Revista Pijao
De canciones, memorias y Bob Dylan
De canciones, memorias y Bob Dylan

Por Diego Rubio

Revista Arcadia

Leer a un premio nobel de literatura justo después de haber recibido el reconocimiento de la Academia Sueca genera unas expectativas inmensas. Y más si tenemos en cuenta que ese nobel no es un escritor en el sentido estricto de la palabra. No es un poeta, no es un novelista, no es un periodista, es un cantante y compositor. Un cantante sustancial, sí, con letras cargadas de poesía, veneradas reflexiones filosóficas y metáforas que envidiarían otros nobeles más célebres en el mundo de las letras, pero a fin de cuentas un cantante; un cantante gringo de folk, de rock, de mezclas que los críticos musicales sobre analizan para encasillarlas en algún género y los fanáticos esculcan para tratar de encontrar profecías.

En Crónicas I. Memorias, la primera de las tres partes que compondrán la autobiografía completa, el gran Bob Dylan relata la historia de un joven del Midwest estadounidense que lo deja todo para tratar de vivir de la música en la Nueva York de los años sesenta. La ciudad asusta, intenta comérselo vivo. El invierno es eterno. Parece haber pocas oportunidades para un músico folk en los escenarios de esos garitos donde amateurs y semiprofesionales de la comedia, la música e incluso la poesía intentan a codazos hacerse notar.

Pero Dylan no se deja morir. Se presenta en bares miserables –y otros bastante más dignos–. Duerme en sofás de personas que recién ha conocido. Come de su comida. Devora los libros que encuentra en esas casas ajenas: de Faulkner a Kafka, de Dante Alighieri a Balzac, de Mark Twain a Jack Kerouac. Se hace amigo de otros músicos del rebusque, de columnistas con poder, de jefes sindicales. Escribe sus primeras canciones tildadas de insurrectas (Ustedes, que fabrican las grandes armas / Ustedes, que construyen los aviones de la muerte / Ustedes, que construyen todas las bombas / Ustedes, que se esconden detrás de los muros / Ustedes, que se esconden detrás de los escritorios / Solo quiero que sepan que puedo verlos a través de sus máscaras). Habla con productores de renombre, con agentes de artistas, con algunos de sus ídolos musicales. Se codea con todo tipo de personajes del pretencioso mundillo esnob neoyorquino –así parezca detestarlos en el fondo–. Y crea su propio personaje: un joven inconforme que se apropia sin querer de todo tipo de causas nobles y, tras grabar sus primeros álbumes y convertirse en el ídolo de millones de personas que protestan contra la guerra de Vietnam, o contra el hambre en África o contra la desigualdad en el mundo –todo un lugar común de su generación–, decide que él no es ningún mesías y que no piensa cargar con ese peso. Como ahora, que no piensa cargar con el peso de ser un nobel de literatura –con toda la pompa y la lagartería que eso implica–, aunque su libro debut en el superpoblado mundo de las autobiografías demuestre que, en el fondo, Bob Dylan siempre ha sido un novelista, un poeta, un periodista, un contador de historias, un escritor hecho y derecho.

Crónicas I. Memorias es, en últimas, la construcción de un mito. Algunos fanáticos y biógrafos no autorizados que han seguido al detalle cada paso de Dylan lo acusan incluso de inventar parte de su vida. No importa. Son las palabras del autor contra las de sus “historiadores”. Y qué si es verdad. Y qué si los recuerdos de Dylan son caprichosos, mentirosos. De ficción también están hechas las memorias.


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