Por Ana Rodríguez Fischer
El País (Es)
Vamos leyendo las historias que Pilar Adón (Madrid, 1971) despliega en La vida sumergida y muy pronto sentimos que la autora ha logrado un auténtico prodigio, pues sin apenas notarlo quedamos instalados en esos mundos tan singulares que nos abre y muestra. Pero cuidado: la experiencia nada tiene que ver con las lecturas perversas, esas que proporcionan las obras confeccionadas a base de una acumulación mareante de peripecias que te “transportan” de aquí para allá hasta olvidarte de, o que te brindan ocasiones de “identificarte con” porque todo se reconoce como próximo y posible. No, no es nada de eso.
El acierto de Adón —poeta (en Las órdenes, Mente animal y La hija del cazador), novelista (en Las efímeras y Las hijas de Sara), traductora y autora de libros de relatos como El mes más cruel o Viajes inocentes (Premio Ojo Crítico) — obedece a las buenas artes que la literatura nos proporciona, y a sus saludables efectos. Porque además de sentir, pensamos… Y enseguida apreciamos el andamiaje que sostiene estos mundos y valoramos su excelente procedencia.
De hecho, hay mucha literatura sumergida en estas vidas singulares. Nunca como ostentación. Siempre como un sutil tributo, a la par que un reconocimiento. Destaca la creación de unos escenarios poderosos y plenos de significación, independientemente de que sean palacios o casonas decadentes cargados de objetos tan elocuentes como opresivos, desolados centros de internamiento cuyo vacío es una declamación, colonias libres que resultan no serlo o paisajes abiertos al vacío y al silencio. Y a la vez hay una atmósfera que nos instala en la maravilla y en la lejanía propia de los cuentos de hadas, que tanto contrasta con los centros de observación y análisis donde las personas allí custodiadas reciben “la combinación exacta de equilibrio y recompensa” para dominar “las desagradables sensaciones” que subyugan a los frágiles. Hay errabundia y viajes. No sólo físicos, sino también temporales, a menudo con la infancia aullando, lo que convierte esos desplazamientos en un viaje sin retorno. Y hay conflictos y dramas humanos.
El lazo fraternal (y su posterior traición o ruptura) es uno de los leitmotiv que anuda alguna de estas vidas y a la vez potencia y ahonda el drama, confiriéndole una notable densidad. Leemos y asistimos a la narración de pequeños aconteceres cotidianos, repletos de detalles preciosos, que luego estallan pletóricos de sentido. Y vamos advirtiendo la hondura de las dicotomías, los verdaderos conflictos que desgarran a estos personajes, zarandeados por la brecha y polarización entre prédica y promesas, fascinación despótica o decepción prosaica, sumisión o indiferencia atroz, dogmatismo o libertad, entrega o hipocresía, diligencia o pereza. ‘Pietas’, ‘Fides’, ‘Virtus’… son algunos de los títulos de estos relatos en los que no hay solemnidad ni oratoria. Hay vidas sumergidas y buena literatura.
La vida sumergida. Pilar Adón. Galaxia Gutenberg, 2017. 153 páginas.