Por José Gandour
Revista Arcadia
Woody Allen salvó mi vida. Meses antes del estreno de su película Hannah y sus hermanas, yo era un posadolescente que había descubierto que la muerte era real, inevitable y deprimente. Para mí se hizo evidente que después de todo esto no hay nada, y que por tanto la vida no tiene ningún sentido. Un día entré al cine, al menos para distraerme e interrumpir esa dinámica morbosa, y me encontré con Mickey, el personaje interpretado por Allen, un hombre que comienza a preguntarse qué hay después de la vida y acude a resolver los interrogantes investigando entre las diversas iglesias a su alcance. Al no hallar una respuesta válida, intenta desesperado suicidarse, pero se da cuenta a tiempo que es una estupidez. Entonces va al teatro donde proyectan una realización de los hermanos Marx y ahí comprende que no importa si todo acaba cuando llegue la muerte. Y dice: “Mira a todas las personas que hay en la pantalla, son muy graciosas. ¿Y si lo peor es cierto? ¿Qué pasa si no hay Dios y tú solo estás una vez y eso es todo? Bueno, ya sabes. ¿No quieres ser parte de la experiencia?”. Lo confieso: dicho discurso eliminó gran parte de la amargura que cargaba en ese entonces.
A tiempo también llega Woody, una biografía escrita por David Evanier. Este libro cuenta con gran detalle el recorrido de Allen, desde su infancia en Brooklyn hasta los últimos años de su vida. Evanier se explaya ampliamente en relatos y rasgos de este hombre flaco, bajo, neurótico hasta la médula, que refunfuñando pasó de ser escritor de chistes a guionista, y luego a actor, y después a director de sus propias películas. La biografía muestra la obsesión de Allen con el sexo, el amor, la muerte, la moral, la eterna lucha entre la cabeza y el corazón y, obviamente, como se ve en buena parte de sus filmes, su adoración por Nueva York.
Evanier sabe contar con admiración, sin caer en la adulación excesiva, todos los pasos de Allen. Hace notar que el artista, a lo largo de su carrera, siempre interpretó el mismo personaje, sin importar si la historia era cómica o dramática. Desde sus inicios con El dormilón hasta su último estreno, Café Society, sus más de 40 películas tienen una inconfundible sensibilidad que es solo suya. Ahí, según el biógrafo, es donde reposa su ingenio.
Dicho esto, señor lector, no cometa el error de saltarse unas páginas para llegar al momento en el que el biógrafo desarrolla lo sucedido con su exesposa Mia Farrow y su hija adoptiva Soon Yi. La verdad, ese es uno es los momentos menos interesantes del libro. Como dice Evanier, “la imagen icónica por la que conocemos a una gran figura tiene poco que ver con lo que él o ella realmente es. Nadie lo ha tenido más difícil que Woody Allen a la hora de darse a conocer de verdad, pues siempre se ha asociado inmediatamente su personaje público con su auténtica personalidad (…). Allen ha agravado el problema al ser el más abierto de todos los guionistas-directores-actores, tomando prestados pasajes de su vida para meterlos en sus películas mientras insiste en que, aunque algunos pocos detalles quizá sean reales, la mayor parte está exagerada y adornada”. Lea todo el libro, disfrútelo, y no se obsesione con esos detalles de cotilleo, dignos del Hollywood que Allen siempre despreció.