Revista Pijao
'Era más grande el muerto' no es otro libro de narcos
'Era más grande el muerto' no es otro libro de narcos

Por Esteban Duperly   Foto Cortesía Penguin Random House.

Revista Arcadia

Si al puñado de años de disputas violentas entre liberales y conservadores les decimos La Violencia, ¿cómo llamar a ese periodo de tiempo entre los años ochenta y noventa, cuando la mafia imperó rampante? ¿La época de los narcos, la de las bombas, la de los carteles? Esa pregunta atraviesa Era más grande el muerto, la primera novela del cronista y cuentista Luis Miguel Rivas.

Pero no es otro libro de narcos. Si bien los años mafiosos ya los han narrado muchos, muchas veces, y de muchas maneras, aquí ocurre algo diferente. En primer lugar, la historia se cuenta desde el humor. Eso, que estamos haciendo chistes al respecto, indica tal vez que por fin nos estamos sobreponiendo al tema. Por otro lado, en esta novela los protagonistas no son los matones, ni los sicarios, ni los capos, ni siquiera las víctimas, sino dos personajes de la más pura, simple, plana y llana clase media: un par de chichipatos, para usar la expresión del autor.

Yovani y Manuel nadan entre dos aguas, la de sus vidas de muchachos de barrio, desplatados, mediocres y ociosos, y otra que llevan ciertos sujetos desmesuradamente ricos y violentos que reclutan a sus amigos de cuadra para convertirlos en “lavaperros”. Mientras los segundos tienen moto, pistola, rumba, perico y viejas, el par de chichipatos apenas logran ser empacadores de un supermercado. Pero una fuerza poderosa y seductora intenta arrastrarlos: la de los lujos, representados en marcas de ropa costosa y camionetas con “llanta balón” que derrapan cada tres hojas. De fondo hay una sociedad esnob en la que es importante usar zapatos y camisas “traídas de la USA”.

De modo que para conseguir barato chaquetas Gucci, jeans Baloo o un par de tenis Reebok, Yovani y Manuel tienen que hacer un negocio muy chistoso y casi surreal en una morgue. Esa transacción detona la trama y los lleva hasta el mundo mafioso de don Efrem, el capo de Villalinda, la metáfora de Rivas para representar a Envigado –donde creció–, y a Medellín. La narración es una suerte de discurso oral bastante suelto y divertido, lleno de referencias, jerga, contracciones, onomatopeyas y expresiones callejeras muy, muy locales. Dicho esto: ¿funciona la novela para un lector que no haya vivido en el Valle de Aburrá durante los bombazos de Pablo Escobar? Sí, pues narrar la aldea es narrar el mundo.

La parte tal vez débil del libro es que hacia la segunda mitad, Era más grande el muerto se excede en situaciones. A veces suena como una orquesta con demasiados instrumentos, y así la rumba se convierte en bulla. En ocasiones hay tantas acciones simultáneas que hasta la misma cuerda del humor se destempla y la exageración, un recurso muy útil, pierde gracia. Pero con todo y eso, que un escritor haya decidido contar la época mafiosa de una manera nada solemne ni tétrica, es notable. Este libro nos permite ver el patetismo entero de los narcos y la lamentable debilidad de una sociedad que es permisiva con ellos.

Como dato adicional, en los párrafos de la novela Rivas hace pequeños homenajes a otros escritores, y además embosca entre páginas referencias y elementos de crónicas y cuentos propios. Todos esos detalles aportan para un segundo nivel de lectura pero, sobre todo, indican que el escritor ha creado ya su propio universo literario.


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