Revista Pijao
La ocasión de responder
La ocasión de responder

Por Fermín A. Rodríguez

Especial para Revista Ñ (Ar)

A la luz de la indefinición y del trabajo con la incertidumbre de sus ficciones, el tono categórico y tajante de los ensayos de Juan José Saer, la falta de matices en los juicios, que rara vez sorprenden o aportan algo nuevo a lo leído o aprendido en otro lado, les quita esa tensión poética, mezcla de obligaciones estéticas y libertad filosófica que irradian sus narraciones.

Tal vez sea por eso que la larga serie de entrevistas de Saer que el crítico Martín Prieto reúne en Una forma más real que la del mundo, acompañan mejor que los ensayos las formas expresivas de su literatura –esa diferencia en la repetición, ese estado de inconclusión definitiva que vuelve reconocible cualquiera de sus páginas. Los “me parece a mí”, “digo”, “tal vez”, “probablemente”, las sinuosidades de la frase, sumadas a las pausas o los tanteos que van armando la respuesta, introducen un matiz conjetural (mérito de la transcripción y la edición) que atenúa el carácter axiomático de su enunciación ensayística.

En este sentido, las veintisiete entrevistas reunidas por Prieto, que van del año 1966 al 2005, contrastan, en su concepción, con los borradores de entrevistas que Premat incluye en los Ensayos, prolijas respuestas que, después de recibir las preguntas por adelantado, Saer trabajaba como fragmentos autónomos. Pasadas a máquina, sin las preguntas que Premat decide dejar de lado, las respuestas se convierten en mini-ensayos que expulsan las inflexiones orales.

Prieto, en cambio, mantiene el dispositivo de pregunta-respuesta propio del género periodístico para mostrar el funcionamiento de la palabra de Saer en relación con “las exigencias de la industria cultural”, ante la cual, por cierto, también tienen que responder los eventuales entrevistadores –escritores y críticos literarios como Graciela Speranza, Alan Pauls, Matilde Sánchez, Sergio Chejfec, Guillermo Saavedra, Mempo Gardinelli, Mariano Dupont, Jorge Fondebrider o los propios Julio Premat y Martín Prieto.

“Espero que no le parezca poco”, contraataca Saer en referencia a los quince meses que le llevó escribir La pesquisa, cuando el propio Prieto, en una entrevista del año 1994, lo provoca señalándole la diferencia que existe entre los ocho años que le llevó escribir un libro como El limonero real y la frecuencia anual que Saer, desde que comienza a publicar en una de las mayores editoriales argentinas al cuidado de uno de sus fieles amigos, le ha venido imprimiendo a la publicación de su obra.

En efecto, después de la incipiente visibilidad que en 1987 le otorgó el premio Nadal y a medida que su círculo de lectores se amplía, la palabra de Saer aparece con más frecuencia en los medios, campo dominado por una noción de autor y de culto a la personalidad que está en las antípodas de la política de la literatura de Saer, convencido de que lo biográfico y lo personal no cuentan, que el primer plano corresponde siempre a los textos, que detrás de una obra no hay nadie, que cuanto más el sujeto imagina ser, menos cuenta como sujeto.

Frente a esta demanda de identidad, Saer opone el mapa de sus comienzos como escritor, los gestos a la literatura dentro de la cual comienza a escribir, más un cordial pero firme escepticismo acerca de que los detalles de la vida puedan añadir algo a la comprensión de una obra: si el origen de una obra es inalcanzable, si “una biografía transcurre en un plano secreto”, no vale la pena detenerse mucho en ella. Y, además, “yo mismo no sé si conozco muy bien mi propia vida”, descontando el hecho de que, como anota el propio Juan José Saer en unas páginas autobiográficas rescatadas por Julio Premat, “nunca sabemos cuándo estamos en realidad viviendo lo esencial de nuestras vidas”.

Una forma más real que la del mundo, Juan José Saer. Mansalva, 223 págs.


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