Por Gorka Rojo
zendalibros.com
“—Parece imposible salir, dice. Y también: Pero saldremos. El bosque limita al norte con una cordillera y está rodeado de lagos tan grandes que parecen océanos. En el centro del bosque hay un pozo. El pozo tiene unos siete metros de profundidad y sus paredes irregulares son un muro de tierra húmeda y raíces que se angosta en la boca y se ensancha en la base, como una pirámide desocupada y roma. Su lecho gorgotea el agua oscura que se filtra desde venas remotas hasta las galerías que afluyen al río, dejando un poso terrizo que nunca se detiene y un fango moteado por burbujas cuyo chasquido devuelve al aire el perfume de los eucaliptos.”
Agradezco enormemente a Miguel Munárriz la recomendación del libro del que os voy a hablar a continuación. Porque yo soy feligrés de otras iglesias, otras creencias y otros gustos. Poco dado a experimentos. En general no me interesa este tipo de lectura (bien pensado, ni éste, ni otro en particular. Simplemente soy de experimentar poco) pero es cierto que mi buen amigo Miguel no suele fallar en sus predicciones así que decidí darle una oportunidad al libro de Iván Repila que reedita Seix Barral. ¿Queréis saber qué ocurrió? Pues que El niño que robo el caballo de Atila me dio un bofetón que todavía me duele cada vez que paso cerca de la estantería.
Una hora me duró el trance. Una hora de lectura que te deja con un vacío en el pecho del que no te recuperas fácilmente. Me pasa con pocos libros. O con pocos autores. Una novela hipnótica. Mucha desazón.
Con un estilo narrativo potentísimo y de una sequedad desgarradora, Repila nos desgrana los días, las noches, las horas y las rutinas de los dos hermanos: el Grande y el Pequeño. Dos hermanos atrapados en un pozo, una cueva arcillosa de siete metros de profundidad, al que no sabemos cómo han llegado y a los que observamos desde fuera como un espectador culpable. Miramos con descaro sus esfuerzos por vivir, por mantenerse lúcidos, por no perder la esperanza. Todo narrado con un aire oscuro, casi onírico y con un lirismo difuso que pone de relieve la brutalidad y violencia que vertebra toda la novela. Una historia que asienta sus bases en la relación entre dos hermanos que nos deja sin aliento para obligarnos a darnos cuenta de que hay cosas de las que no podemos escapar.
Esta es una historia de supervivencia, de superación de instintos y de pérdida. Una historia de solo dos personajes, dos niños que llenan la novela, dos personajes que desbordan personalidad, estructura, valores e inocencia. Amor y odio. Dos niños que representan a la perfección lo que el autor quiere contar, porque si metemos dos adultos en un pozo se matarán a polvos pero dos niños… Dos niños se matarán de amor, después odio visceral y después otra vez de amor y será como ver sufrir a tus hijos reflejados en esas pobres criaturas que se consumen a siete metros bajo tierra. La pena de penar. Recuerda a La carretera, de McCarthy, y esa angustia de saber que no hay esperanza detrás de la esperanza.
Es sin duda la obra de Repila una obra de personajes. El Grande y el Pequeño. Hasta los nombres, que parecen escogidos de una manera inocente, cumplen una función esencial en la obra. El Pequeño, introspectivo; el Grande, pura brutalidad.
Uno de los temas que te envuelve es la maduración de los protagonistas, reflejada no tanto en su comportamiento sino en los diálogos que mantienen. Diálogos llenos de frases tan sabias, tan llenas de una naturalidad meditada, que se diría que los niños no son tales.
La economía argumental tiene su contrapunto en un estilo reflexivo y denso, creando una inquietante mezcla de ternura y cercanía. De empatía y extrañeza. Al fin, toda la amarga dulzura que nos produce esta historia, toda la violencia contenida que esconde, toda la sensibilidad cruel que destila el libro se podría resumir en una de las frases que dice el Pequeño: “La vida es maravillosa, pero vivir es insoportable”.
El caballo de Atila se llamaba Othar, pero pocos lo saben y en realidad a casi nadie le importa. Sin embargo, de nuevo, el título del libro no es casual. Es uno de los delirios del Pequeño el que da nombre a la obra. El Pequeño despierta un día explicándole a su hermano que ha robado el famoso caballo.
“Debes saber, hermano, que soy el niño que robó el caballo de Atila para hacer unos zapatos con sus cascos y lograr así que la hierba nunca más creciese por donde yo pisara. Muchos hombres viles me temieron como al azote de un dios, porque sequé su tierra y su semilla en mis largos paseos por el mundo”.
Un capítulo que utiliza la metáfora para criticar al neoliberalismo y al grupo de poderes que controlan la economía. Como nos cuenta el autor, el Pequeño roba el caballo con el que los hunos habían estado ‘secando’ al mundo, con el propósito de hacer lo mismo, pero por su cuenta.
“Caminé durante años por todo el mundo, y las huellas de mi peregrinaje podían verse desde el cielo como una herida espantosa que no cicatrizaba”
Su paso por el mundo, además, tuvo efectos similares en las personas, sobre todo en los adultos. Ya anciano, el Pequeño, dentro del delirio, decide guardar los zapatos en una caja y la entierra en un pozo “… para que nadie, nunca, pudiera llevárselos”. Es en ese preciso momento cuando la cita de Margaret Thatcher sobre el libre mercado que aparece al comienzo del libro, cobra sentido.
El lector no tiene más remedio que reconocer que en la extraña historia hay una intención alegórica, aunque no quede clara. Repila no da puntada sin hilo. Los valores simbólicos de la caverna evocan a Platón y a Freud para retomar el motivo literario del encierro en una cueva como forma de castigo.
Intentamos aquí estar a la altura de las circunstancias. A la altura del libro, de la historia, del autor, del recomendador, de la web, de Zenda, de sus celdas, de sus carceleros y sus eruditos reos pero al final, metáforas aparte, siempre hemos de toparnos con la realidad: la crítica no vale nada si la obra es poderosa. Iván Repila es un buen narrador, con algo que decir pero sobre todo con una manera de decir. Repila tiene una voz, un estilo, una manera propia de construir.
El niño que robó el caballo de Atila es un sufrido deleite que nos define y que nos provoca. Una carta en blanco que reflexiona acerca del sacrificio y sus compromisos y que nos oprime la mente como la cueva lo hace con los protagonistas.
Dice Sergio del Molino que “todo Grimm cabe en las cien páginas de este librito”. No seré yo quien diga lo contrario pero a mí un libro de Grimm no me ha hecho revolverme en el sofá como lo ha hecho Ivan Repila. Este libro es pasar un buen rato o un mal rato, pero en definitiva, un rato que hay que pasar y su autor, un autor al que hay que seguir de cerca.
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Autor: Iván Repila. Título: El niño que robó el caballo de Atila. Editorial: Seix Barral. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro