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Nancy Huston: 'Para los seres humanos es imposible vivir fuera de la ficción'
Nancy Huston: 'Para los seres humanos es imposible vivir fuera de la ficción'

Por Jacinta Cremades

Revista El Cultural (ES)

En el extremo este de París, al final de un pasaje sin salida, entre una casa de pisos y un descampado poblado de árboles frondosos, vive, como en una casita de Hansel y Gretel, la escritora canadiense Nancy Huston (Calgary, Alberta, 1953). El pasaje donde se encuentra la casa encantada tiene el nombre de un ilustre español nacido en Menorca (Orfila). Al llamar a un timbre escondido bajo una rama de un árbol que abraza la fachada en estos días de intenso y pegajoso calor, se oye un grito de una ventana en el segundo piso: "¡Ahora bajo!". Es la autora, que se asoma sonriente, con una espontaneidad y alegría contagiosas.

Nancy Huston, mujer del recientemente fallecido Tzvetan Todorov entre 1981 y 2014, es una de las grandes figuras del panorama intelectual francés. Aquél en el que se introdujo gracias a su sensibilidad e inteligencia, cuando llegó allá por los años 70 y con apenas 20 años. Huston fue alumna de Roland Barthes, participó en movimientos a favor de la Liberación de las mujeres y empezó una carrera de ensayista que luego derivó hacia la creación. Desde siempre, la música acompaña a esta mujer de gesto desgarbado y figura elegante. Es la autora de más de una decena de novelas entre las que se encuentran Les Variations Goldberg (1981), Lignes de faille (2006) o Bad Girl (2015), obras de teatro y ensayos como Marcas de nacimiento (1998) o Reflejos en el ojo de un hombre (2012).

Estos días la editorial Galaxia Gutemberg publica La especie fabuladora, uno de sus textos más emblemáticos y cuya tesis destaca la importancia de la ficción en la vida del ser humano. Publicado inicialmente en Francia en 2008 le preguntamos a la autora ¿por qué ese texto y no otro?

Respuesta.- Se trata de los misterios del recorrido de los libros. Es un libro que ya ha sido traducido a dos o tres idiomas y me siento muy feliz con esta publicación, aunque es cierto que mi pensamiento ha evolucionado desde entonces. Estoy trabajando en estos momentos en un libro que trata de la suspensión de la empatía y me doy cuenta de que hay que tener un cierto nivel de vida para alcanzar la empatía novelesca que alabo justamente al final de La especie fabuladora. Si hoy tuviera que reescribir el ensayo, no formularía esos pasajes de la misma manera.

P.- ¿Qué efecto le produce el ver reaparecer este libro?

R.- Es uno de mis ensayos preferidos. Me cambió tanto. Estaba apasionada mientras lo escribía. Confieso estar encantada cada vez que me anuncian una nueva traducción.

P.- En La especie fabuladora, nombre que no solamente da al ensayo sino también a la especie del ser humano, parte de la problemática de que el hombre es lo que es gracias a la ficción, su manera de ver el mundo se crea a través de las historias. ¿En eso, somos una especie única?

R.- Sí, el libro desarrolla exactamente esta misma idea. Pertenecemos a la única especie que ha elaborado una segunda realidad con el fin de sobrevivir. Pienso que son las ficciones las que agrupan a los hombres, que esta cooperación y colaboración de los seres humanos fue fundamental e indispensable para la supervivencia de nuestra especie. Es lo que llamo el Arque-Texto: esta manera de enfrentar el "nosotros y los otros", los otros representan el mal y nosotros el bien. Es fascinante que los seres humanos siempre hayan hecho lo mismo, pero también que siempre hayan vivido con sus mentes imaginarias, engendrado un segundo nivel de realidad, hilado los acontecimientos en historias, visto causalidades en todas partes, incluso allí dónde no había ninguna. Cuando truena el cielo, los animales no piensan nada. No se preguntan quién lo ha hecho, por qué lo ha hecho, qué hemos hecho para merecer esto; mientras que el ser humano sí.

Después, cuando al final de algunos cientos de miles de años las condiciones económicas permitieron la eclosión de la ciencia, descubrimos que había causas en vez de razones. Cuanto más ha ocupado la ciencia el espacio de la religión y la mitología como explicación de la realidad, tanto más el espacio imaginario ha sido liberado para el nacimiento de la novela. En las sociedades modernas, individualistas, en las que la gente ya no cree tanto ni en la magia ni en el mundo divino que nos rodea, hemos sentido la necesidad de crear otras maneras de ficción, no solamente a través de la novela, sino también en el teatro, el cine...

P.- Y esas historias que la humanidad se cuenta desde tiempos inmemorables, ¿se repiten de alguna manera a través del tiempo y del espacio?

R.- Pues la verdad es que podemos suponer que hay un aspecto darwiniano en el hecho de que, en todo el mundo, los niños adoren las historias de guerra y las niñas las historias de amor.

P.- La especie fabuladora empieza por un capítulo en el que está usted rodeada de mujeres en la cárcel que le hacen preguntas sobre el porqué de la literatura. ¿El libro es una respuesta a estas mujeres?

R.- Absolutamente, es el verdadero origen del libro y no solamente una astucia para contar una historia al principio del ensayo. En este preciso momento, algo milagroso ocurrió. De repente, entre una de las preguntas de estas mujeres y el comienzo de mi respuesta, tuve en un instante la revelación del libro. En efecto, una de las presas me preguntó: "¿por qué inventar historias cuando la realidad es tan increíble?" y me di cuenta de que los crímenes pasionales o políticos por los cuales estas mujeres estaban en la cárcel también tenían sus raíces en la ficción. Ficción no quiere decir mentira, sino un relato que permite dar un sentido gratificante o satisfactorio a un acontecimiento.

Para los seres humanos, es imposible vivir fuera de la ficción. Porque tenemos conciencia del tiempo contrariamente a los demás animales, construimos relatos que nos permiten existir y avanzar. El hecho de saber que nuestro tiempo es limitado marca toda la diferencia. Nuestra vida se constituye, de cierta manera, en un "story line".

P.- Leo en su ensayo "Los seres humanos son magos que se ignoran" y me parece una frase emocionante. ¿Podría hablarnos un poco más sobre ella?

R.- Es un hecho que existe desde la infancia. Los niños juegan a pretender ser otra cosa u otra persona. Jamás un animal se divertiría intentando ser otro animal. Los niños no saben que son magos. Juegan de forma espontánea e ignoran el sentido del juego. Cuando hablamos de la historia de Francia, por ejemplo, o del cristianismo, o del socialismo, de lo que sea, un elemento novelesco muy fuerte se pone en marcha.

P.- En su ensayo habla de la necesidad del otro, me refiero al proceso de transmisión del lenguaje, del aprendizaje, más que a la idea de convivencia.

R.- En soledad, un ser humano no puede convertirse plenamente en ser humano, ya que pensamos con las palabras y las palabras nos vienen de los demás. Sin palabras, es imposible acceder al pensamiento. Nuestro ser se nutre de miles de años de evolución de nuestro idioma (o de nuestros idiomas si hablamos varios); es ya una gran presencia del otro en nosotros mismos, a pesar de que prefiramos olvidarnos de ello. Cuando los nihilistas (que llamo profesores de la desesperanza) dicen "paso de los demás, no necesito a los otros", no están siendo solamente arrogantes, sino además falsos.

P.- Algunas de sus novelas, de sus ensayos autobiográficos, tratan del tema de la identidad: ¿tiene usted la impresión que tras haber vivido en diferentes países, inmersa en diferentes culturas, tiene usted diferentes identidades?

R.- Tengo sobre todo la impresión de que los exilados, los expatriados, son más conscientes de ello que los demás. Si vivimos en una sociedad tradicional en la que los roles están distribuidos de antemano, en la que cada uno hace lo que han hecho sus parientes del mismo sexo, si nunca viajamos, no cambiamos jamás de lengua, de religión, etc., no se puede uno dar cuenta de esas potencialidades. De hecho diría que tampoco se pueden escribir novelas. Es imposible imaginarse una novela creada en una sociedad de gente absolutamente pegada a una identidad tradicional.

En realidad, la novela depende estrechamente del colonialismo. Nace en los países que poseían colonias, como Inglaterra, Rusia, Francia o España. Por un lado, porque estas colonias traían riquezas y nos dejaban tiempo para educarnos, el ocio y reflexionar sobre estas maravillosas máquinas que son las novelas... y, por otro lado, porque gracias al colonialismo pudimos comprender el carácter relativo de la identidad. Por mi parte, mis identidades están bastante próximas unas de otras. Es cierto que el hecho de haber nacido al oeste de Canadá, haber vivido en Estados Unidos, luego en Francia, pero también en el campo de Francia, en el Berry (en esa época bastante "retrasado" y supersticioso), últimamente en Suiza (también en el campo en donde la gente continúa creyendo en la brujería) ¡ha enriquecido mucho mi mirada sobre el mundo! Sin embargo, mirar a Canadá con los ojos de Nueva York o a la inversa... también me convierte en alguien frágil.

P.- ¿Define usted esta mirada como multicultural?

R.- No todos los novelistas escriben bajo estas energías. Pero si pensamos en las grandes escritoras de estos últimos años, Chimamanda Ngozi Adichie, Taiye Selasi, Arundhati Roy, Zadie Smith... tienen a menudo un pie en el mundo occidental y un pie en otro lugar. Los novelistas franceses en cambio tienden a ser tremendamente egocéntricos y me fatiga en ellos tanta belleza de estilo sin historia.

P.- En su novela autobiográfica Bad Girl (2015), habla usted de sus padres. La voz de la narradora se dirige a su ser previamente al nacimiento. Se pregunta sobre lo que fue y en cómo se convirtió en escritora. ¿Cuándo empieza a fraguarse la identidad?

R.- En la novela no me desdoblo, sino que le doy a la pequeña Dorit otro nombre que el mío, sin esconder que hablo de mí misma. Creo que es importante darle otro nombre, ya que se trata de una ficción. He cambiado tanto desde mi infancia que utilizar el "yo" hubiera podido inducir a error. En Bad Girl hablo de la construcción de la identidad pero tomando al lector como testigo para que entienda lo que ocurre. Me convierto en lectora de mi propia vida, con mis datos genéticos, una especie de locura que me vino de mi abuela alemana, el don musical de mi madre que fue una magnífica pianista, y las historias, aquellas que me contaron y aquellas que no me contaron y que tuve que descubrir por mí misma. Estamos moldeados y fascinados por todo ello. Somos el producto, no solamente del cuerpo de nuestros padres sino de las historias que arrastran, tanto personales como políticas.

P.- ¿La fascinación que dice sentir por la historia, es por la historia de su familia o por la historia en general, aquella que se convertirá en literatura?

R.- Siento un placer físico cuando entro en una historia. Reconocer, desde el segundo capítulo a los personajes. Tener una imagen de quienes son. Para mí, como explico en La especie fabuladora, es la prueba de que estamos programados para ser criaturas de ficción, porque somos personajes los unos para los otros. ¡Por eso la novela funciona tan bien!


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