Revista Pijao
El refugio de Nicanor Parra en La Reina
El refugio de Nicanor Parra en La Reina

Por Javier García

La Tercera (Ch)

“Es la D de Dios”, acostumbraba repetir Nicanor Parra para precisar la dirección de su casa ubicada en lo alto de la comuna de La Reina. Calle Julia Bernstein 272-D. La casa no ha cambiado mucho pero el sector está rodeado de nuevas construcciones. En su mayoría, exclusivos condominios. Un paisaje muy distinto al que vio el antipoeta cuando llegó a adquirir el amplio terreno en 1958. Allí, entre zarzamoras y bambúes, instaló una cabaña que con el tiempo fue ampliando. Así descubrió al desmalezar un jardín japonés. Una serie de fuentes, escaleras y caminos de piedras son aún evidencia de ese pasado. Quienes llegaban hasta allá demoraban en promedio una hora desde el centro de Santiago.

Hace dos semanas, el autor que con Poemas y antipoemas revolucionó la poesía en lengua española del siglo XX, regresó a su hogar en los faldeos cordilleranos. Parra estuvo acompañado de algunos de sus hijos y nietos. Estos últimos, liderados por Cristóbal “Tololo”, están recuperando la casa, declarada como Inmueble de Conservación Histórica por la Municipalidad de La Reina. Desde ese sitio donde marcó su lugar en la poesía chilena: “¡Viva la Cordillera de los Andes! / ¡Muera la Cordillera de la Costa!” (Versos de salón, 1962), haciendo referencia a su hogar y al de Pablo Neruda, quien vivía en la playa de Isla Negra.

Nacido el 5 de septiembre de 1914, Nicanor es el único sobreviviente de los hermanos Parra Sandoval. Este martes cumplirá 103 años. Su deseo: celebrar junto a su familia en La Reina. En ese hogar donde vivió por más de tres décadas, crió a sus hijos, se refugió de los ataques políticos, le dio forma a los Artefactos, creó las Bandejitas de La Reina protagonizadas por un corazón con patas llamado Mr. Nobody, y que dejó en 1994 para instalarse en el balneario de Las Cruces.

Antes de llegar a Julia Bernstein, Parra ya vivía en el sector. Primero en Larraín 6006 y luego en Paula Jaraquemada 115. Es la década del 40 y el profesor de Física y Matemáticas está casado con Ana Troncoso, con quien tuvo tres hijos: Catalina, Francisca y Alberto. Instalado ya en el nuevo hogar, en los 60 comparte el lugar con Rosa Muñoz con quien tiene a Ricardo “Chamaco”. Una década más tarde nacen Colombina y Juan de Dios “Barraco”, hijos de Nury Tuca.

“Por lo general, los taxistas se niegan a subir hasta allí: alegan (lo que es cierto) que el viaje es largo y que no siempre consiguen clientes para la vuelta al centro”, escribió a fines de los 60, en un artículo sobre Parra, el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal. “No hay teléfono; el cartero no llega… Nicanor parece vivir en otro planeta”, agrega del recinto donde Parra, quien padece de asma, está rodeado de vegetación, cría gansos, juega con sus perros Capitán y Violín, y maneja sus primeros autos escarabajos Volkswagen. A parte de La Reina y Las Cruces, Parra tiene otras dos casas. Una en Conchalí (hoy Huechuraba) y otra en Isla Negra.

La Pagoda y la fiesta

Una reja alta de fierro divide la calle del camino, rodeado de sauces, rumbo a la casa. Un trayecto donde las pircas, jardines y ampliaciones fueron hechas por Roberto Parra, autor de La Negra Ester. Hasta ahí llegó el director Andrés Pérez, a fines de los 80, para darle forma a la obra basada en las décimas. El “Maestro Pinina”, lo llamaba su hermano Nicanor. El hogar para Roberto era “La universidad abierta de La Reina”.

Hasta lo alto de Santiago llegaban sus alumnos del Instituto Pedagógico, además de admiradores, amigos y escritores como Enrique Lihn, Oscar Hahn, Antonio Skármeta, César Cuadra, Ignacio Valente, Ronald Kay, Jorge Teillier, Raúl Zurita, Elvira Hernández y Jaime Quezada. En ese paisaje lo retrataron fotógrafos como Hans Ehrmann, Paz Errázuriz y Luis Poirot.

“El altillo atiborrado de libros y papeles con trozos escritos eran un marco atractivo, pero un poco obvio. Me gustó mucho más la imagen que le tomé en medio de unos árboles recitando el Rey Lear, de Shakespeare en el momento que terminaba la traducción”, rememora Poirot, quien lo fotografió en la parcela en varias ocasiones entre 1969 y 1984.

“Anoche he ido a casa de Nicanor Parra a dejar el cuestionario para Árbol de Letras en compañía de Rolando Cárdenas (…) Largo viaje hacia La Reina, en donde nos mortifica ‘un horizonte de perros’”, escribió Jorge Teillier en 1968.

A inicios de esa década dos escritores de la generación Beat, Lawrence Ferlinghetti y Allen Ginsberg, aterrizaron en Chile para participar en el Primer Encuentro de Escritores Americanos de Concepción.

Venían por dos semanas, pero Ginsberg se quedó tres meses en el país. Un par de semanas el autor de Aullido alojó en La Reina. “Viví en casa de Nicanor Parra, y estaba sin un centavo, no tenía dinero para regresar a Estados Unidos”, recordó en 1994, quien tradujo al inglés algunos poemas del Premio Cervantes.

Hoy la casa sigue conservando en su entorno los cercos hechos con respaldos de camas. Las cortinas cosidas con retazos de tela por la mamá del clan, Clara Sandoval. Hay muebles de antigua madera, loza traída desde China, un piano vertical Apollo Dresden, y un arpa, una guitarra, una lámpara y un reloj, de Violeta. La hermana querida de Nicanor, que el sábado 4 de febrero de 1967, un día antes de suicidarse, lo fue a visitar. “Te voy a cantar una canción: se llama Un domingo en el cielo”, le dijo Violeta regresando por el camino de tierra a su carpa ubicada en La Cañada.

Dos años después, en 1969, con 29 años el narrador Antonio Skármeta entró al hogar de Parra para saludarlo por el recién obtenido Premio Nacional de Literatura.

“Hubo una ceremonia espontánea. Llegó mucha gente. Fue muy bonito”, recuerda Skármeta. “En los 70 también lo visité. Él era profesor del Pedagógico. Siempre lo recibía a uno con amabilidad, con un vaso de vino o una taza de té. Entonces yo tenía una Citroneta y a veces me costaba que llegara hasta arriba”, dice hoy el Premio Nacional 2014.

Llegando 1970 un malentendido complicó a Parra. El 15 de abril de ese año, en plena Guerra Fría, mientras asistía en EEUU, al Festival de Poesía organizado por la Biblioteca del Congreso en Washington fue invitado junto a otros poetas por la Casa Blanca, donde fue fotografiado con Pat Nixon. La imagen le costó un quiebre con la izquierda chilena y latinoamericana. La tranquilidad de su parcela en La Reina se transformó en su refugio. De ahí nacieron los Artefactos (1972), postales armadas con imágenes y frases. Una iba directo a sus detractores: “Hasta cuando siguen fregando la cachimba: Yo no soy derechista ni izquierdista. Yo simplemente rompo con todo”.

“Eran años de dictadura y el poeta se mantenía al tanto de todo y todo lo que pasaba se diseccionaba sobre su mesa. Ante las cosas más duras no perdía el humor, lo que a veces se agradecía. Muchos llegaban adormilados, pero el poeta estaba siempre muy despierto”, dice hoy la poeta Elvira Hernández, quien solía ir con un grupo de jóvenes los días sábado. En la semana, el poeta bajaba al centro de la ciudad a dar clases en el Departamentos de Estudios Humanísticos de la U. de Chile.

Por esos años tenía una cabaña junto a la casa que llamó “La Capilla”, donde alojaban sus invitados. Cuando se juntaba un grupo de amigos lo llamaba “El Club de caballeros”. Además Parra levantó “La Pagoda”, construcción de dos pisos, donde tenía su biblioteca. Aún se pueden ver ejemplares de Rubén Darío, Francisco Encina, la Lógica de Hegel, poemarios de William Carlos Williams, Kenneth Rexroth, T.S. Eliot, Shakespeare, y primeras ediciones de sus libros Hojas de Parra y Sermones y prédicas del Cristo de Elqui. Sin embargo, la mayoría de sus libros están en otro recinto.

También visitó la casa de La Reina el poeta Raúl Zurita. Aunque reconoce que lo trató más en su hogar de Isla Negra. “Era una casa extraordinariamente bella. Yo recuerdo dos de sus obsesiones literarias, que presencié: el Martín Fierro y el Tao Te King. Siempre estaba con una ruma de libros”.

Otro episodio que aparece en su memoria es una fiesta a fines de los 70, que surgió con los amigos de Ana María Molinare, quienes se instalaron hasta en la calle. Ella de clase alta, era casada y tenía 32 años. Nicanor 64. Fue la mujer quien inspiró, tras suicidarse, el poema El hombre imaginario. Zurita recuerda que esa noche Nicanor le decía, dando vueltas de un lado a otro: “¡Se tomaron la casa los pitucos!”.


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