Revista Pijao
La literatura y los fantasmas de Sergio González Rodríguez
La literatura y los fantasmas de Sergio González Rodríguez

Por Patricio Jara

La Tercera (Ch)

Es inevitable: nada más pasan las páginas, un hielo corre por la espalda del lector. Teoría novelada de mí mismo, de Sergio González Rodríguez, puede leerse como una declaración de principios o como una despedida. El narrador mexicano fallecido en abril pasado, a los 67 años, dejó un libro donde están todas sus formas de relacionarse con la escritura y también asoman sus pesadillas y fantasmas.

Autor de una obra impecable en variados registros, a nivel hispanoamericano González Rodríguez destacó como cronista. Su libro Huesos en el desierto (2002), sobre los crímenes en Ciudad Juárez, lo instaló como referente del periodismo narrativo. La investigación además fue determinante para que Roberto Bolaño diera forma al segmento más feroz de 2666: La parte de los crímenes. “Si alguna vez me encuentro en una situación jodida, sería una garantía tener a Sergio González Rodríguez a mi lado”, escribió el autor chileno a poco de aparecido el reportaje.

Indagar en los asesinatos de cientos de mujeres en aquella región fronteriza fue un acto de coraje. En este nuevo libro el autor se detiene a procesar, con la distancia de los años, lo que significó aquel trabajo, incluidos los detalles de la paliza y amenazas de muerte que sufrió más de una vez durante el reporteo y hasta después de la publicación.

“Comencé a perder la memoria y el habla debido a los golpes: sufrí un hematoma entre el cerebro y el cráneo. Fui sometido a una intervención quirúrgica de urgencia para recuperar la salud. Al tiempo, continué mis investigaciones”. Y el periodista siguió hasta mucho después, lo cual se tradujo en otros títulos destacados, como El hombre sin cabeza, sobre la decapitación como práctica narco, y Los 43 de Iguala, referido a los estudiantes desaparecidos en 2014.

A primera vista, Teoría novelada de mí mismo entrega numerosas claves sobre la cocina del autor, sin embargo, para quienes aún no lo conocen, se proyecta como una singular reflexión sobre la escritura como acto físico de primera necesidad. Esto va desde la caligrafía hasta el tipeo mecánico y luego el uso de los programas computacionales.

“El invento de la máquina de escribir y el teclado es consustancial al despunte de la revolución tecnológica que comienza con la máquina de vapor, la balística y el resto de los armamentos que hicieron posible la guerra a distancia”, anota. “Al generalizarse el uso de la dactilografía, el escritor pudo convertirse también en un guerrero moderno en el campo de batalla de la letra impresa, en especial en cuanto al periodismo, pero en el pensar también”.

Como ocurre con todos los actos creativos irrefrenables, aquellas conexiones González Rodríguez las proyecta hacia otros ámbitos. En su juventud fue bajista de una banda de rock, y se detiene a comparar los tiempos que produce el instrumento con los golpes en las teclas: “Su ondulación acústica penetra lo terrestre y vibra a través de edificios y cuerpos orgánicos. Tan directo como subrepticio. ¿Está allí la raíz de mi patrón de pensar y estilo literario, hecho de asertos, acentos, pausas, resonancias, titubeos, deslizamientos que recaen en lo humano, o en el misterio?”.


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