Por Carmen Barvo
Revista Arcadia
Al otro lado del mar comienza en 1937 en Cartagena y está protagonizada por varios alemanes que viven deliciosa y cómodamente en un ambiente tropical, amable y acogedor. Honorine está muy enamorada de Albert, su esposo, un banquero alemán que tuvo (y continúa teniendo) escarceos amorosos con Dafna, una judía alemana que ronda por ahí, “…por quien sentía esa morbosa curiosidad de la mujeres hacia las antiguas amantes de sus maridos”. Una pequeña y sostenida dosis de celos adoba esta relación. Klaus, el médico, con quien trabaja nuestra protagonista en el laboratorio del hospital cartagenero, es un personaje entrañable, reservado y solidario. Como dijo Pablo Montoya, gran admirador de esta novela de María Cristina Restrepo, “son gente buena”.
Aquí hay grandes y profundas amistades que no son tan evidentes en estas latitudes. No me atrevería a llamarlas amistades alemanas, difícil ponerle nacionalidad a la amistad, pero la efusividad, la alharaca y el grito no están presentes.
Este libro está muy bien narrado desde una voz femenina. Que no se lea aquí un tono peyorativo ni mucho menos. Es una voz sensible, sencilla y cuidadosa de los detalles que hacen la vida diaria doméstica y banal. Un menú deliciosamente descrito: “María la Turca preparaba crema de langosta, filete de tortuga en salsa de tomates y cebollas, buñuelos de ñame, ensalada de aguacate. Para el postre, un cremoso pudín de caramelo”. Solo unos ojos de mujer reparan en el vuelo de una falda; un vestido de flores; en ese gesto sutil y velado de su esposo hacia su rival.
La guerra comienza en Europa y Colombia se alinea con Estados Unidos que, con los aliados, le declara la guerra a Alemania. Entonces da lo mismo que los alemanes sean judíos o no, ambos son enemigos haciendo evidente la peor paradoja de esta guerra: todo alemán que se encontrara por aquí era enemigo, arios y judíos por igual, perseguidores y perseguidos. Una historia local que no ha sido suficientemente contada, llena de injusticias y de arbitrariedades y de oportunidades para los intereses económicos de Estados Unidos. Sin embargo, Restrepo está muy bien documentada y su recuento, a pesar de advertirnos de que se trata de una novela, tiene mucho asidero en la realidad.
El largo camino hacia el exilio de Honorine y su familia, que salen expulsados y pierden sus propiedades en Colombia (el gobierno de Eduardo Santos las expropia), ese peregrinaje por Europa y una Alemania además hostil con estas personas que no tienen nada que ver con la guerra está escueta y dolorosamente descrito.
Restrepo escribe en un lenguaje dulce, sin estridencias, escenas desgarradoras de la guerra. El sacrificio de Honorine no busca suscitar la lástima, fue así y está contado sin alardes, sin llantos, sin autocompasión, era la única manera de sobrevivir.
Con la esperanza de volver a los patios con mangos, a las playas de la Boquilla, a sus tardes en los porches frescos del pie de La Popa tomando el aperitivo mientras el sol feroz se ocultaba.
La parodia del título de la novela de Pablo Montoya, Lejos de Roma, sobre el exilio de Ovidio hace dos mil años a Tome, es porque aquí hay una novela sobre el exilio, el desarraigo y la añoranza, de los lugares y de nosotros mismos, cuando nos arrancan de nuestro amado entorno.