Jorge Luis Borges manejó la capacidad anticipatoria de la literatura con el magisterio propio de un hombre de ciencia. Por algo así, es el autor favorito de los científicos.
En El jardín de los senderos que se bifurcan, Borges anticiparía la incertidumbre del entorno combinando la literatura con la forma más prestigiosa de conocimiento, es decir, con la ciencia. Lo consigue recorriendo un laberinto temporal, una composición imaginaria en la que se hace necesario enfrentarse a varias encrucijadas a la vez; alternativas que dejan de ser alternativas cuando se opta simultáneamente por todas a un mismo tiempo, creando así diversos tiempos que se multiplican y bifurcan pues, tal y como nos dice Borges, todos los desenlaces ocurren y cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones.
Con tal acción, en apariencia contradictoria, Borges se va a adelantar unos años a la denominada Interpretación de los Muchos Mundos, más conocida como la Teoría de los mundos paralelos,una hipótesis de la Física Cuántica desarrollada por el físico norteamericano Hugh Everett que la introdujo en 1957 y que, para entendernos, nos viene a decir que una misma partícula se puede encontrar en infinidad de lugares al mismo tiempo.
Porque cada vez que tiene lugar un suceso cuántico, el universo se va a dividir en dos universos paralelos y opuestos entre sí, de tal manera que mientras en uno ocurre el suceso, en el otro va a ocurrir lo contrario. Con estas cosas, los sucesos cuánticos suceden y no suceden a la vez, en función del grado de su probabilidad. Por eso resulta ejemplar el relato de El jardín de los senderos que se Bifurcan cuya lectura nos resulta tan inquietante como enigmática.
Hay un momento en el que el mismo relato profetiza su culminación cuando, en uno de los diálogos, se hace referencia a la obra de Ts'ui Pên, astrólogo chino y personaje borgiano que se había propuesto emprender la aventura de dos tareas descabelladas. Por un lado, la de construir un invisible laberinto de tiempo, estrictamente infinito y, por el otro, escribir una novela laberíntica y por consiguiente también infinita y que llevaría por título El jardín de los senderos que se bifurcan; un libro en el cual todos los desenlaces ocurren pues cada uno de ellos es el punto de partida de otras bifurcaciones.
“Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen; por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también, proliferan y se bifurcan”, asegura Yu Tsun bisnieto de Ts'ui Pên, espía y protagonista del relato borgiano. Llegados aquí, no es posible imaginar dos obras pues laberinto infinito y libro infinito constituyen un mismo objeto en el desenlace borgiano.
Y para terminar, unas palabras anecdóticas acerca de Hugh Everett, ateo convencido de la no existencia de Dios tanto como de la existencia de universos paralelos y que murió empeñado en demostrar que, una vez muerto, viviría para siempre en los laberintos de otra rama cuántica, lejos ya de su cuerpo inerte. Tal vez por ello, su última voluntad fue tan bizarra que sus cenizas terminaron en el cubo de la basura.
Tomado de El País (España)