Revista Pijao
La visitante, de Claudia Solans
La visitante, de Claudia Solans

Por Felipe Fernández

La Nación (Ar)

"Todo se ve diferente, se oye diferente, como si en algún punto del trayecto hubiéramos cruzado hacia otra dimensión", presiente la ingeniera agrónoma Fátima Moran -la narradora de La visitante, primera novela de Claudia Solans- en el ómnibus que la lleva de San Miguel de Tucumán al Valle de Tafingasta.

Fátima ha venido de Buenos Aires para pasar seis meses trabajando en una finca de esa región y terminar su tesis sobre clonación. La finca pertenece a Manuel Corvalán, un viudo que tiene una hija, Carola, de trece años. Aunque la chica padece un atraso mental, demuestra una "inacabable capacidad de observación" y en su mundo las cosas permanecen "ajenas a las nociones de bien y mal": "Son o dejan de ser, sencillamente".

La protagonista inicia una relación con Serafín Borquez, el ingeniero a cargo. Este hombre, nacido en la comarca, anda por los treinta y tantos años. El romance sufre un quiebre a partir de una discusión en la que Fátima peca de un exceso de corrección política y le habla a Serafín de "culturas diferentes" y de "pueblos oprimidos". Él manifiesta estar "cansado de escuchar utopías restauradoras de una realidad que ya no existe" y que la lucha actual es bastante más compleja que "la de una simple división de razas". Finalmente ella reconocerá que no había podido "amar al hombre, encandilada con lo que en él había de indio" y no había podido "resistir al indio al descubrir que no era barro cocido".

Solans, nacida en Buenos Aires pero tucumana por adopción, es traductora del portugués y docente. Ha publicado los libros de cuentos El entierro del diablo (1996) y Desterrados (2000). En La visitante se vale de la voz narradora para aglutinar diversos temas que no buscan componer un argumento definido, sino que ayudan a delinear las repercusiones emocionales que el lugar y su gente provocan en Fátima. Se cuenta la historia del valle (durante más de cien años cerrado a las influencias exteriores); se habla de las celebraciones del carnaval y de Semana Santa y de la tradición de los misachico. Una excursión a las ruinas de los quilmes permite referirse al origen de ese famoso asentamiento -que era "un mirador, un fuerte y una ciudad al mismo tiempo"- y al destino final de aquel pueblo, que fue desterrado a Buenos Aires.

La ingeniera agrónoma comienza otra relación amorosa con Corvalán, que prueba ser duradera, ya que en la segunda parte del libro, que transcurre dos años después, ella sigue en el valle y está en pareja con Manuel, a pesar de que él se halla muy enfermo.

Una atmósfera de misterio se va gestando en torno a una elevación de la zona, el cerro Muñoz. "Al Muñoz se va una sola vez en la vida, o dos. Yo ya tuve suficiente", le dice León, dueño de unos campos de la región, a Moran. Eduarda, la hermana de Manuel, le advierte que es "un cerro engañoso, que siempre quita más de lo que da". Cuando Fátima le dice a Serafín que piensa subir al cerro, éste le replica: "Ni se te ocurra". Ella sabe que muchos años atrás, en un viaje al Muñoz, murieron el hermano de León y unos guías que los acompañaron a los dos y a Corvalán.

El secreto que ronda a estas muertes, al prolongarse demasiado, debilita el efecto de su revelación. De todos modos, el eje de La visitante no reside en esa cuestión, sino en la lograda ambientación, gracias a la cual el escenario del Valle de Tafingasta termina siendo el elemento más poderoso de la novela: un espacio que deja una honda huella espiritual en la protagonista y la transforma de visitante en una residente capaz de fundirse con el lugar y experimentar la certeza de una epifanía sobre la infinitud del universo.

"Cualquier forma de perdurabilidad que se le haya otorgado a la humanidad -reflexiona en un momento Fátima, extasiada, en el mirador de los quilmes- estará vinculada a esta vida, a la materia y sus propiedades, al tiempo y sus avatares."

La visitante de Claudia Solans. Editado por Adriana Hidalgo. 199 páginas


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