Revista Pijao
Gerardo Diego: tras las huellas del Montañés
Gerardo Diego: tras las huellas del Montañés

Por Nataly Jaramillo

Especial para El Espectador

Solo algunos retratos andantes descritos por algunas personas, muchos, muchísimos poemas, alrededor de 60 obras de este hombre caminan por la historia. No se ha dicho lo suficiente, solo a ciencia cierta se puede afirmar que nació el 3 de octubre de 1896 en Santander-Madrid, en el seno de una familia de comerciantes, que estudió letras en la Universidad de Deusto, aunque se licenció en la Universidad de Madrid, que en 1920 obtuvo la plaza de catedrático de lengua y literatura e impartió clases como profesor de instituto en distintas ciudades españolas, que formó parte de la generación del 27 y murió a los 90 años, tranquilo, el 8 de julio de 1987.

Queda claro que, con muchos personajes, habló, que a muchas personas habrá visitado; sin embargo, andar tras las huellas del montañés es difícil, pues pocos lo describieron para que pudiera cabalgar por el tiempo su imagen inamovible, como el escritor José Ramón Saiz Fernández, que escribiría para El Diario Montañés el 14 de septiembre de 1992, cinco años después de su muerte, “Era, como le conocí, un hombre de pocas palabras, casi no corría el ‘párrafo’ en la conversación y con frecuencia se elevaba por encima de los diálogos, quizás buscando una inspiración que encontraba cuando explicaba poesía o tocaba el piano’, o como develó Julio Neira, quien ha dedicado su actividad docente e investigadora al estudio de la poesía española contemporánea, especialmente a la generación del 27 y publicado después en el libro Trasluz de vida: doce escorzos, de Gerardo Diego: “Gerardo no era simpático, y además resultaba proverbial su mutismo, así que no concitaba la atracción de los jóvenes hacia su persona. Es lo que deseaba, ya que decía que no podía perder su tiempo leyendo los palotes de los principiantes. Conmigo hizo una excepción, desde aquel 5 de febrero de 1958 en que lo abordé en una calle cuando se dirigía al Ateneo de Santander, y me citó a la mañana siguiente en el hotel en donde se alojaba, para leer mis tanteos poéticos iniciales. Desde entonces continuó tratándome con simpatía, aunque no creo que le gustaran nunca mis versos, tan alejados de su estética”.

Se habla de su obra, de sus estudios, de sus premios, pero no de su yo humano, hasta que en sus propias palabras surgió nadando de lo que no muchos hablaron, y es su niñez, su adolescencia, quizá la única llave que abre el cofre de donde viene su poesía: “Los primeros recuerdos”, audio recopilado por el Centro de Documentación Gerardo Diego Poesía Española del Siglo XX.

Una voz apacible habla; es él buscándose, añorando recuerdos de su niñez, como el tazón de desayuno en la mesa y la compañía de la abuela, o los recuerdos en el colegio Don Quintín, en Santander, y de todos los chicos de su barrio que estudiaban allí. De las clases severas de Don Quintín, que incluían golpes en las palmas, con correa o regla, y donde aprendió la gramática, la ortografía, la geografía —que era una de sus pasiones— y el solfeo.

Las ráfagas nacientes del muelle, el sol y él, de niño, paseándose por allí. Además de ese, tiene otros recuerdos más claros, casi tangibles y dolorosos de sus 8 años, como la muerte de sus dos hermanos, Emilia y Manolo, por tuberculosis.

Santander era su ciudad de aire y era feliz con sus excursiones al Magdalena para ir a ver barcos y adivinar su nombre a lo lejos.

Libre y disciplinado, debía cumplir con el colegio, lo sabía, pero también gozaba del juego absoluto como niño diablo, pero siempre vigilado de reojo.

Creció lleno de inquietudes, y aficiones y las letras le llegarían después, quizá en forma de nubes y estrellas miradas desde el balcón de su casa, tomando forma en las clases de don Narciso Alonso Cortés, considerado uno de sus grandes maestros. Allí, a sus 13 años la lectura fue su revelación, convirtiéndose luego en palabras puestas sobre el papel.

Gerardo Diego creció como un árbol, un árbol que emergía de sí como un tercer ojo omnipresente, siempre abierto, como un insomne loco, develándole secretos hasta reventar. Alimentado por los años y desde adentro, desde sus recuerdos. Sintiendo las hormigas trepar por sus grietas, sus hojas caer sacudías por el viento, sus raíces invitar al agua a subir por su lomo, para pintarse luego de verde y dejar florecer su corazón en forma de flores amarillas. El aire, el olor salado que traía el viento e impregnaba todo su Santander de niño, de joven y del adulto que marchó queriendo regresar a los lugares inscritos siempre en sus poemas, donde hacía parecer al mundo como el jardín de su casa.

 

Ayer soñaba

Ayer soñaba.

Tú eras un árbol manso

- isla morada, abanico de brisa -

entre la siesta densa.

 

Y yo me adormecía.

 

Después yo era un arroyo

Y arqueaba mi lomo de agua limpia,

como un gato mimado,

para rozarte al paso.

Gerardo Diego

 


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