Por Julio Llamazares
El País (ES)
“Noche corta de verano: / entre los juncos, fluyendo, / la espuma de los cangrejos”.
El haiku de Yosa Buson, autoproclamado él mismo discípulo de Matsuo Bashô pese a que no llegó a conocerlo y tenido por algunos como mejor escritor de haikus que su maestro, que además ilustraba con delicadas pinturas, pues era también pintor, es un ejemplo glorioso de cómo el vacío poético, esa nada existencial que desafía a la vanidad de los hombres, puede lograr los dos objetivos que la poesía persigue y en particular el haiku, la brevísima composición japonesa de solo tres versos y 17 mantras o sílabas en total: la belleza y la emoción. No se necesita más para describir la tranquilidad y la paz de una noche de verano a la que el lector se ve transportado, mecido como los juncos del haiku por las palabras del poeta.
El haiku es una emoción pero también el asombro de descubrir que no se necesita mucho para trasmitir el máximo, que en ocasiones, como en el haiku de Yosa Buson, coincide con el vacío, con el silencio profundo de una corriente bajo una noche de verano con cangrejos deslizándose entre los juncos inmóviles. No hay que ir tan lejos para sentir ese mismo asombro ni la emoción que se experimenta al paladear los versos de un verdadero poeta: “Estos días azules y este sol de la infancia”, fue el último que escribió Antonio Machado en su exilio francés de Collioure y que quienes lo enterraron encontraron en el bolsillo de su chaqueta escrito a lápiz en un papel. ¿Se puede decir más con menos?
El verano es un haiku que pasa volando. Como la poesía, no necesita de grandes sucesos para discurrir, al revés: se desliza más rápido cuando más vacío, más repetido y lleno de tranquilidad. Como los haikus, las vacaciones son tiempos de suspensión, vacíos en el calendario que apenas dejan notas en las agendas más allá de una comida, un paisaje o el recuerdo de una noche pero que nos acompañarán ya siempre precisamente por su intemporalidad. Haiku significa corte, enfrentamiento entre dos ideas que vienen a ser la misma y entre las que se interpone otra, como las vacaciones hacen con nuestro tiempo presente. Por eso —y por su brevedad— hay que aprovecharlas, no porque nos lo diga la industria del ocio, que ignora conscientemente, puesto que vive de ello, que aprovechar el tiempo no significa llenarlo de obligaciones y citas; al revés: aprovechar el tiempo consiste en dejarlo fluir libremente, como los cangrejos del haiku de Yosa Buson, y con él nuestros pensamientos. “Un año más ha pasado / Una sombra de viajero en mi cabeza / Sandalias de paja a mis pies”, escribió su maestro Matsuo Bashô.