Revista Pijao
El poder que nos hace, según Byung-Chul Han
El poder que nos hace, según Byung-Chul Han

Por Santiago Arcila R.

Revista Arcadia

No es extraña la impresión de que nuestra existencia está a merced de diversos poderes. Quizás, el primero que venga a la cabeza, si dios está dentro de nuestros afectos, sea el poder que este tiene sobre su creación. Pero en el mismo saco están los que se presentan en el sometimiento laboral, la manipulación mediática, la alienación, la flexibilización de la ley dependiendo el estrato y apellido bajo el cual hayamos sido bendecidos o las experiencias de vulnerabilidad que caracterizan la relación de pareja y que nos llevan por momentos a sentir que el otro hace lo que le place con nuestros sentimientos.

De cierto modo, resultaría torpe querer pensar de forma realista la cotidianidad sin tener en cuenta estas relaciones. El filósofo coreano Byung-Chul Han, cada vez más leído en nuestro medio, lo sabe muy bien, y en su libro Sobre el poder desarrolla en distintas dimensiones (lógica, semántica, metafísica, política y ética) el siguiente hecho: estamos sumergidos en un campo de poder en permanente transformación, que se compone y descompone según las interacciones en las que participamos. Llámese familia, escuela, religión, trabajo, mercado o política, nuestra vida toma forma bajo el signo del poder a través de negociaciones, imposiciones, sometimientos y concesiones con los otros.

En permanente discusión con Foucault, la propuesta de Han resulta realmente fuerte cuando se enfrenta a la tarea de pensar las formas en que el poder opera desde dentro de cada persona y se manifiesta ya no como una pugna con un otro que quiere someternos, sino como un asunto de autoexplotación. Para el coreano, ciertas formas de poder inhiben la libertad, lo que genera malestares palpables como la frustración, pero en otras de sus formas opera a través de las sensaciones placenteras y del mismo sentimiento de libertad. De cierta manera, el poder más fuerte, el llamado poder inteligente, sería aquel que trabaja en silencio, que consigue que la libertad coincida con el sometimiento, poder en el que el soberano, sin hacer ninguna coerción, toma sitio en el alma del súbdito, y este último termina queriendo como suyo, sin sensaciones negativas, aquello que desde el anonimato se le indica.


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