Revista Pijao
La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida
La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida

Por María del Rosario Laverde*

Especial Revista Arcadia

Un título de tal profundidad y belleza como este, La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, no es fácil adjudicárselo a una joven poeta; parece venir más bien de alguien con una larga trayectoria, pero como ya lo dijo Joan Margarit en el prólogo del libro: “Un poeta o una poeta joven es siempre una incógnita”. En el caso de Elvira Sastre la incógnita ya ha sido despejada; la hemos visto presentando su obra en la Feria del Libro de Bogotá y en eventos semejantes de México y España, no solo como poeta sino como traductora.

El cuerpo acostumbrado a la herida padece de una profunda soledad, que es además demasiado ruidosa, como en la novela de Bohumil Hrabal:

Estoy atrapada en una habitación vacía

donde se escucha tu risa en cada momento.

El recuerdo de un amor que ya no está teje los hilos de los poemas que conforman este conjunto, que a su vez es un solo poema que dialoga de manera permanente y sin artificios con la persona ausente.

La soledad no parece ser una carga sino un legado que se asume para convivir con él sin que el dolor sea visto en ningún momento de forma patética sino como una realidad del presente.

Los libros que se leen de una sola sentada generalmente producen un fuerte remezón como una descarga eléctrica que hace al lector regresar a ellos para seguir siendo removido. Sastre lo consigue cuando se cuenta a sí misma como isla, como casa, como fragmento.

No se levanta la cabeza del libro siendo el mismo. Quien lee remueve sus propias pérdidas y las equipara con las del poema, quizá para terminar lamentándose por no haber producido una bella obra como esta después del dolor.

La aparente resignación ante el olvido del otro agrega una pizca de sal más a la herida:

Yo me quedaré en tus ojos y en la punta de tus dedos

y en todas esas cosas que dejes de recordar.

*Poeta y correctora de Semana.

 


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