Por Patricia Kolesnikov Foto Cortesía Prensa Planeta
Clarín (Ar)
Todos llevamos un canalla adentro y ese canalla es delicioso”, dice Jorge Fernández Díaz ¿antes o después de contar lo del camión de cocaína? Que fue más o menos así: unos espías le preguntaron cómo se había enterado de “lo que pasó en el sur”. Unos muchachos que se llevaron el consabido camión y de lo que “sabíamos solamente tres personas en la Argentina”. ¿Qué hace el periodista -y escritor- hablando con espías DE VERDAD? Bueno, cuenta, lo fueron a ver después -y no antes- de que publicara su novela El puñal, que protagoniza Remil, un colega de los interlocutores de Fernández Díaz. Que se ganó su apodo por eso de “hijo de remil putas”... El canalla, se entiende. De ese libro, dice Nacho Iraola, el editor, se vendieron 90.000 ejemplares. Una locura en un mercado que puede tener tiradas de 1.500.
Fernández Díaz cuenta este encuentro -invitó a almorzar a los espías, como ahora a quienes escuchamos el relato- durante una cita bastante privada. Somos unas 20 personas alrededor de la mesa: Luis Brandoni, Oscar Martínez, Daniel Hadad, Silvia Fesquet, Luis Majul, Matilde Sánchez, Hinde Pomeraniec, Federico Andahazi, Cristina Pérez, y periodistas de varios medios. Y lo cuenta porque está lanzando otro libro que, aclara “no es la continuación de El puñal”, aunque se llama La herida (¿el puñal y después la herida?) Es otra historia de Remil. “Lo que no puedo contar como periodista lo cuento como novelista”, dice Fernández Díaz, sembrando algún misterio. Algunos asienten.
“Hay un montón de Remiles que son fanáticos de Remil”, dice Fernández Díaz. ¿Qué hacen acá los actores?, pregunta alguien por lo bajo a la gente de la editorial. “Él quiso que vinieran”. Se tratan como amigos.
Martínez y Brandoni se sientan juntos, como gente “del mismo palo”. Comentan. A veces Brandoni sonríe y es imposible no ver en él a Chelo, el entrañable -y horrible- pirata del asfalto que protagoniza en la serie Un gallo para Esculapio.
Mientras insiste en que comamos -un lomo histórico-, Fernández Díaz resume la trama: el libro empieza con una monja que se desnuda y tira los hábitos al fuego. Después, desaparece. Muchos años más tarde la buscarán, como un servicio o un favor al Papa Francisco. La tirada inicial no bajará de 30.000 ejemplares, dice el editor, que espera repetir el éxito.
Hay sol, la mesa está en un lugar vidriado, da a una terraza. Fernández Díaz abre la cocina de la novela: “Me ayudó mi mujer (la periodista Verónica Chiaravalli), hemos llegado a hablar de los personajes como si fueran parientes”.
¿Qué pasa con la película de El puñal?, pregunta alguien. Se viene hablando de ella... El escritor cuenta que el proyecto -lo tiene la productora K&S- tiene un presupuesto estimado de 8 millones de dólares. Pero que ya intentaron un par de guiones y no resulta. Así que ahora se va a poner a escribirlo él mismo.
-Hay novelas que son preguiones- interviene Oscar Martínez- Y El Puñal es una.
El escritor no está de acuerdo, algo con el “tempo” no es tan fácil...
Hay más: se habla del “emparentamiento” del escritor español Arturo Pérez Reverte, un amigo de Fernández Díaz. Las novelas de los dos se van a cruzar. Porque el personaje de Pérez Reverte, Falcó “se va a retirar en la Argentina”, cuenta el autor. “Va a vivir en el Hotel Alvear. Va a desayunar en La Biela. Y va a desayunar con Remil”.
Viene un postre con el chocolate más intenso que se pueda imaginar. En la mesa se habla de situación política, de medios. Fernández Díaz dice que todos tenemos una herida fundamental y que la suya fue haber sido despreciado, “dado por perdido” por su padre, en la adolescencia. Esa emocionalidad, cuenta, se imprime en la novela.
Nadie se va sin que le firmen el libro.