Revista Pijao
Deuda existencial en Praga
Deuda existencial en Praga

Por Emmanuelle Sinerdet

Revista Arcadia

Gracias a la Editorial Pre-Textos, los lectores pueden (re)descubrir una de las novelas más acabadas y representativas de la densa y rica obra del gran escritor ecuatoriano Javier Vásconez, El viajero de Praga, publicada por primera vez en 1996. Los críticos y lectores tanto nacionales como extranjeros celebran la originalidad del retrato del protagonista, el doctor Josef Kronz, un checo que procura escapar de la Historia con su gran H o más bien, parafraseando a Georges Perec, de la Historia con su gran hacha, huyendo de un régimen autoritario y amenazante y del clima hostil de la Guerra Fría. Su viaje lo lleva desde Praga a un país andino nunca nombrado, aunque pasa antes por Barcelona, el “país más apartado del mundo”, el “más olvidado”, que el lector identifica con el Ecuador gracias a los indicios que le proporciona el narrador omnisciente. Este crea un hábil juego de pistas que, si bien a ratos lo desorienta, le permite al lector transcender los espacios de la narración en lugares personales e íntimos.

Los conocedores de la literatura latinoamericana coinciden en subrayar la elegancia de la prosa de Vásconez, la fineza del estilo, el poder alusivo de las palabras, propicio a los recuerdos, a las impresiones difusas y a las visiones. El tour de force de la novela es que la atmósfera casi onírica en la que bañan los protagonistas también reactiva ambientes de novela negra, desde lo profundo de la noche andina. Desde luego, El viajero de Praga remite a Kafka, a Onetti, a Proust, a la novela policiaca, a la crónica de viaje, y bien podríamos evocar más juegos intertextuales y más filiaciones literarias —como lo hacen, con razón y sin agotarlos, las cada vez más numerosas investigaciones sobre la obra de Vásconez—. Es que lejos de ser mero homenaje, El viajero de Praga dialoga con la literatura universal: reformula tópicos clásicos para moldear un universo original en el que prevalecen la emoción estética y las intuiciones.

Desde esta perspectiva, cabe subrayar la fructífera porosidad entre lo real y lo ficcional que hace del viaje geográfico de Kronz un viaje existencial. El doctor Kronz es una silueta fugaz y evanescente en una temporalidad borrosa y como suspendida. La neblina andina y los paisajes extraños funcionan como el eco de la conciencia atormentada y de las dudas del protagonista. Pero al “escapar de la historia”, Kronz vive una ficción, su ficción, de la que progresivamente el lector es parte. Las peregrinaciones del exilio se hacen metáforas de un nomadismo que niega superándolas las fronteras, unas fronteras que no solamente son geográficas sino personales. De forma que las paramnesias de Kronz bajo la lluvia andina transforman el movimiento geográfico en un viaje interior hacia una serenidad y una paz posibles. Hasta la muerte del misterioso doble que lo persigue desde Praga, Franz Lowell, contribuye a una forma de reconciliación consigo mismo. En la literatura ecuatoriana, Kronz encarna la figura del extranjero, solitario, desubicado, incapaz de anclarse o de echar raíces, pero es también emblemático de la superación del aislamiento, al radicarse en el país nunca nombrado, en ese Ecuador literario y universal magistralmente inventado por Javier Vásconez.


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