Revista Pijao
En la alcoba de la traición
En la alcoba de la traición

Por Alberto Medina López

El Espectador

El escritor húngaro Sándor Márai convirtió ese encuentro en un tratado de amistad, amor y fidelidad. El triste desenlace se tejió una noche en que los amigos salieron de cacería. El general Henrik tiene en la mira a un ciervo y siente, sin mirar, que Kónrad, a su espalda, lo tiene a él en la mira. El magistral relato de ese instante termina cuando el ciervo escapa de la mira y a Kónrad también se le escapa su víctima bajo el temblor de su mano.

Kónrad huye al sentirse descubierto. Henrik lo busca en su casa, donde jamás ha estado por respeto a su amigo, que así lo ha pedido. Krisztina, su esposa, aparece en la puerta y pregunta si Kónrad se ha ido. Henrik se lo confirma y ella, como si hablara para sí misma, dice: “Era un cobarde”. Krisztina se queda mirando los espacios y se va.

“Miraba las cosas como si estuviera despidiéndose de ellas. (…) Su mirada repasaba la habitación con tranquilidad, con conocimiento, como si contemplara su propia casa, donde sabía el sitio de cada cosa”.

El general tuvo la certeza de que su esposa estuvo allí muchas veces. Aunque no existen momentos íntimos en el relato, el descubrimiento de la alcoba donde los amantes vivieron el deseo juega a un erotismo invisible.

En la cena de El último encuentro, Kónrad se entera de que Krisztina murió ocho años después de quedarse sin amante y sin marido, porque uno huyó y para el otro dejó de existir. “Erais unos amantes infelices, me pudisteis engañar, pero no me pudisteis evitar: por muy diferentes que fuerais vosotros dos, nosotros tres estábamos unidos de una manera determinante, como la estructura geométrica de los cristales”.

Henrik dispara dos preguntas como cañonazos. Por qué Krisztina dijo que era un cobarde cuando supo que había huido y si esa penosa atracción por una mujer no habrá sido el verdadero contenido de sus vidas. No responde a la primera pregunta, pero sí a la segunda: “Sabes que es así”.

En ese tratado del amor y de la amistad que Henrik tejió en cuatro décadas, el concepto de fidelidad adquiere un profundo matiz. “Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a quien se la exigimos? Y si no amamos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio?”.

En ese contexto, Krisztina es la traicionada porque los dos hombres de su vida le dieron la espalda y la dejaron morir en el abandono y el silencio.


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