Por Federico Torres Foto Keystone / Getty Images.
Revista Arcadia
Recurrentemente aparecen noticias dedicadas a Corea del Norte que conservan aún el espíritu de la Guerra Fría. Corea del Norte, una amenaza atómica. Corea del Norte, comunista. Corea del Norte, terrorista. Para John Feffer, autor de Corea del Norte Corea del Sur, tanto a Estados Unidos como a Corea del Norte les interesa promover, sobre bases falsas, la imagen de peligrosidad de Corea del Norte, el enemigo más antiguo de Estados Unidos.
Feffer presenta una historia sucinta de las dos Coreas, que tradicionalmente formaban un solo país, y la relación que han tenido con el gobierno de Estados Unidos. El autor logra relatar los elementos históricos que definen a esta península, ubicada en una zona de múltiples intereses geopolíticos, y que permaneció unida culturalmente por 1.300 años, aunque atacada y subyugada política y económicamente tanto por China como por Japón.
El autor dedica un espacio amplio a la historia reciente de Corea, que se remonta a 1910, cuando Japón anexionó dicho país en su carrera por intentar colonizar toda Asia. Corea fue liberado en 1945 con la rendición nipona ante los aliados, pero antes de que los coreanos tuvieran noticias de su liberación, el país ya había sido dividido entre el sur y el norte, debido a un acuerdo entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Esta separación llevó en 1950 a que cada uno de los países intentara reunificar la nación desde su propia inclinación política, y eso desató una guerra sanguinaria que no lograría restablecer el desmembramiento de la península.
Feffer cuenta la historia, en paralelo, de las dos Coreas; de sus vidas políticas, económicas y sociales. Y hace énfasis en sus idiosincrasias, mostrando cómo lo que percibimos externamente como el capitalismo de la una y el comunismo de la otra son formas organizativas basadas en principios y reglas muy coreanas.
Una pregunta que recorre el libro es por qué Corea del Norte sigue en pie. Para el autor, la respuesta solo se entiende comprendiendo geopolíticamente el problema. Durante la guerra, Stalin podría haber apoyado a las fuerzas comunistas y haber logrado la unión de ambas regiones, pero prefirió no hacerlo, ya que, a largo plazo, era más conveniente mantener aquel equilibro a tener una nación comunista vecina poderosa, independiente y competidora.
En la actualidad, la piedra en el zapato que es Corea del Norte impide la creación de un bloque asiático que compita con los intereses de Estados Unidos, quienes intercalan una política exterior de garrote solo si el gobierno es republicano, y de garrote y zanahoria si es demócrata. Y los republicanos, que han sido quienes más han promovido un cambio de régimen en Pyongyang de dientes para afuera, son quienes más se han beneficiado de su permanencia. Ciertos sectores industriales de este país se enriquecen gracias a los pagos multimillonarios que aprueba el Senado a la industria armamentística estadounidense, que costean costosos dispositivos, para protegerse de un eventual ataque. Corea del Norte aprovecha dicha propaganda desmedida para perpetuar su régimen. Y mientras tanto, Corea del Sur permanece maniatada, ya que, aunque el régimen comunista se caiga por sí mismo, es imposible económicamente recibir y reconstruir una región tan amplia sin infraestructura ni tierra cultivable.
Actualmente proliferan en las redes sociales imágenes que hacen ver el conflicto entre Estados Unidos y Corea del Norte como una competencia de virilidad entre sus líderes. Algunos comentaristas nacionales extrañan a los viejos buenos estrategas políticos de la Guerra Fría, que contaban con capacidades de contención y diplomacia de las que los actuales políticos carecen. Sin embargo, las políticas de Trump hacia Corea del Norte distan de ser novedosas, y aunque no parezca, forman parte de un complejo ajedrez político que permite prolongar un statu quo que a ninguno de los actores le interesa disolver.