Revista Pijao
La discreta autonomía de la cultura
La discreta autonomía de la cultura

Por Ignacio Navarro

Página 12 (Ar)

En 1983, cuando Stuart Hall llegó a Illinois para ofrecer una serie de conferencias sobre los fundamentos teóricos del trabajo desarrollado por él y sus colegas en el Centro de Estudios Contemporáneos de la Universidad de Birmingham, el rótulo Estudios Culturales, como área específica de investigación, todavía era un fenómeno marginal e incipiente fuera de Inglaterra. Estas conferencias, que salen a la luz 34 años después, y a dos de la muerte de su autor, tienen el tono de un balance provisorio y repasan los primeros trabajos que abrieron el camino y las influencias y debates que les dieron origen. Hall reconstruye el sistema de continuidades y rupturas teoréticas que inauguró la deriva culturalista del marxismo inglés a partir de mediados de los años cincuenta, un camino que, en su contexto, solamente puede ser comprendido como la necesidad política de una renovación teórica en el aparato conceptual de la izquierda occidental.

Nacido en Kingston, Jamaica, en 1932, y emigrado a Inglaterra en 1951, Hall fue el último exponente de aquella primera generación de investigadores que reuniendo saberes de varias disciplinas inventaron un campo de estudios que coronó lo subalterno, lo plebeyo, lo masivo y lo popular como objetos susceptibles de análisis académico. Hasta entonces, en las universidades de los países centrales - y, miméticamente, en los otros -, el estudio de la cultura era siempre y solamente el estudio de la Cultura, con mayúsculas; es decir, el análisis de los fenómenos de raíz aristocrática que todavía califican como cultos: música de cámara, poesía, arte de museo. Los esfuerzos inaugurales de Edward Palmer Thompson, Richard Hoggart, Raymond Williams y Stuart Hall, nucleados en torno a la New Left Review, rompieron política y epistemológicamente con dos tradiciones muy fuertes: con la crítica literaria inglesa clásica, que negaba lo popular como objeto de estudio, y con el marxismo ortodoxo, que negaba la autonomía relativa de las formaciones culturales (superestructurales) y, por elevación, también al sujeto históricamente situado.

Durante aquellos años de posguerra, el marxismo occidental se encontraba encallado entre el avance de los Estados de Bienestar y la deriva dictatorial y burocratizante que asumía el experimento soviético. La consolidación de la cultura de masas, el progresivo ascenso social de las clases trabajadoras y la ampliación de derechos y consumos culturales esbozaban un panorama en donde las viejas y tradicionales identidades de clase perdían nitidez y eran una mira estrecha para lograr explicar la tremenda transformación cultural que se avecinaba. Hall insiste en señalar que los Estudios Culturales, ligados desde su origen al nacimiento de la Nueva Izquierda en Inglaterra, fueron desde el comienzo un proyecto político que reconoció las incapacidades interpretativas del armazón teórico del marxismo clásico y buscó intervenir en este nuevo contexto de una cultura capitalista avanzada durante la posguerra. El autor vuelve sobre los pasos de sus maestros - Hoggart, Williams, Thompson - para reconstruir la historia teorética que sentó las bases para que la experiencia y las prácticas cotidianas, objetos negado por el elitismo académico, fueran comprendidas sin condescendencia y, al mismo tiempo, sin ser reducidas a un subproducto de las determinaciones del modo de producción capitalista.

El género, la raza y la pertenencia etérea, por ejemplo, pasaron al frente como ejes que en sí mismos merecían un tratamiento que involucrará varias disciplinas. Stuart Hall, que es conocido como el “padrino del multiculturalismo”, describe la importante renovación que significó para el marxismo revisar su versión más mecánica y reduccionista, donde las experiencias individuales eran un espejismo derivado del lugar ocupado en la estructura de clases. Los de Birmingham, leyendo atentamente los desarrollos previos de Antonio Gramsci y los aportes casi contemporáneos de Louis Althusser, percibieron que la explicación mediante la determinación de la base económica sobre la superestructura ideológica era una abstracción falsa, un fetiche litúrgico que no lograba interpretar los cambios profundos que había sufrido el proletariado industrial. “¿Qué utilidad puede tener para alguien que quiere honrar las experiencias de las culturas excluidas de una sociedad un par de tijeras conceptuales que solo puede cortar las cosas en trocitos?”, se preguntaba Hall.

Distanciado tanto de la lírica amarga de la escuela de Frankfurt como del optimismo cibernético norteamericano, Hall pensaba que era una actitud muy “poco socialista” considerar a la clase trabajadora como un agente pasivo que absorbe como una esponja los mensajes de los medios. Lo que hay, postulaba, es una dialéctica entre contención y resistencia, lecturas que por ser subalternas no dejan de ser productivas y potencialmente transformadoras. Acusados a veces de cierto optimismo miserabilista que descubre la astucia del pobre en cada recoveco como gesto de resistencia, una compensación que contiene potencial político pero al mismo tiempo puede transformarse en un recurso de conservación de las culturas silvestres, los Estudios Culturales dan inicio a un gesto teórico lleno de buenas razones que políticamente está condenado a expresarse de manera paradójica al tratar de darle voz a quienes auténticamente no pueden ingresar en la batalla de los significantes. En cualquier caso, Hall insiste en señalar que la articulación del marxismo con los Estudios Culturales finalmente se rinde ante su misión política, que es transformadora y progresiva.

Estudios Culturales 1983 Una historia teorética Stuart Hall Paidós 283 páginas


Más notas de Reseñas