Por Antonio Muñoz Molina
El País (Es)
Cada vida humana es improbable y única. Cada una es un misterio. Henry James escribe: “Nunca pienses que puedes decir la última palabra sobre alguien”. James Atlas corrige: “Tampoco la primera”. James Atlas sabe de qué habla. Ha dedicado una gran parte de su vida a averiguar las vidas de otros. Cuando era todavía muy joven se puso a escribir la biografía del poeta Delmore Schwartz, que había aparecido como un cometa en la literatura americana de los últimos años treinta, y que en poco más de una década se hundió en el alcoholismo y la enfermedad mental y murió de un ataque al corazón en un hotel para desahuciados de Nueva York, en la periferia sórdida de Times Square. Atlas era un universitario joven enamorado de la literatura y de esa gran escuela anglosajona de la biografía. En Oxford había estudiado con Richard Ellmann, probablemente el mejor biógrafo literario del siglo, el que contó con tanta erudición como sensibilidad estética y pulso narrativo la vida de James Joyce.
Atlas amaba la literatura y quería acercarse más a ella conociendo las vidas de los escritores. En su fascinación juvenil por Delmore Schwartz estaba el atractivo del genio que se revela de la noche a la mañana y que parece destinado en igual medida al resplandor y al desastre. Nacido en 1913, en una de esas familias de emigrantes judíos del este de Europa que fueron el yacimiento de una gran parte de lo mejor de la cultura americana, Schwartz se hizo célebre con un solo libro a los 25 años; a los 53 ya estaba muerto y olvidado. James Atlas encontró en el archivo de una universidad las cajas con todos los papeles, los libros, los recortes, los residuos varios, las facturas sin pagar, hasta las revistas eróticas que había en su habitación del hotel cuando murió; habló con muchas personas que lo habían conocido, entre ellas su camarada de la primera juventud, Saul Bellow; pasó años intentando recopilar cada detalle posible de la vida de Schwartz, queriendo imaginarla desde dentro en la medida de lo posible. Era una búsqueda de detective y también de novelista: requería una inmersión tan profunda como la de escribir una novela, y también un esfuerzo de la imaginación que no era menos necesario por tener que mantenerse en los límites estrictos de lo que había sucedido. El biógrafo quiere ser el autor del retrato más completo posible de su modelo y también su sombra. De tanto habitar en la vida de otro corre el peligro de ausentarse de la suya propia. La realidad con la que convive se le desdibuja sin remedio porque es otra realidad huidiza la que ocupa su tiempo, el espacio de su trabajo, hasta su domicilio, invadido por los documentos y libros que se van acumulando. Una novela suele ocupar plenamente la imaginación durante dos o tres años como máximo. Una biografía, a la manera británica o americana, puede requerir 10, 15, 20 años, la mayor parte de la vida, como esa biografía monstruosa del presidente Lyndon Johnson que Robert A. Caro sigue escribiendo a sus 81 años, y que va ya por el quinto volumen.
¿Cómo es la vida de alguien que se dedica de manera tan absoluta a la vida de otro? El biógrafo, dice James Atlas, es “the ghost in the garden”, el fantasma o el merodeador que ronda en el jardín de otro, el otro, su modelo, su obsesión, su personaje imaginado y en parte, inevitablemente, inventado, contaminado por los intereses y las percepciones del autor. Años después de terminar la biografía de Delmore Schwartz, James Atlas, ya cerca de los 40, emprendió otra mucho más complicada y más ambiciosa, porque su personaje tenía una vida y una obra más dilatadas que las de Schwartz, y también porque estaba vivo, lleno de vigor físico y de fuerza creadora con cerca de 75 años, Saul Bellow.
Fue Bellow quien le llamó “el fantasma en el jardín”, una vez que Atlas fue a visitarlo en su casa de Vermont. También Bellow le dijo, cuando Atlas llevaba más de 5 años trabajando en una biografía que al final iba a ocuparle más de 10 y a tener casi 1.000 páginas: “Lo que debería usted hacer es un libro contando cómo se escribió este libro”. Las mejores ideas son semillas mínimas que pueden permanecer sepultadas mucho tiempo sin perder su capacidad de germinación, esperando el momento más adecuado para cobrar vida fértil. Ahora, 20 años después de la publicación de su biografía, y más de 10 de la muerte de Bellow, James Atlas ha cumplido aquella sugerencia. El libro, The Shadow in the Garden, cambia la tercera persona del biógrafo por la primera del memorialista, pero el hilo sigue siendo el de las vidas de los otros: la de Delmore Schwartz, desde luego, y las de los grandes biógrafos del pasado, en particular el más desmesurado de todos, el James Boswell que dio cuenta casi de cada paso y de cada comida y cada frase ingeniosa o malévola y cada exabrupto de su amigo el doctor Samuel Johnson.
Pero el centro, de nuevo, lo ocupa Saul Bellow, su presencia tan imperiosa después de muerto como lo fue en vida, tan egocéntrico, tan seductor, tan poco atento a los demás, a todo lo que lo distrajera de su escritura y de sus ambiciones y deseos, incluida la persona de su biógrafo, al que tolera pero mantiene siempre a una cierta distancia, halagado por su interés, pero también receloso de las facetas desagradables de su vida que pueda descubrir. James Atlas emprendió la biografía de Bellow impulsado por la admiración, pero, con el paso de los años y de su conocimiento de las flaquezas y las mezquindades del personaje, el entusiasmo se enfrió, y hasta la obra perdió para él parte de su brillo. Ninguna admiración lúcida puede ser incondicional. Ahora Atlas escribe para recordar sus trabajos antiguos y las figuras desaparecidas a las que dedicó tanto esfuerzo, y se da cuenta, casi con estupor, que ya no es aquel hombre joven que reverenciaba a maestros mayores que él, a héroes muertos de la literatura. La enfermedad del paso del tiempo que a ellos los aquejaba ahora la sufre él. Es un hombre de sesenta y tantos años, con el pelo blanco, que recuerda mundos extinguidos: el de las cartas escritas a mano, el de los originales mecanografiados y llenos de tachaduras. Ahora él mismo es el testigo al que vienen a consultar biógrafos jóvenes, el guardián todavía lúcido de los fantasmas.
‘The Shadow in the Garden’. James Atlas. Penguin Random House. 400 páginas.