Revista Pijao
Tiempo de contar con el cuerpo
Tiempo de contar con el cuerpo

Por Liliana Bodoc   Foto Juano Tesone

Revista Ñ

La luz breve de los relámpagos es capaz de iluminar rincones que pasan desapercibidos a pleno sol. Rincones profundos donde resiste nuestra mejor humanidad. En esta novela, hay relámpagos.

La aparición en pleno septiembre de una alumna nueva, cierta menuda catalana que llega con el primer mundo a cuestas, desata una tormenta que, como cualquier otra, salpica y limpia al mismo tiempo.

Me enamoré de una vegetariana propone el amor como interpelación y búsqueda, se adentra en las potencias transformadoras de la ternura, repone con exquisitez los espacios que hay entre lo que mostramos y lo que somos, pendula entre la soledad y los otros. Absolutamente libre de golpes bajos y de postales melodramáticas, esta novela nos invita y nos incluye mucho más allá de las edades y los géneros.

Hay algo que me importa mucho destacar: en la escritura de Patricia Kolesnicov la corporalidad es rotunda. Desde luego, sus personajes tienen emoción, intelecto, convicciones, pero también un cuerpo que entiende, discute y dice.

“Será que no duermo por el calor, los mosquitos, los ruidos de afuera, los murciélagos de la iglesia de enfrente que buscan la entrada al taparrollo, la humedad, será que estoy alerta por si pasa esto que pasa ahora que viene un frescor y el ruido del viento y atrás el viento mismo y el polvo y las hojas y allá los relámpagos y estoy esperando los truenos y y ahí vienen, el delay del trueno que es lo que hace tormenta a la tormenta”.

Es frecuente que lo corporal quede relegado a lo descriptivo. O que el cuerpo de los personajes aparezca como una herramienta al servicio de las decisiones internas que resultan del consabido debate entre razón y emoción. En esta novela, en cambio, la corporalidad se autoriza como una entidad sensible, inteligente y relevante. Y nos recuerda que los cuerpos saben.

Martina y Aldana, Latinoamérica y Europa, el caos y la eficacia. Y más que nada, dos adolescentes que se buscan, se esquivan, se encienden y se apagan. Esta nueva novela de Patricia Kolesnicov se echa la realidad al hombro y la revisa estéticamente.

El humor, uno de los hilos de su escritura, siempre resulta de una cuidadosa construcción de la atmósfera y de los personajes. Jamás resultan de ese tipo de ocurrencias que revelan al autor en desmedro de la ficción.

Es oportuno señalar que el conflicto de este amor homosexual no pasa, como podría pensarse, por resistencias externas. No son los prejuicios sociales los enemigos de esta relación sino las dos enamoradas. Y esto lo torna mucho más arduo.

¿Qué ocurre si no nos enjuician pero nos enjuiciamos? ¿Qué pasa si nos entienden los demás, y nos desentendemos nosotros? ¿Y si son nuestros propios ojos los que se cierran para no ver lo que ilumina el relámpago?

Martina y Aldana no encuentran en los demás, sino en sí mismas, el sentido de la batalla que les toca dar durante un largo verano.

El grupo de amigas 4CH, un papá Playmobil, primos en emergencia familiar, el troskito, la murga... Historias que se cruzan sin ningún forzamiento, para completar y no un amor fundacional.

Patricia Kolesnicov o, mejor, sus personajes, descubren que los relámpagos, insondables y breves, pueden iluminar lo más importante.

Me enamoré de una vegetariana, Patricia Kolesnicov. Norma, 256 págs.


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