismo’. Sin darle tiempo de impedirlo acerqué una silla, me trepé en ella hasta alcanzar el cuadro, pasé la mano y la pintura estaba fresca. Conque 1906, ¿no? Le dije al maestro con la mano embadurnada”.

Picasso, al enterarse de lo que había dicho Rivera, le dijo a Siqueiros: “Su compatriota siempre será el mismo. Recuerdo que yo le dije que ese cuadro lo había pintado en 1906 y que tenía todos los elementos de lo que más tarde sería el cubismo, pero todo lo demás es completamente falso”.

Por otro lado, Marevna Vorobev-Stebelska, pintora cercana a los dos artistas, también describió la crisis de su breve amistad: “Picasso siempre tuvo curiosidad por los trabajos de los otros artistas, y todo lo que hacían de novedoso le interesaba. Acostumbraba venir al estudio de Rivera donde se paseaba libremente volteando cuadros para observarlos. Rivera se quejó varias veces conmigo: ‘Estoy harto de Pablo. Si fusila algo de mis cuadros, la gente se extasía con él: ¡Picasso! ¡Picasso! Y todos dicen que me copio de él’. Nunca supe más detalles del incidente, pero sí sé que durante mucho tiempo hubo una gran frialdad entre ambos pintores”.

En sus memorias, Angelina Beloff, primera esposa de Rivera, adjudicaba el quiebre de la amistad de ambos pintores de la siguiente manera: “Diego se enemistó con Picasso a raíz de un incidente que tuvieron por una pintura. En aquel entonces, Diego pintaba paisajes cubistas e interpretaba los árboles con un procedimiento inventado por él. Un día fue a ver a Picasso y al observar las telas que colgaban del muro vio un paisaje pintado con el mismo procedimiento. Picasso le dijo que era una pintura que había hecho hacía tiempo y Diego, entonces, maliciosamente le pasó el dedo a la pintura y éste se le quedó embarrado. Era pintura fresca. Picasso se molestó y así terminó la amistad”.

Las obras a las que se refiere Angelina Beloff son Paisaje zapatista, de Rivera, conocida originalmente como Folklore mexicano, y Hombre apoyado sobre una mesa, de Picasso. A pesar de que Siqueiros y Marvena no hacen mención de obras en particular, se puede deducir que es el mismo conflicto. Existen fotografías donde los artistas posan frente a las pinturas mencionadas: las similitudes entre ambas piezas saltan a la vista. Se sabe que Picasso modificó su obra a raíz del conflicto: la obra actual tiene una composición muy diferente, pero conserva pequeñas secciones donde se puede ver el follaje de la versión original.

 


Más notas de Actualidad