Revista Pijao
Una carta para el vidente
Una carta para el vidente

Por Susana Cella

Página 12 (Ar)

“Uno no debería decirse poeta, sería pretensioso. Querría decir que uno ha resuelto los problemas que la poética presenta. Poeta es una palabra que uno puede usar cuando habla de otros, si los admira lo suficiente. Si alguien me preguntara lo que hago, diría que soy un crítico o un historiador”, afirmaba Yves Bonnefoy no por falsa modestia sino para destacar la dificultad que afronta quien encara seriamente la escritura poética. Había nacido en Tours en 1923 y después de sus estudios de ciencia e historia, se dedicó de lleno a la literatura. Ya en París asistió a las conferencias de Paul Valéry en el Collège de France. Allí estaban también Emil Cioran y Roland Barthes. A la muerte de este último lo sucedió en el cargo como Profesor de Estudios Comparados de la Función Poética. Bajo el nombre de Lugares y destinos de la imagen, se publicaron los cursos que diera en esa institución entre 1981 y 1993.

Después de la liberación de París de la ocupación nazi se vinculó con el surrealismo. Su primer libro de poemas Sobre el movimiento y la inmovilidad de Douve (1953), obtuvo inmediato reconocimiento que fue incrementándose hasta ser reconocido como uno de los mayores poetas franceses del siglo XX e inicios del XXI. Desde 1954 hasta su muerte se sucedieron, junto con los poemarios, los escritos sobre literatura y arte. Justamente un siglo antes nacía en Charleville el poeta que fue, como él mismo reconoció, su principal referencia en cuanto a la concepción de la poesía, Arthur Rimbaud. Rimbaldiano (rimbaldienne) se declaraba Bonnefoy, porque ese poeta tan tenaz como rebelde y temerario, no cesó de “aplicar su lucidez ante los engaños que entrampaban su esperanza fundamental”.

Bonnefoy volvió continuamente a Rimbaud en diferentes momentos de su vida. Nuestra necesidad de Rimbaud testimonia esos retornos profundamente ligados a su labor de poeta. “ningún otro más que él me requirió en poesía con tanta intensidad, tanta inmediatez, tanta cercanía en su voz”. Desde el inicio aclara que no se trata de un ordenado estudio “sobre” el autor de El barco ebrio, sino de aproximarse en actitud participativa de la gestación de aquellos textos. El intento es revivirlas mediante un razonamiento que no se afinca en el pensamiento conceptual, ya que este “por su naturaleza se aparta de las percepciones y necesidades de la finitud”. Menos que analizar o explicar Bonnefoy señala, muestra y sobre todo, escucha esos llamados desgarrados, irónicos, satíricos, dolorosos, extremos de los versos de Rimbaud que comprometen a un aprendizaje y a una búsqueda similar.

Rimbaud entonces, no como objeto de estudio sino ligado a la propia experiencia en medio de los cambios inexorables que se dan en la vida, influye tanto en el orden de los ensayos como en el modo de desarrollarlos. Así van surgiendo escenas en las que se entreteje la voz de quien lee, relee, observa, anota y expone desentendido de la cronología. De manera que pasamos de “Nuestra necesidad de Rimbaud” (2008), a “Rimbaud por sí mismo (1994), a “Lo que se le dice al poeta a propósito de flores” (1976), “El ultracolor” (1978), “La hora nueva” (1998), “Una temporada en el infierno” (2003), “La brevedad de lo esencial” (2003), “Verlaine y tal vez Rimbaud” (1982) hasta “Rimbaud testigo de Verlaine” (1993).

La sucesión elegida, sin embargo, no parece caprichosa, ya que una soterrada corriente permite percibir en idas y vueltas, hitos en el derrotero de Rimbaud, núcleos alrededor de los cuales se desencadenan las hipótesis o conjeturas sin respetar las fechas de composición ni de publicación (valga recordar que recién cuatro años después de la muerte de Rimbaud en1891, aparecieron las Poesías completas con prólogo de Paul Verlaine, quien, pese a la tormentosa relación que tuvieron, sostuvo esa primera impresión admirada que le produjo el encuentro con el poeta adolescente).

La mención a la carta de 1871 a Paul Demeny conocida como la carta “del vidente” aludida desde el comienzo, sirve a mostrar el momento en que Rimbaud expresa con desnuda claridad su deseo de atravesar la aparente realidad para encontrar la “verdadera vida”. Y aunque Bonnefoy no se sitúe como polemista respecto de las cuantiosas interpretaciones y exégesis de Rimbaud, se muestra reacio ante las que ve como puntos de llegada autosatisfechos.

“No hay que olvidar las circunstancias históricas que se les imponen a los poetas, las prioridades cambiantes en la aprehensión de las urgencias y la interpretación de la sociedad” indicó Bonnefoy en un reportaje. Coherente con esa idea, y más teniendo en cuenta la constante ubicación de Rimbaud “en el mundo”, menciona aspectos biográficos y hechos acaecidos durante el tan corto como intenso período en que Rimbaud escribió. Por eso los párrafos dedicados al entorno familiar, las escapadas, los viajes, la situación política y también, otros poetas. Desde luego, y por muchos motivos, Verlaine, pero también el cotejo con Baudelaire.

El poeta de Las flores del mal fue reconocido por el adolescente que no ahorraba diatribas contra muchos de sus contemporáneos. Bonnefoy ve aquello que tienen en común: “la misma ambigüedad, el mismo conflicto de una esperanza que se enreda en quimeras y de una necesidad de verdad”, pero también lo que los separa. Para Rimbaud no habría “ningún sueño de un mundo superior o anterior donde florecería la belleza”, sino una fijación en una realidad cotidiana, ordinaria, empobrecida y carente de plenitud a la que mira a fondo, buscando algún tipo de comprensión o encuentro. Al retomar una y otra vez los poemas, al contrastarlos, al vincularlos con episodios de la vida, Bonnefoy logra transmitir el intento sin concesiones y a cualquier costo emprendido por Rimbaud.

Las dos palabras claves son “esperanza y lucidez”. De ahí que señale que nos sigue siendo necesario “para resistir al difuso sentimiento de apocalipsis” que Bonnefoy constató hasta su cercana muerte en 2016. La tarea del poeta sería la de sostener la confianza que permita “enfrentar la resistencia inherente a todo entorno. Lo que se expresa entonces es un deseo de lucha, no de contemplación” en tanto “la belleza es una obstinación que bien puede llamarse heroica.”

Nuestra necesidad de Rimbaud Yves Bonnefoy El Cuenco de Plata 284 páginas


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