Tomado de La Tercera de Chile
Más de dos décadas llevaba retirado en Las Cruces. Hasta su casa junto al mar llegaron a visitarlo escritores, políticos, académicos y estudiantes. Desde Roberto Bolaño, Leonardo Farkas a los presidentes Michelle Bachelet y Sebastián Piñera. Y sobre todo admiradores, muchos de ellos llegaron a su hogar en calle Lincoln 113, quienes pudieron corroborar en directo lo que se decía del hermano mayor del clan Parra.
El poeta y físico matemático, fallecido a los 103 años de edad, que siempre era el mayor entre sus visitantes, era una mente lúcida inigualable, que podía recitar de memoria poemas en varios idiomas, contar chistes callejeros, recordar con detalle sabrosas anécdotas con Neruda, su hermana Violeta, y reflexionar con agudeza, desde la astucia y la experiencia, sobre la vida y la incertidumbre.
En definitiva, el autor que revolucionó la poesía hispanoamericana con su libro Poemas y antipoemas (1954) fue el último sobreviviente de la gran literatura del siglo XX. Al contar sus historias unía el discurso de la academia y de la calle, donde se asomaban frases de su hermano Roberto, Shakespeare, Pezoa Véliz, conceptos de la mecánica cuántica, Nietzsche hasta el Código de Manu.
Nicanor Parra, quien a mediado de los 90 se instaló en el balneario de Las Cruces, luego de 20 años de hacer clases de literatura a los alumnos de ingeniería en la sede de Beauchef de la U. de Chile, volvía de vez en cuando a referirse a su traducción de Hamlet que nadie vio publicada. “Hamlet es la culminación de todo”, decía sobre su desafío y obsesión. Un día, en broma y en serio, dijo a través de la prensa que necesitaba financiamiento para su traducción. Así fue como Farkas llegó en limusina al litoral.
El personaje shakesperiano que tanto lo cautivó convertido en su cuaderno de apuntes, en un huaso chillanejo o un lanzador de frases puntudas. “Soy el fantasma de Hamlet”, diría Parra, el primer gran poeta chileno que no usó seudónimo. Que firmaba sus libros de poemas con el mismo nombre con el que pagaba las cuentas y respondía las dudas al otro lado del teléfono. Distinto a Ricardo Neftalí Reyes (Pablo Neruda), Lucila Godoy Alcayaga (Gabriela Mistral) o Carlos Díaz Loyola (Pablo de Rokha).
“El poeta es un hombre como todos / un albañil que construye su muro: / un constructor de puertas y ventanas”, apuntó en Manifiesto, en 1963, donde señalaba que “Los poetas bajaron del Olimpo”. Su obra antipoética, basada en el habla cotidiana, donde asomaba el humor y el absurdo, le valió detractores y también los elogios de quienes vieron oxígeno ante la rigidez de la poesía lirica. Pablo de Rokha fue severo: “Los antipoemas inspiran lástima y asco”. El narrador argentino Ricardo Piglia lo consideraba su “maestro” y “el mayor poeta de la lengua después de Vallejo”.
Nicanor Segundo Parra Sandoval fue el mayor de nueve hermanos. Nacido en San Fabián de Alico, el 5 de septiembre de 1914, el hijo de un profesor primario y músico y de una modista, llegó con sus mejores credenciales a estudiar a Santiago. Del Internado Nacional Barros Arana, donde ingresó financiado por una beca de la Liga de Estudiantes Pobres, pasó a estudiar Matemáticas y Física en el Instituto Pedagógico de la U. de Chile.
Por esos años, el futuro profesor del Liceo de Hombres de Chillán preparaba su primer libro. Con 23 años, en 1937, Parra debutó en la literatura con el poemario Cancionero sin nombre. Título que omitiría con los años. Sin embargo, el ejemplar se adjudicó el Premio Municipal de Santiago y le valió que Gabriela Mistral lo señalara como “el futuro poeta de Chile”. Pero Parra guardó silencio por varios años y solo entregó algunos adelantos, poemas sueltos, que formarían parte de algunas antologías.
El autor se concentró en otros territorios y profundizaría su interés por la literatura anglosajona, lejos de los grupos que por entonces replicaban el surrealismo nacido en París. A inicio de los 40, Parra viaja a EEUU y realiza un posgrado en mecánica avanzada en la Universidad Brown. A su regreso asume como director interino de la Escuela de Ingeniería de la U. de Chile.
Un año decisivo sería 1949, cuando se embarca a Inglaterra. En Santiago quedó su mujer, Anita Troncoso, junto a sus tres hijos: Catalina, Francisca y Alberto “Payuyo”. En Oxford, becado por el Consejo Británico, estudiaría un doctorado en cosmología. Pero entre lecturas de Shakespeare y Newton, Parra se dedicó a preparar el libro que cambiaría el rumbo de la poesía hispanoamericana: Poemas y antipoemas.
El ejemplar cimentó el proyecto de la antipoesía y produjo futuros elogios como los del crítico norteamericano Harold Bloom. “Parra nos devuelve una individualidad preocupada por sí misma y por los demás”, apuntó y también: “Parra es, incuestionablemente, uno de los mejores poetas de Occidente”.
Parra llegó a sus 50 años sin una abultada producción, pero cada paso era una propuesta y un desafío. En Versos de salón (1962) incluye el poema La montaña rusa. Un quiebre radical con la tradición. “Durante medio siglo / La poesía fue / el paraíso del tonto solemne. / Hasta que vine yo / y me instalé con mi montaña rusa. / Suban, si les parece. / Claro que yo no respondo si bajan / echando sangre por boca y narices”.
En la década del 60, Parra es traducido al inglés en las versiones de figuras de la talla de Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, William Carlos Williams y Thomas Merton. En 1969 recibe el Premio Nacional de Literatura. A la fecha aún no publica libros esenciales de su trayecto como Artefactos (1972) y Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977).
Al hijo ilustre de Chillán, solo en la década del 90 le llegaron los reconocimientos internacionales. Por esos años a Parra se le ve acompañado de admiradoras siempre más jóvenes que él. Su vida sentimental fue intensa. Tuvo seis hijos. Tres con Anita Troncoso, luego con Rosa Muñoz tuvo a Ricardo “Chamaco”. Mientras que con Nury Tuca a sus últimos dos hijos, Colombina y Juan de Dios.
Los galardones llegaron con la madurez de su autor. Casi uno por década. En 1991 obtiene en México el Premio de Literatura Juan Rulfo, que permite la edición, dos años después, de la antología Poemas para combatir la calvicie. En 2001 recibe el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Y una década después, en 2011, es reconocido, a sus 97 años, con el Premio Cervantes.
Ese mismo año se publicó en España el segundo tomo de su Obras completas por Galaxia Gutenberg. Impulsado por el crítico español Ignacio Echevarría y el escritor Roberto Bolaño, el primer volumen salió en 2006. “Todo se lo debo a Parra”, dijo Bolaño.
En 2014 múltiples actividades celebraron sus 100 años de vida. Hubo festejos para todos los gustos. Se montó una exposición fotográfica con material inédito en el Centro Cultural GAM, y en la biblioteca que lleva su nombre, de la UDP, se abrió la exposición que reúne su trabajo visual, Voy & Vuelvo.
A su vez las autoridades de gobierno llamaron a una lectura simultanea de El hombre imaginario, el poema más emblemático de Parra. Y el viernes 5 de septiembre, en la calle de su casa de Las Cruces, se montó una feria con puestos de comida y artesanía instalados por la municipalidad. Se bailaron 100 pies de cuecas en su honor y se hizo una asado de cordero, que Parra pudo degustar junto a papas cocida y pebre. Un año más tarde, con 101 años, el antipoeta se preguntaba: “¿Que cuántos años más? El respetable público dirá”.